La huella del descontento en Venezuela

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En un solo día, Félix Rodríguez puede padecer todas las carencias de Venezuela juntas: alimentos, luz, pañales para su suegro y artículos de limpieza que vende en un pequeño local.

Pero en la crisis venezolana pueden caber más frustraciones. Cuando llegó en autobús al centro electoral de Maracay, Rodríguez explotó. «!No voy a poder validar mi firma!».

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La fila del descontento con el presidente Nicolás Maduro serpenteaba a lo largo de varias cuadras bajo un calor de 30 grados centígrados.

Las colas se convirtieron en la expresión más dramática de la crisis, pero esta semana fueron el hervidero del rechazo a un gobierno que, a su vez, le achaca los padecimientos a la burguesía que le declaró una «guerra económica».

Como pocas veces, Rodríguez había faltado al trabajo únicamente para autenticar su firma con la huella digital y apoyar así la propuesta opositora de un referendo revocatorio contra Maduro elegido por seis años hasta 2019.

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«Dejé de trabajar corriendo riesgo», dice Rodríguez, padre de dos hijos y secretario público de Magdaleno, una pequeña población de artesanos del estado Aragua que hoy gobierna el chavismo.

Líderes oficialistas blandieron la amenaza del despido contra los funcionarios de mediano y alto rango que apoyan la consulta.

«No soy un opositor a ultranza, porque realmente Chávez me convenció en algún momento», sostiene Rodríguez, de 50 años, a la AFP. No obstante, confiesa que nunca votó por el fallecido líder venezolano.

Sin ruido

Apartándose de la diatriba soez contra Maduro, muy presente en las filas, Rodríguez calculó que necesitaría al menos medio día para hacer reconocer su firma.

Ya había perdido un par de horas para llegar al sitio, porque desde que se dañó su camioneta del año 1981, no ha encontrado repuestos y los que le ofrecen son demasiado caros, y eso lo obliga a gastar más en transporte.

El día previo Rodríguez cuenta que trabajó hasta la una de la tarde, debido al racionamiento eléctrico impuesto por el gobierno y que recortó la jornada laboral del sector público.

Al regresar a casa notó que ya no tenía arroz, ni harina para hacer arepas, y que solo le quedaba un poco de pasta. La leche y la carne se ven de vez en cuando en la nevera.

«Acá, hermano, el que tenga plata o no tenga tiene problemas», dice, evocando el asesinato de un cuñado en un país también castigado con una de las tasas de homicidio más altas del mundo.

Pero muchos habían llegado antes que él a poner su huella de descontento, y además, le explicaron, la jornada de validación comenzó con retrasos por un corte de luz en el centro electoral. Pero no podían protestar con ruido. Las autoridades les habían advertido que el proceso hacia el revocatorio podía suspenderse por alteraciones del orden público.

Por eso Viviana Bolívar, una promotora de la consulta de 33 años, debió pedirles a quienes esperaban en la fila que en vez de aplaudir, movieran las manos como los sordomudos en señal de celebración.

Pero para Rodríguez no hubo alternativa. No podía hacer una fila de tantas horas, y tuvo que regresar a casa junto con su hijo sin reconocer la firma.

 

 

 

 

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