#Especial El amor se embala para cruzar fronteras

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Dos millones 500 mil venezolanos han emigrado del país, lo equivalente a un 8,3 % de la población total, conforme a las cifras del último sondeo (2016) completado por el Laboratorio Internacional de Migraciones de la Universidad Simón Bolívar, centro de investigación donde trabaja el sociólogo y docente Iván de la Vega. De ser una nación receptora de inmigrantes, los pobladores ahora salen del país con ganas de tener un futuro menos desesperanzador.

En ese cambio de patrón en la movilización de ciudadanos, a diario cobra mayor fuerza una forma de emigrar: parejas de jóvenes, cuyos planes eran formar una familia dentro de la ciudad que los vio nacer, pero que sintiéndose asfixiados por los problemas en todos los órdenes en Venezuela deciden contraer nupcias antes de lo previsto para marcharse juntos.

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Con la misma velocidad con la que se acentúan los problemas económicos, sociales y políticos en la nación, crece la necesidad de quienes los padecen de busca oxígeno en otras urbes de mundo. De allí que la celebración del matrimonio en muchos casos pasa de ser un evento minuciosamente planificado a uno organizado al margen de la urgencia por comprar un boleto e instalarse en otro país como una pareja formalmente establecida.

Esto sucedió a Aisley Moscote y José Chacín, un par de zulianos con cinco años de noviazgo quienes frustrados por ver desvanecer los ahorros -pese a que ambos ejercían sus profesiones, él un ingeniero de 24 años y ella una periodista de 25-, decidieron buscar alternativas. La más factible era vivir en Colombia, donde Moscote tiene familia y de donde son nativos sus padres.

El ofrecimiento de una tía de la periodista, residenciada en Bogotá, de darles hospedaje a ambos encendió una oportunidad difícil de despreciar. Se planificaron, reunieron dinero haciendo rifas, ventas de garaje y helados. Después de la graduación de Chacín, la ley los declaró marido y mujer.

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“Fue la economía, querer tener algo y trabajar para nada, el miedo al montarme en un bus y no saberme más nombres de santos para que nada me pasara, la impotencia de ver a mi mamá con los pies hinchados por buscar un pañal o leche para mi sobrino, la impotencia de que mi suegra no pudiera conseguir sus medicamentos y que mi hermana perdiera a mi sobrina porque no la atendieron a tiempo, porque no había camillas, porque no había médicos para realizar un procedimiento básico. Nos vinimos porque el país nos negó las posibilidades de ser eso que ya éramos, pero sin nada a cambio”, así resume Moscote las razones por las cuales se armó de valor para dejar un empleo estable y a sus mayores afectos en Maracaibo.

Por una situación similar pasaron los larenses Andreína Camacaro, de 25 años, y Andry Morillo, de 29, ingenieros ambos. Se comprometieron hace menos de un año, después de ocho meses de noviazgo. En principio el plan era formar su propia familia en la tierra donde nacieron, con bienes propios. Desde el año pasado, comenzaron a considerar el hecho de viajar indefinidamente con pasaporte y, hace un mes, acordaron celebrar su unión ante las leyes de los hombres y de Dios, antes de irse a Chile.

Las “pocas posibilidades de surgir” significaron para Camacaro y Morillo un imponente muro entre la estabilidad que deseaban y la realidad que los sacudía al echar un vistazo a los gastos para mantenerse. Para ellos, la meta era que el enlace se diera cuando adquirieran una casa. No pudieron. Prefirieron invertir los ahorros en el viaje y en una modesta celebración de boda.

Ventajas

Casarse, además de un compromiso de amor entre dos personas, cuando se trata de jóvenes urgidos de ver destellar oportunidades y no acostarse a diario sobre una cama de adversidades significa al mismo tiempo un trámite necesario para ganar beneficios en el nuevo domicilio. Ese fue el caso de Moscote, quien por ser hija de colombianos podía obtener la nacionalidad y su esposo la visa de cónyuge.

Este no es un caso aislado. En el consulado de Portugal en Barquisimeto, desde el año pasado, se incrementó la cantidad de registros de matrimonios, sobre todo, de parejas jóvenes. Si un portugués contrae nupcias con una venezolana, debe registrar el trámite para insertarlo en la partida de nacimiento y esto facilita la obtención de la visa del cónyuge.

Otra pareja que aprovechó estos beneficios fue la conformada por la zuliana Laura Acosta y su ahora esposo, quien se postuló para un empleo en Copenhague, Dinamarca, y lo obtuvo. Si llegaba siendo casado, él obtendría la visa de trabajo y Acosta otra visa por ser la esposa. Aunque ya tenían tiempo considerando la idea unirse en matrimonio, adelantaron los planes y ella abandonó el posgrado de Pediatría para marcharse juntos.

En Dinamarca, detalló Acosta, cada ciudadano debe demostrar su capacidad para pagar los impuestos. Al estar su esposo ejerciendo la profesión puede hacerlo por ambos. De modo que al tener la visa por ser la pareja, puede acceder a la mayoría de los servicios de los daneses, salvo ejercer la medicina hasta que no maneje con perfección el idioma.
Otros enamorados, como Hernán Valera y Carla Borjas, un periodista y una abogada maracaiberos, más que las ventajas laborales buscaban un lugar donde se respetara la vida y pudieran independizarse, aspiraciones que se les habían imposibilitado en Venezuela.

