Coleo venezolano gana adeptos en Miami

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En una faja arenosa de tierra entre tres haciendas ganaderas, Edgar Abréu espera a su rival: un toro negro que se encuentra detrás de una compuerta de hierro.

Se levanta la compuerta y el toro sale disparado. Abréu, un empleado de mantenimiento de 57 años, pelado, y otro vaquero persiguen al animal en sus caballos. Abréu se ubica a un costado, amarra la cola a su mano y derriba al animal de un tirón.

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El toro se revuelca en el piso hasta que se queda quieto, sobre su estómago.

«¡Un punto!», grita Francisco Palmero por los altoparlantes, en medio de los aplausos del público.

La escena trae a la memoria espectáculos que se repiten en una cantidad de poblados venezolanos. Pero transcurre en un rancho de Hialeah, a unos 16 kilómetros (10 millas) de los imponentes condominios y edificios de oficinas de Miami. Hombres a caballo compiten por representar a Estados Unidos en el campeonato mundial de coleo a realizarse este año.

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La mayoría de los participantes son extranjeros, venezolanos que trajeron una vieja tradición de su país, en la que un jinete montado a caballo trata de derribar a un toro tomándolo de la cola.

Llegaron a la Florida y organizaron espectáculos como los de su tierra: cuatro hombres persiguen a dos toros por cuatro minutos y los derriban tantas veces como sea posible. Desde las tribunas surge una música llanera de harpas, maracas, bajo y guitarra española. Abundan las familias con sus hijos.

El deporte ganó popularidad en Estados Unidos, aunque hay organizaciones defensoras de los derechos de los animales que lo critican.

Hace diez días, un toro se partió una pata al caer y hubo un clamor entre esos activistas. Dijeron que eso no era un deporte y que se maltrataba a los animales.

«Hubo bastante revuelo», relata Laura Bevan, directora de la rama sur de la Human Society. «Y los organizadores simplemente dijeron que no lo volverían a hacer».

Hace tres años, Palmero y varios más crearon la Federación Estadounidense de Coleo y trataron de hacerle al deporte los ajustes necesarios para satisfacer las normas estadounidenses de protección a los animales. En lugar de cuatro vaqueros habría dos, que perseguirían al toro solamente dos minutos. El terreno donde se persigue al animal sería más pequeño y lleno de arena, para que la caída no sea tan dura. Además, emplearían toros más pequeños, que no se lastiman tanto al caer, según indicaron.

«El animal no sufre», aseguró Héctor Ricardo, de 43 años y campeón de coleo.

Pero Adam Roberts, vicepresidente de Born Free USA, una organización defensora de los animales, sostuvo que «está bastante claro que estos toros están angustiados y se agotan al ser tirados una y otra vez».

«No lo encuentro muy deportivo», agregó.

Derribar al toro, no obstante, no es ilegal y la federación de coleo se propone seguir desarrollando esa actividad.

La función más reciente fue el fin de semana del 4 de julio, Día de la Independencia de Estados Unidos. Los vaqueros tenían mangas largas y camisas con los colores de la bandera estadounidense. Se entonó el himno norteamericano al inicio de la actividad.

Una veintena de vaqueros se disputaron 12 plazas para representar a Estados Unidos en el campeonato internacional de coleo en Venezuela en los próximos meses.

Uno de ellos fue Abréu, a quien sus amigos llaman «Popeye» por su musculatura y su pelada. También compitió Gabriel Boracchi, de 32 años, quien vino de Venezuela hace 12 años para estudiar y ahora exporta repuestos para automóviles y trabaja en bienes raíces. Su novia Sandra Valencia, de 27 años, observaba nerviosa mientras él se preparaba para su primera salida. Ella es colombiana y nunca estuvo en una de estas funciones.

«Es algo que mete miedo», expresó.

Mientras tanto, Juan Carlos Rodríguez, un cubano de 56 años, miraba y comentaba: «Es un deporte arriesgado. Yo ya no puedo hacer lo que hacía de joven».

Al finalizar la primera ronda, Boracchi tenía tres puntos, Abréu dos y Rodríguez ninguno.

La esposa de Ricardo, luciendo jeans y botas de vaquero, colocaba escarapelas con los colores de las banderas de Venezuela y Estados Unidos en las espaldas de los competidores cada vez que derribaban un toro y sumaban un punto.

Una gran multitud disfrutaba del espectáculo desde tiendas donde comían carne asada y yuca hervida. Rhona Rojas y Joseph Duarte, ambos de 34 años, vinieron con sus dos hijos, de dos años y seis meses.

Rojas, quien es venezolana, dijo que quería que los niños «aprendiesen un poco de la historia de nuestro país».
En ese momento cayó un toro cerca de donde se encontraba ella. Cayó de espaldas y comenzó a estirar su cuello tratando de levantarse. Ella hizo un gesto de dolor.

«Es como las corridas de toros», expresó su marido. «Hay partes en las que uno no quiere ver».
En la segunda ronda, Boracchi no tuvo tanta suerte. El toro que le tocó cayó una vez y no quiso levantarse.

«Las cosas no me salieron bien», se lamentó.

Un pastor ganadero australiano sacó al toro del lugar.

Al final de la competencia Rodríguez tenía un punto, Boracchi tres y Abréu seis. Los vaqueros ataron sus caballos y esperaron que se anunciasen los ganadores, mientras sonaba la música.

Era pasada la media noche y un hombre con un sombrero de vaquero blanco subió al escenario y tomó el micrófono.

«Quiero homenajear al equipo que representará a Estados Unidos», expresó entre aplausos. Rodríguez observaba mientras se anunciaban los nombres. Boracchi. Abréu. El grupo se hizo cada vez más grande.

Finalmente, cuando quedaban dos plazas, llamaron a Rodríguez y los demás le dieron palmadas en la espalda.

Abréu quedó primero y ganó 1.500 dólares, una silla de montar y un trofeo de oro. Los demás lo alzaron por el aire.

«Me siento honrado», declaró. «Es una gran satisfacción representar a Estados Unidos».

 

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