Parte IV: La Resistencia

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Esa noche, April no fue a su casa, por lo que se quedó en el búnker. Salir, ante la nueva ley de Glorioso, era peligroso. Los muchachos, al ver que estaban todos presentes, decidieron aprovechar la noche para adelantar sus planes. Todos rodearon una mesa, donde reposaba planos y papeles.

Aleja, una adolescente de pelo corto y estatura pequeña, entregaba a cada uno un informe. En él, se explicaba el perfil de cada político que pertenecía al mando del Presidente. Entre los más resaltantes se encontraba el Defensor del Pueblo y Comandante de los Buitres.

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Seguido del Vicepresidente, llamado Teodoro, un hombre sombrío; por cada tres de cinco palabras que decía, promovía la violencia y el odio. Su deseo siempre fue ser Presidente. En complot con Glorioso, decidieron darle muerte al anterior comandante. Glorioso, estando ya en el poder, ascendió a Teodoro a Vicepresidente.

Y por último, la mujer que todos odiaban, Yasibit Anecul, una mujer extremadamente gorda, su cuerpo no tenía forma de tantas cirugías a las que había sido sometida. Era la encargada de controlar los medios de comunicación del Gobierno, también le aseguró la victoria a Glorioso en las elecciones pasadas.

Esas eran las tres personas más peligrosas que debían enfrentar. Primero, necesitaban buscar la manera de neutralizar a los Buitres, porque ellos representaban la amenaza mayor

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April veía poco probable una victoria. Observó a su alrededor y sólo vio adolescentes desesperados por libertad. Suspiró, tratando de darse ánimos. Su objetivo estaba claro: salvar a su abuela.

Llegaría a la Capital, buscaría a los encarcelados para liberarlos y trataría de huir del país junto a su abuela. Sin embargo, una parte de ella, quería quedarse, combatir y hacerle frente a Glorioso. Estaba confundida.

Era consciente de no poseer las fuerzas necesarias. Recordaba el día en que la secuestraron por maldecir al Gobierno. Todo empezó por el crujido de su estómago. Abrió la inútil nevera de su casa y sólo se encontró con agua. Necesitaba calmar su apetito y debía esperarse hasta las 12 del día siguiente para ingerir nuevamente alimento.

Las pocas monedas que tenía consigo le alcanzaban para comprar unas cuantas verduras en el mercado pero, por la hora, no podía salir a la calle. Sus últimas reservas se las comió su abuela que, por su avanzada edad, necesitaba comer más. Empezó a dar vueltas por la cocina, desesperada.

Agarró un vaso de vidrio y lo llenó de agua; esto, de alguna forma, engañaría a su estómago por un rato. Se fue hasta la sala principal donde estaba la anciana dormida en el sofá. De niña, su abuela le contaba historias extraordinarias y ella, April, resultaba ser la heroína que salvaba a todos.

Poco recordaba a sus padres porque estos habían muerto estando ella muy pequeña; por eso, su abuela era su único consuelo. Ninguna de las dos merecía vivir de la forma en que lo hacían. Al pasar el tiempo, April fue creciendo, y entendió, de forma brusca, las políticas de su país.

No conforme, se desahogaba en la intimidad de su cuarto. Luego, el Gobierno, en busca de más poder, decidió instalar cámaras y micrófonos en cada casa para mantener vigiladas las conversaciones. Estaba prohibido hablar mal del régimen. El odio se expandió por todo el cuerpo de April.

Después de ver a su abuela, se fue a la cocina nuevamente, se paró frente a una cámara, se subió la blusa hasta el rostro y dejó al descubierto sus senos redondos y pequeños.

—¡Así  nos tienen a todos! —gritó, no tan alto para no despertar a su abuela, pero sí lo suficiente para que la escucharan al otro lado—. ¡Desnudos! Los odio por tener que irme a la cama sin haber comido. Los odio por no poder suministrarle las medicinas necesarias a mi abuela. ¡Los odio!

Y salió corriendo para encerrarse en el baño de su habitación. Se sentó en el piso, las lágrimas empezaron a bajar por su rostro. No estaba mal llorar y desahogarse. Maldijo una y otra vez al Gobierno.

Por unos instantes, se olvidó de todo. Pasado unos minutos, se levantó débil por la falta de comida. Secó bruscamente las lágrimas y se miró al espejo. Estaba demacrada. En su niñez, muchos niños y adultos halagaban su belleza. Ahora, no quedaba sino el rojizo intenso de su cabello. En ese momento, entraron los tres Buitres, tumbando la puerta y agarrando de los brazos a April.

—¿Estás bien? —preguntó Esteban, devolviéndola a la realidad. April asintió con la cabeza—. Tranquila, sacaremos a tu abuela de ahí.

Al día siguiente, April se levantó temprano para ir a su casa a ducharse y descansar un rato. Cuando llegó, notó algo extraño: la puerta principal estaba abierta. Dudó unos segundos en entrar, imaginándose lo peor.

Las luces estaban apagadas y todo, a simple vista, era normal. Quizá, había sido un error de ella y no se fijó en cerrar la puerta al salir. Subió a su habitación, se soltó el pelo y buscó las cosas necesarias para bañarse.

Antes de quitarse la ropa, una enorme mano cubrió su boca. Sintió que se asfixiaba, intentó zafarse desesperadamente. A través del espejo, vio el reflejo de la persona que la atacaba.

Sus ojos se abrieron, se trataba de un Buitre. El hombre la arrastró hasta el clóset y ambos se encerraron ahí, apretados. Ella estaba incómoda y asustada. El Buitre le fue apartando lentamente la mano y le indicó, con la otra, que hiciera silencio.