Buenos Aires, Argentina, se ajustaba a las metas de ambos y, después de que Valera pasara cinco meses en Estados Unidos trabajando para reunir dinero, se casaron, en Maracaibo. Él dejó su puesto como periodista de un diario de circulación regional y ella su trabajo como profesora de inglés.

No han cumplido un año en el extranjero y se sienten aliviados, esperanzados con poder ejercer pronto sus profesiones y ver los resultados de ese trabajo. “Veo que podemos progresar en este país, podemos crecer como pareja y familia, ya que llevamos cinco meses acá, de los cuales cuatro y medio hemos trabajado en un bar y el sueldo nos da para vivir en un apartamento alquilado, para comer, para ciertos gustos y para estar tranquilos”, describió Valera la experiencia.

El sociólogo Iván de la Vega cree que en efecto ésta puede ser una variación en la forma de emigrar de los venezolanos actualmente, pues para los jóvenes son minúsculas las posibilidades de surgir profesionalmente.

“Cuando hablamos de jóvenes y de parejas, evidentemente, esta modalidad se está extendiendo, puesto que están viendo que no hay condiciones generales de crecer en este país profesionalmente, de acceso al trabajo, a posibilidades de comprar vivienda, un vehículo, que es lo mínimo para estar en una ciudad. Entonces esa decisión de los jóvenes de emigrar es una variante en el sentido de que el patrón ha cambiado. La gente o se casa y se va o se van en pareja buscando apoyarse”, abundó el investigador.

Lo positivo de establecerse en un lugar desconocido con la compañía del ser amado, desde el punto de vista del especialista en temas de emigración, es que las relaciones se potencian porque al no tener amigos o un entorno familiar se convierten en un apoyo indispensable para manejar los cambios culturales y sociales.

Si esto continúa sucediendo, advirtió de la Vega, los pronósticos para el país son oscuros, porque “se  está perdiendo el capital  más  importante, que es el conocimiento de las personas”.  El intelecto, subrayó,  es el  máximo  potencial de una nación. “Si ese  factor no se cuida, la proyección en 10 años no es buena”,  apuntó  el docente.

Laura Acosta: Profesionales poco valorados

Sobre la boda ya habían conversado Laura Acosta y su novio, pues era una relación sólida. Antes de hacerlo, Acosta terminaría el posgrado de Pediatría que había comenzado en la Universidad del Zulia. Sin embargo, al soltar los planes sobre la balanza pesaban más los elementos negativos.

Ser médico en Venezuela es un trabajo muy mal pagado, afirmó Acosta. “No hay insumos y al no tenerlos qué calidad de atención le ofreces al paciente”, lamentó. En lo personal, no quería que sus hijos, cuando los tuviera, llevaran el mismo estilo de vida por el que padecía en Venezuela.

Hernán Valera: Cumplir ambiciones

“Lo decidimos porque sabíamos que una vez que nos viniéramos no íbamos a poder formalizar la relación como queríamos, con la bendición de las dos familias, con agasajo, donde ambas familias estuvieran presentes.

Más que todo era eso lo que queríamos, que nuestras familias nos vieran tomar esa decisión y disfrutaran con nosotros”.

Más allá de la celebración, Valera estaba convencido desde antes de conocer a su esposa Carla Borjas de que quedarse significaba pararse en un pasillo más angosto que sus ambiciones: “Desde que tengo uso de razón, desde adolescente, había pensado que mi futuro no estaba en Venezuela porque crecí con este gobierno, crecí viendo esta Venezuela y siempre pensé que mi futuro no estaba allá, que me queda chico (el país), que los sueños, las metas no las iba a poder alcanzar allá”.

Andreína Camacaro: Una vida mejor

“En lo personal, es una relación de muchos años. Somos personas luchadoras y con ganas de hacer las cosas lo mejor posible. Antes de tener planes de emigrar pensábamos en casarnos al momento de tener una casa, pero en vista de que se volvió casi imposible planificamos seguir luchando juntos por una mejor calidad de vida fuera del país”, así explicó Andreína Camacaro las razones que la condujeron a ella y su pareja, Andry Morillo, a unirse en matrimonio antes de partir a Chile. Tiene esperanzas de que la aguarde un mejor futuro, “no solo por lo económico sino también por la sociedad. Hoy en día en Venezuela se han perdido muchos valores, ha decaído la educación y, sobre todo, ha crecido la delincuencia”, evaluó Camacaro.

Aisley Moscote: La ventaja de la nacionalidad

Entre Aisley Moscote y José Chacín creció el amor durante cinco años de relación. Ninguno había considerado establecerse en otro país, pero la economía fue una ola amenazante sobre el futuro pensado en plural.

“Hace cinco años, antes de conocer a mi esposa, nunca pensé llegar a la necesidad de emigrar a otro país, pero poco a poco la situación se fue tornando muy difícil y llegamos al punto de que sólo pensábamos en salir del país juntos para lograr surgir y tener nuestro propio hogar”, admite Chacín.

Amor había suficiente y aprovecharon las ventajas de la doble nacionalidad de ella para arriesgarse. “Mis padres son colombianos, eso me daba a mí la garantía de tener la nacionalidad y el resto se volvía más fácil. Entonces, al casarme con José, eso le permitía a él obtener la visa de cónyuge, que además de ser la más económica, es la que más ventajas de tiempo tiene, y no depende de una empresa. Esa dura tres años y después puede optar por la ciudadanía colombiana. Una estabilidad segura”, argumentó Moscote sobre el factor que les facilitó el viaje.

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