El ejército atrae miradas mientras Venezuela se tambalea

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Eran las 10 de la mañana y el teniente recién ascendido ya sudaba debajo de su careta protectora de plástico y su chaleco antibalas color negro.

Unos días antes, el hombre de 28 años de nombre Catire había visto cómo le rompían el brazo a un miembro de la Guardia Nacional durante una protesta. Y una semana atrás, uno de sus amigos se desplomó a tan solo unos pasos de él mientras hacía frente a las manifestaciones: había recibido un disparo en la ingle.

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Catire se levantó su visor y fumó sin parar junto a su motocicleta con la esperanza de que el día pasara rápidamente.

A varios kilómetros de distancia en el otro lado de la ciudad, decenas de miles de venezolanos con camisetas blancas y máscaras antigás de fabricación casera se reunieron para marchar hacia donde estaban Catire y su unidad, parte de un sangriento movimiento de protestas que ingresa a su tercer mes y en el que más de 60 personas han muerto.

La familia de Catire sufre al igual que los manifestantes, que pasan hambre mientras ven cómo su dinero se vuelve inservible. El teniente no sabe si culpar de la crisis al gobierno o a la oposición. Lo que él y otros soldados decidan en los próximos meses podría definir el destino del país.

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El presidente Nicolás Maduro ha ampliado de manera importante la autoridad de los militares y se está apoyando en las fuerzas armadas a medida que se debilita el control que él tiene del poder. El ejército ha ayudado a respaldar al gobierno socialista durante más de una década, pero nunca había sido el principal apoyo del gobierno. Y a pesar de la lealtad que muestran los altos mandos, comienzan a aparecer algunos resquebrajamientos en ésta.

En abril, tres tenientes rechazaron públicamente a Maduro como comandante en jefe de las fuerzas armadas y solicitaron asilo en Colombia. Otro teniente en un agitado estado del occidente del país rompió su credencial de identificación militar ante la ovación de los presentes, y dijo que los soldados no deberían voltear sus armas contra el pueblo. Días después estaba en una prisión militar.

«El país está descontento y los militares no destapan de esta situación. La historia habla muy bien de las fuerzas armadas, que siempre están donde está el pueblo. Para Maduro sobrevivir políticamente será difícil sin esta herramienta», dijo Cliver Alcalá, un general retirado que participó en el golpe de Estado iniciado en 1992 por un oficial de bajo rango entonces desconocido de nombre Hugo Chávez.

Ahora Alcalá es un crítico abierto del gobierno. A pesar de los servicios de contrainteligencia y de la estrecha vigilancia en los cuarteles, es poco probable que Maduro se entere de que se está gestando un alzamiento hasta que ya lo tenga encima, destacó.

Si llegara a presentarse un golpe de Estado, se desataría una crisis internacional en todo un hemisferio profundamente marcado por los sangrientos alzamientos militares ocurridos durante gran parte del siglo pasado. Pero la mayoría de las figuras de oposición esperan un respaldo mucho más pasivo: que los soldados dejen de atacar a los manifestantes.

Más de una decena de oficiales militares fueron arrestados durante las dos primeras semanas de protestas y encerrados en prisiones de las fuerzas armadas bajo sospecha de rebelión, de acuerdo con documentos militares que un tercero entregó a The Associated Press.

El gobierno ha consentido a las fuerzas armadas tanto como lo permite una economía en ruinas. Antes de que Catire se enfundara en su uniforme verde, sus botas a la rodilla y su blindaje negro para hacer frente a una manifestación, se sentó a desayunar dos arepas, frijoles, huevos y café con leche, más de lo que muchos venezolanos comen en un solo día.

Recibe bonos en dólares y su estatus les ha permitido a sus familiares adelantarse a los demás venezolanos con el fin de recibir facilidades para apartamentos con subsidio gubernamental, electrodomésticos y automóviles. Pero esas prestaciones han sido insuficientes para aislar a las familias de los militares del crimen y el desabasto. En Caracas, Catire, que significa sangre en el lenguaje callejero local, se siente cada vez más arrinconado. Al igual que la mayoría de los soldados, ha estado confinado en los cuarteles desde que comenzaron las protestas a finales de marzo.