April vio venir la muerte; no podía moverse, el cuerpo fornido de su atacante la acorralaba. La respiración de él era entrecortada y olía a sangre.

—Aquí no pueden oírnos —susurró, después de un rato—. No vengo a hacerte daño. —Ella miraba fijamente el casco, intentando ver sus ojos—. Estoy aquí para informarte algo.

—¿Qué? —pronunció ella, asustada. Seguro la estaba engañando y en cualquier momento la mataría o, peor aún, la violaría. Trataría de seguirle la corriente para ganar tiempo.

—Sé que es difícil confiar en un Buitre, pero debes intentarlo.

Él, para demostrarle confianza, se quitó el enorme casco. Su rostro parecía normal, salvo por las leves cicatrices. Tenía los ojos de un verde intenso, de mirada penetrante. Estaba rapado de la cabeza.

—Soy de la Resistencia —confesó él. April miró incrédula. Necesitaba oírlo por segunda vez para creerle—. Soy un Buitre, pero estoy en contra del Gobierno y decidí unirme a la Resistencia.

En la Capital somos alrededor de 50 personas, entre jóvenes y adultos. Tenemos nuestra propia guarida y conocemos de los demás grupos en el resto del país. Sin embargo, no encontrábamos la manera de contactar con ustedes, pero he tomado el riesgo de informarte, porque debemos prepararnos para el ataque.

April estaba confundida. No sabía si se trataba de una trampa o un nuevo experimento del Gobierno. Él trató de ser lo más breve posible.

—Tienes que ser portadora de lo que te voy a decir, escucha con atención —agregó, mirándola fijamente. El olor a sangre aún salía de su boca—. Glorioso adelantó su viaje presidencial para dentro de dos días. Empezará con la cordillera central, luego la zona oriental, los llanos y culminará su recorrido con los andes. Nosotros hemos estado amenazándolo a través de anónimos y esto, de alguna manera, lo ha puesto en alerta. Tomará represalias y, conociéndolo, sabemos que derramará mucha sangre. Podría lanzar otra bomba y acabar con los estados que él crea amenazantes. Es esta nuestra oportunidad, April. Es ahora o nunca.

El Buitre le dio indicaciones de cómo encontrar un camión abandonado a las afueras de la ciudad repleta de armamento para ella y sus compañeros de la Resistencia. El camión estaba fuera de la zona de vigilancia, pero debían ser cuidadosos al trasladar las armas hasta el búnker, porque los Buitres podrían darse cuenta y ejecutarlos en el acto. Tenían ese día para hacerlo y una semana exacta para entrenarse antes de que Glorioso llegase a la ciudad. Ellos se encargarían de darle muerte mientras la Resistencia de la capital aprovecharía la ausencia de los funcionarios para entrar a la casa presidencial y acabar con todo.  April aún no estaba del todo segura de las palabras del hombre. Por un instante, el Buitre giró el rostro y alzó un poco el cuello; fue ahí cuando April vio la mancha roja en forma de estrella, la misma que tenía el Buitre que la detuvo el día en que se llevaron a su abuela. Dejándose llevar por la rabia, empezó a lanzar golpes sobre el pecho del hombre, mientras lo insultaba y le preguntaba por su abuela. Él la sostuvo y le cubrió la boca.

—Ella está bien —dijo, entre susurros—. Hasta los momentos. Glorioso la soltará junto a los demás el día en que empiece su gira. Yo mismo me he encargado de llevarle buena comida, confía en mí. Ahora, ve y habla con tus amigos.

Antes de irse, le dijo su nombre, Victorino. Él salió primero del clóset, con el casco puesto y April tuvo que esperar cinco minutos para salir. Su cabeza daba vueltas. Tenía muchas preguntas sin respuestas. El Buitre quedó en mantenerse en contacto con ella. No sabía cómo decirle a sus compañeros de la Resistencia; poco le creerían. Podría tratarse de una trampa de Glorioso para dar con el paradero de ellos y poder matarlos. Pero algo, en la mirada de Victorino, le trasmitía confianza. Aparte, le había mostrado una foto de su abuela, y eso la terminó de convencer. También, Esteban estaba en lo cierto. No eran los únicos en contra del Gobierno. Se echó un baño de agua fría para ordenar sus ideas.

Mientras tanto, en la Capital, Glorioso se preparaba para su tour por el país. Tenía listo el itinerario de los primeros estados a visitar y cuáles serían sus palabras de apertura. April, después de tanto pensarlo, decidió contarle a sus compañeros toda la información dada por Victorino. En un principio, Esteban no pareció convencido; pero él, de alguna manera, lideraba a los de la Resistencia y debía darles ánimos. Junto a los demás, idearon un plan para acercarse al camión y trasladar las armas hasta la base. Trataron de ser lo más cuidadoso y, sin mucho contratiempo, lograron su objetivo. Todos en el búnker brincaban de alegría, había armas que nunca en sus vidas vieron. Ahora, debían aprovechar el tiempo en ponerse a entrenar. Lo hicieron durante dos días seguidos, sin parar. Aprendieron a utilizar las armas y se entrenaban en combate cuerpo a cuerpo. Esteban era el maestro de April, cada tres horas se enfrentaban. La pelirroja había descubierto ser buena con las patadas y era algo en lo que debía sacar provecho. Todo lo hacía por su abuela; las dos merecían vivir bien y lograría, con la Resistencia, la libertad del país.

CONTINUARÀ

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