#ESPECIAL Luis Roballo, siempre entre aguas

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Desde un apacible pueblo hacia el sur tachirense enclavado en la frontera con Apure, Puerto Nuevo, un gocho, Luis Marino Roballo Pérez, hace más de cuarenta años, después de una estancia en Caracas, ciudad en la que fundamentó sus conocimientos iniciales sobre natación, levó anclas y se vino a tierras larenses, puerto en el que echó raíces y desbordó conocimientos en las piletas generación tras generación, para luego, hoy, entrar en el remanso a velocidad de pescador en un pequeño bote cargado de madurez y deber cumplido.

Adentrarse en ese mar de conocimientos era entender que muchas veces, por las características del personaje, recio y con la disciplina casi prusiana de los nacidos en el Táchira, habría mar picado, oleaje fuerte o el trepidar de los caudalosos ríos de su región natal en tiempos de invierno.

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Todo lo contrario, en la atalaya de la piscina del Country Club de Barquisimeto, envuelto en el solaz de la lluviosa mañana del martes que desencadenó en forma cronológica el transitar por su vida, desde que aprendiera a nadar y ganar al estilo Tarzán, como él mismo lo definió, las competencias en los ríos Navay y Caparo, hasta el momento del encuentro con el periodista y paisano con quien recordó vivencias –por separado- y las sabrosuras de un hervido de pescado bañado por la brisa fluvial, esa que le encanta para la pesca, como la saltada del amarillento río en la población de Santa María de Caparo en las riberas que delimitan a Táchira y Barinas.

Primer zarpe

Luis Marino, segundo nombre que le debe a su padre Miguel, después de cursar la educación básica en su pueblo natal se trasladó a San Cristóbal, ciudad que lo cobijó y lo envolvió en sus fauces: liceo Pedro María Morantes para estudiar el bachillerato y la piscina del complejo deportivo Juan Maldonado para terminar de encauzar su “fiebre” por la natación.

Al lado de Edgar Bautista Moreno e Iván Corce, con mejor desempeño en el estilo mariposa, Roballo inició una escalada permanente por los podios hasta un rápido llamado a la selección nacional permanente, a la que perteneció durante varios años y con la que abordó casi por completo el ciclo olímpico (Bolivarianos, Centroamericanos, Panamericanos, etc), salvo los Juegos Olímpicos, al igual que la estelar María Alejandra Rodríguez, discípula de quien hizo referencia especial como su “mejor atleta”, amén de lo aprendido de ella, sin mezquindad: disciplina, mística, entusiasmo y responsabilidad, cualidades que contó una a una, pausadamente con sus dedos con los que luego acarició su plateado bigote para rematar la bocanada de inspiración con la faena de entreabrir la gorra negra que cubría su cabeza y dejar al descubierto una calvicie propia del transitar de los años.

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Después de la incansable tarea en la piscina del Teo Capriles en Caracas, becado por el IND del Táchira, siempre bajo las órdenes de los entrenadores Guillermo Pérez y Domingo Díaz en el seleccionado nacional, abrió otra puerta y anexó en su carrera el título de entrenador egresado de la Escuela Nacional de Entrenadores en el año 1972.

A la par, su incursión en el polo acuático en las filas del Club Ítalo en la capital venezolana, condición que mantuvo durante cuatro años.

Fondeo entre arreboles

En el crucero de la vida, siempre entre aguas, Luis Roballo, con vena netamente tachirense, en 1975 recibe una oferta de la Universidad Centro Occidental Lisandro Alvarado y sin pensarlo, bártulos en mano, hace fondear sus esperanzas y proyecto de vida entre los arreboles y atardeceres barquisimetanos, con pasajes de gloria por la conquistas de sus atletas, hasta el día de hoy.

