LPB ante un escenario incómodo: adherirse o desaparecer

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Tras las primeras horas desde el anuncio de una Liga Nacional (LNB) más larga entre septiembre de 2017 y abril de 2018, por parte de Carmelo Cortez, presidente de la Federación Venezolana de Baloncesto (FVB), en la junta directiva de la Liga Profesional de Baloncesto (LPB) ha imperado el silencio.

De ser la principal liga rentada de la disciplina en el país desde su conformación en 1993, como heredera única de la Liga Especial y con el propósito de ser siempre privada e independiente de los designios de la FVB, ha pasado en menos de 48 horas de una posición de exigencia de divisas a autoridades gubernamentales, para cumplir con una campaña recortada, a preguntarse si acaso no será su última.

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Y es que, incluso en el escenario de que se jugase una campaña 2017 desde alguna fecha entre finales de enero y mediados de febrero hasta mayo o principios de junio, el establecimiento de la LNB como la liga a jugarse entre septiembre de 2017 y abril de 2018, en el nuevo rango de fechas competitivas impuesto por el calendario unificado a ser aplicado por FIBA de forma obligatoria en el mundo entero el próximo año, parece obligar a la LPB a tomar una decisión: adherirse o desaparecer.

El solo hecho de no tener una competencia doméstica de clubes larga ya afecta de algún modo la posibilidad de que la selección de Venezuela tenga un desempeño acorde a las exigencias cuando le toque disputar la nueva Copa América de FIBA y el arranque de las ventanas eliminatorias al Mundial FIBA de 2019, a iniciarse en noviembre del próximo año.

La FVB, a la que le avalan sus resultados a nivel de selecciones e incluso lo hecho por Guaros de Lara en la Liga de las Américas FIBA y la Copa Intercontinental, y que en su LNB -existente desde 1996 como heredera de las Ligas Superiores- ya incluye la participación de algunas de las franquicias de LPB (Guaros, Marinos, Cocodrilos), parece jugar con ventaja clara un ajedrez en el que, a su favor, aparece la imperiosa necesidad de adecuarse a exigencias internacionales que la LPB ignoró en los últimos tres o cuatro años.

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Podría ser 2017 un año en el que se juegue una LPB sin propósitos claros y en transición hacia una nueva forma de entender el baloncesto de clubes en el país, a partir de una LNB que funcionaría con criterios muy diferentes a lo que ha hecho en el último par de décadas, ya con un espacio más preponderante y definitivo en el curso de su historia.

Por el momento, solo se sabe que la LPB seguirá en espera de divisas correspondientes a un tercio de la campaña 2015 y la totalidad de la 2015-2016 pese a que parece nulo el interés gubernamental por atender tales compromisos. También que la LNB, incluido un contrato de derechos de televisión que garantiza su difusión hasta 2020, camina por el canal rápido hacia su consolidación.

Más allá del año de transición (2017), no hay posibilidad de coexistencia entre ambos torneos. Solo un intercambio de roles o la desaparición de una. Japón tuvo que aprender esa lección por las malas. En Venezuela, debería ser diferente.

 

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