Los líderes de oposición se han valido de las redes sociales para difundir exhortaciones a los jóvenes soldados que matan el tiempo en sus cuarteles. En un video reciente, el legislador José Manuel Olivares hizo énfasis en las consecuencias potenciales que podrían enfrentar los soldados que les disparen a los manifestantes.

«Tú capitán, tú teniente y primer teniente tienes la misma edad que yo, tenemos la misma expectativa de vida y de sueños, pero ustedes son los que están cumpliendo una orden de represión y de calle, específicamente la Guardia Nacional, mientras sus jefes están negociando cómo salvan sus privilegios y pellejos; a ustedes los va a seguir imputando la Fiscalía», declaró.

Al igual que muchos de los principales políticos, Olivares, de 31 años, ha sido fotografiado varias veces trastabillando mientras huye de las ráfagas de gases lacrimógenos y con el rostro ensangrentado durante las protestas.

La oposición ha dicho que responsabilizará a los agentes por cualquier violación a los derechos humanos, y el mensaje parece resonar. En 2014, Estados Unidos sancionó a agentes involucrados en un operativo mucho más leve contra manifestantes y, en una grabación secreta a la que The Associated Press tuvo acceso el mes pasado, se escucha a varios altos oficiales del ejército mientras debaten sobre el uso de francotiradores contra los manifestantes, y algunos expresan su preocupación ante la posibilidad de que enfrenten un juicio legal en caso de que la oposición llegue al poder. No se pudo verificar la autenticidad de la grabación.

Catire ha tomado precauciones adicionales desde el día en que vio a su amigo desplomarse a su lado mientras su unidad rociaba gases lacrimógenos sobre los manifestantes en una plaza de un vecindario afluente en el este de Caracas. Una bala atravesó el muslo de su compañero y le perforó la ingle, lo que le provocó una rápida pérdida de sangre. Esa misma tarde y en la misma plaza, un manifestante adolescente murió luego de que una lata de gases lacrimógenos le aplastara el pecho.

Aunque los soldados infligen más lesiones de las que sufren, Catire está al tanto de que los manifestantes arrojan piedras y bombas incendiarias. A menudo también hay disparos de milicias progubernamentales que se meten a la refriega en motocicletas. Durante las marchas han muerto al menos un miembro de la Guardia Nacional y dos policías.

Además de pedirles a los soldados que dispersen las manifestaciones, Maduro depende de los tribunales militares para encarcelar a los manifestantes y les otorga a las fuerzas armadas un importante papel en sus esfuerzos por reescribir la constitución. Desde que comenzó el movimiento de protestas ha invitado a miembros uniformados del ejército a aparecer en mítines televisados, y ha ascendido a muchos oficiales al cargo de general.

Aunque carece de los antecedentes militares de su mentor Chávez, Maduro se ha esforzado recientemente en recalcar que, al igual que los soldados, él también proviene de la clase trabajadora, y enfatiza que él y muchos de los soldados tienen tez morena, mientras que los líderes de la oposición y la élite venezolana lucen, en general, más europeos. En mayo se presentó ante un grupo de jóvenes soldados y les dijo que los manifestantes habían quemado vivo a uno de los presentes porque tenía la piel morena como el mandatario y los soldados. Los testigos aseguran que la víctima fue sorprendida robando.

Catire, quien no dio su nombre completo debido a que violó el protocolo al hablar con una reportera, dijo que el país está cayendo en una guerra civil. Creció en una familia pobre cerca de la frontera con Colombia y se unió al ejército porque le gustaba la idea de traer orden a una nación caótica. No está de acuerdo en que la oposición exhorte a las fuerzas armadas a que elijan un bando, y cree que el ejército debe permanecer neutral y aguardar a las elecciones.

Al mediodía el día de la protesta, él y otros soldados repelieron a los manifestantes con gases lacrimógenos y chorros de agua.

Hacia el final de la jornada, un grupo de mujeres se acercaron al puesto de Catire y les gritaron a los militares: «íQuítense y vengan con nosotras!». Algunas se desnudaron y arrojaron su ropa por encima de la barricada de 3 metros (12 pies) de altura que habían instalado los soldados, los cuales se mantuvieron inmóviles y en silencio. Las mujeres les volvieron a insistir que quitaran la barricada.

Después de unas cuantas horas más, ambas partes se retiraron a casa para refrescarse y se prepararon para repetir todo el proceso al día siguiente.

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