Una que otra vez, desde Tamaca donde habita, sus escapadas a Puerto Nuevo para su hobby, la pesca, que al estilo del “Viejo y el Mar” de Ernest Hemingway, revelan los apuros que pasó al momento de capturar una pieza (bagre) de 38 kilos, atrapada justamente encima de la iglesia de Potosí, esa que quedó bañada por las aguas del río Caparo para la monumental represa y algunas veces se desnuda, como este año, cuando el estío azota la espesura de la montaña gocha.

Un Manolín (personaje de Hemigway), su hermano Orlando, lo ayudó en la atribulada tarea de llevar la pieza hasta el borde de la represa y así poder completar la faena, desvelada con muchos detalles, aunque sin expresiones visuales resaltantes porque en la conversación sus ojos estuvieron siempre tapiados por el espesor de unos lentes oscuros aerodinámicos que bordeaban hasta la comisura.

Coordenadas perfectas

Anclado en Barquisimeto comenzó a trazar sus coordenadas para el gran plano de la vida. Poco más de cuarenta años después, jubilado de la Ucla, Luis Roballo siente con hartazgo que su filosofía, “hacer el bien”, ha podido sembrarla entre las estrías de sus pasos y, con frase transparente como las bien tratadas aguas de la piscina que estaba metros abajo, sin aspavientos resume su siempre trajinar entre piletas: “al tener la respuesta de carácter técnico para cada situación, el éxito está garantizado”.

Entre los carriles de su plano de vida, marcados y remarcados muchas veces por sus inquietas manos sobre la mesa que recogía experiencias, su formación y sus atletas, vanagloria de quien siempre ha estado posicionado en las tres primeras casillas del ranking nacional de entrenadores Feveda. Nunca primero, pero casi siempre segundo o tercero, condición respaldada por la conquista de 73 registros, tres de ellos internacionales para resaltar, el de Yoideri Fariñas en 50 espalda, conseguido en unos Centroamericanos en México y los dos de Carlos Betancourt (juvenil) en 100 y 200 espalda en Suramericanos disputados en suelo argentino.

Además de María Alejandra Rodríguez, en sus manos, como guía y ductor, otros atletas de gran talla: Gina García, Luis Díaz, Ana Elena Reinoso, Jonathan Camacho, Vicenia Navarro, Vanessa Fernández, Juan Morles, Erika Torrellas y Kenneth Gil.

Los convenios entre universidades le permitieron a Luis Roballo trasladarse a Davis en California y obtener credenciales como “entrenador principal”, nutrido de conocimientos de alto rendimiento en la Liga del Pacífico de Estados Unidos.

Esos intercambios de constante actualización lo llevaron a ser miembro permanente de la Comisión Técnica Nacional de Feveda y transmitir conocimientos específicos como el referente a la “Zona Energética” de la cual se considera pionero en el país. También, en ese transitar ha podido intercambiar ideas con científicos ligados a estudios para la natación como la biomecánica de la natación rápida y establecer parámetros –diferencias- entre los métodos estadounidenses y los criollos. En síntesis gruesa, “allá, al igual que en muchos países se hace natación, en el infantil, para la formación del atleta mientras que acá es la ´explotación´. Por esos las diferencias en los resultados”.

Sin embargo, hay tendencias como la aplicación de los ATR en alto rendimiento. Eso ha ayudado en los últimos tiempos y los explicó rápidamente, acumulación (A), transformación (T) y realización (R) de las cargas, los trabajos que debe cumplir cada atleta.

Todo lo cumplido tiene sus grandes testigos, su padre Miguel, corregidor y terrateniente en Puerto Nuevo; su mamá, Balbina Pérez, criada entre los cafetales de Santa Ana del Táchira para reafirmar la sangre gocha, sus ocho hermanos y sus tres burbujas, Luis Orlando, el mayor nacido del primer matrimonio, Aldo Luis, conocido por su trayectoria y triunfos como en la Travesía del Orinoco en aguas abiertas y Jean Luis, los dos últimos concebidos con su actual esposa Irene.

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