Desesperanzados, venezolanos echan raíces en EEUU

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La población venezolana en Estados Unidos se ha duplicado con creces en la última década, desde casi 178.000 en 2006 a más de 366.000 en 2016.

Poco más de la mitad vive en la Florida. La gran mayoría –las tres cuartas partes de ellos– llegó a partir del 2000, poco después de que Chávez asumiera la presidencia. Las solicitudes de asilo político se dispararon en 2017 a cerca de 28.000 pedidos, el doble que el año anterior y cinco veces más que en 2015.

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En el sur de la Florida los venezolanos se han asentado en pequeñas ciudades como Doral y Weston, donde es común ver negocios y automóviles con banderas amarillas, azules y rojas, o decenas de restaurantes que venden arepas, tequeños y hallacas.

En la última década, los venezolanos han aparecido al tope de la lista de los cinco mayores compradores extranjeros de propiedades en Miami. La Asociación Nacional de Abogados Venezolanos-Americanos también ha crecido: de los diez miembros fundadores que tenía en 2013, cuenta con 200 en la actualidad. Además, la cámara de Comercio Venezolano-Americana ha duplicado sus integrantes en la última década y posee 300 actualmente.
Para Cristina Pocaterra, que llegó a Miami en 1999, «cuanto más tiempo pasa, más difícil es volver».

Ella arribó por motivos de trabajo, con la esperanza de regresar pronto. En 2003 tuvo gemelas en Miami, en 2014 se naturalizó y ahora ha presentado los trámites para que su madre, de 74 años, pueda adquirir la residencia permanente.

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«Nos tocó a todos desarrollarnos afuera y buscar otros caminos», explicó Cristina, una consultora de empresas de 54 años. «Ya no tengo nada material en Venezuela».

Como ella hay muchos más. Cansado de la inseguridad de Caracas, un joven que pidió no ser identificado por temor a represalias con su madre que vive en Venezuela, llegó en 2011 a Miami para hacer un posgrado. Pensaba que en cinco años cambiaría el gobierno y el volvería, pero se graduó con una maestría de administración de empresas, consiguió trabajo en finanzas, se naturalizó y ya no cree regresar. De hecho, este año ni siquiera planea ir de visita.

«La vida se volvió insostenible y son muy pocos los que regresan a Venezuela», dijo el joven de 30 años mientras miraba fotos de un viaje que hizo a Caracas en 2013 para votar. «¿Qué esperanza hay hoy? No hay ninguna esperanza».

Aquellos que han elegido permanecer en Estados Unidos se sienten cada vez más arraigados.

 

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