Alberto Castillo Vicci: “Soy un hombre afortunado”

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La expresión pertenece al profesor Alberto Castillo Vicci, invitado especial a esta página cuando se le preguntó sobre lo que ha sido su vida desde su nacimiento en la vieja sede de la Policlínica Barquisimeto hace un montón  de años que, dicho sea de paso, no le pesan para nada porque goza de buena salud y un entusiasmo que le recuerda sus años mozos en una ciudad que dice amar por encima de todos los problemas que la aquejan.

El director general, Juan Manuel Carmona y Keren Torres Bravo, jefe de información del diario, no cesan de sonreír cuando este insigne personaje, enamorado de la computación en sus diferentes especialidades, narra con cierto gracejo los hechos y personajes que formaron parte de su adolescencia y madurez. Antes de comenzar la conversación confiesa con cierto rubor que de lo único que lo incomoda es cierta animadversión por los lugares cerrados, por lo cual prefiere  llegar a  hasta la oficina del director evitando de esa manera los ascensores.

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-Mis padres fueron Alberto Castillo Arráez y Blanca Vicci Oberto, él un personaje casi de leyenda porque no solamente era profesor universitario, sino también escritor, locutor de noticias y un excelente actor. Su mejor personaje y el más popular fue el de el Inspector Nick, un detective muy particular encargado de resolver los casos más intrincados en la vieja Televisa, que más tarde se convirtió en Venevisión. Durante varios años, el Inspector fue el “Columbo” que obligaba al seguimiento de los episodios escritos por Alfredo Cortina, autor de los libretos del programa. Su madre, doña Blanca, se encargó de criar a los muchachos que se multiplicaron luego, porque el Inspector decidió casarse en segunda, tercera y cuarta nupcias.

-Somos once hermanos en total, porque mi madre también tuvo descendencia al casarse de nuevo- explica. Pese a estos problemas domésticos, Alberto, a quien todos conocen como Kiko, no tuvo ningún problema para adaptarse a esa situación tan particular de sus progenitores. Fue así como ya con una edad escolar inició sus estudios en el colegio La Salle de Barquisimeto donde transcurrió su infancia y más tarde escaló las aulas donde se formaban los futuros bachilleres que egresaban del hoy centenario instituto.

Cuenta el Kiko – así le gusta que lo llamen en confianza- que una de las virtudes del lasallismo es la de hacer amigos para toda la vida. “Es casi una filosofía de vida. En este momento recuerdo el grupo de inseparables en esa época: Omar Montero, Tito Sidow, Alejandro Dappo, entre otros, con los cuales hemos mantenido una relación fraternal que se prolonga en el tiempo, aunque hemos caminado en la vida por senderos diferentes.

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Barquisimeto siempre ha sido mi norte y mi sur; recuerdo muchas anécdotas de mi juventud primaria, pero sería largo de contar, por ejemplo, las famosas pandillas serenateras y peleonas de la ciudad. Cada una de ellas tenía en sus filas a un cantor y a un gallito de pelea encargado de dar la cara a la hora de los puñetazos. Era una ciudad segura en todo el sentido de la palabra. Las cosas de los muchachos pueden calificarse hoy de simples travesuras si las comparamos con la violencia que  se vive en estos tiempos. También me aficioné al aeromodelismo y hasta teníamos un club de vuelo.  Era una verdadera hazaña conseguir que aquellos aparaticos surcaran los cielos barquisimetanos. Sin embargo lo intentábamos cada vez que podíamos o construíamos con nuestras propias manos los aviones.

Me casé muy joven con Alecia Felice, una bella muchacha a la que conocí cuando ella apenas era una adolescente y yo ya un hombrecito. Esperamos un tiempo prudencial para la boda por recomendación de nuestras familias. Hoy disfrutamos de cinco hijos: Alberto Enrique, Martín Miguel, Luis María, Claudia Inés y Alecia Cristina. Mi esposa es médico.

Cuando dije al principio que era un hombre afortunado quise decir que la suerte no existe si no hay de por medio el interés, la perseverancia y el talento para salir adelante en las situaciones más  adversas. Mi emprendimiento estaba  sólidamente apoyado por la necesidad del aprendizaje. Era un consumidor de libros por la necesidad de conocer más allá de la cotidianidad del ser humano. Tal vez por eso mi inclinación hacia la ciencia y la tecnología fue la chispa que encendió el motor  para avanzar en los conocimientos. Claro, en ese sentido tuve el apoyo de mucha gente a la hora de encontrar  las vías y las orientaciones  para poder realizar mis sueños”.

Ya graduado de bachiller, Kiko Castillo resolvió irse a la capital de la República para intentar conseguir cupos en la Universidad Central, logrando esos objetivos gracias a ese casi insospechado talento necesitado de oportunidades para enfrentar el futuro.

Sus compañeros de La Salle ya estaban cursando estudios universitarios y Kiko seguía deshojando la margarita, sintiendo una gran atracción por la ciencia y la tecnología. Leía con avidez todas las publicaciones sobre esos temas, especialmente de lo relacionado con la incipiente inteligencia  artificial y otros sistemas informáticos.

“Mi primer contacto con el mundo informático fue también mi primer trabajo. No hubo mayores problemas para conseguirlo gracias a los resultados de un complicado examen de admisión obligado por la IBM, una empresa alemana líder en el mercado nacional. Siempre he tenido facilidad para los razonamientos, mientras los otros aspirantes sudaban la gota gorda, como suele decirse para dar las respuestas a los cuestionarios. Yo, modestia aparte, resolvía los problemas en muy poco tiempo. En ese examen fui el único con 100 puntos. Como era de esperar, fui elegido con la ‘astronómica cifra’ de 1.400 bolívares mensuales. Te puedes imaginar la alegría de aquel jovencito que daba sus primeros pasos en el mercado laboral”.

El afortunado seguía dando pasos firmes y seguros en la IBM y cada día se adentraba en los misterios de la cibernética con mayor profundidad. Sabía con claridad meridiana que había más información en países más adelantados que el nuestro, pero ¡cómo llegar hasta esos centros de poder!

Querer es poder, hay personas que aunque quieran no pueden. Kiko Castllo Vicci, el guaro de su grupo en IBM estaba más interesado en el estudio que en el dinero que le proporcionaba su trabajo. Sería largo de enumerar las veces que en su solitaria habitación pensó dar el salto a los Estados Unidos o a Europa. Allí podía estar absorbiendo todos los conocimientos que conocía solamente por referencia. En la UCV y en la Universidad Católica lo conocieron como el guaro empeñado como estaba en crecer con rapidez en ese mundo cautivante y apasionante de la cibernética.

Un buen día decidió emprender la marcha a Washington en primer lugar y a Wisconsin, Madison, donde comenzó a relacionarse con profesores y científicos interesados en el desarrollo de la informática. Kiko volvía a ser Alberto en su relación personal. Había hecho grandes esfuerzos para aprender el inglés y se sentía preparado para comunicarse en ese idioma con sus congéneres sin parecer que hablaba como Tarzán.

Habrá que escribir un libro para seguirle las huellas a Alberto Castillo Vicci en  su larga pasantía –casi 7 años- en los Estados Unidos, pero quizás en su actual faceta de escritor pueda hacerlo muy pronto. Puede ser un aporte interesante  y ejemplarizante a la vez para los jóvenes venezolanos que sueñan con un futuro luminoso para ellos y este país que necesita de una generación dispuesta a insertarse en el mundo de la ciencia y la tecnología.

Ya como profesor jubilado de la Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado, donde fue pionero de los estudios informáticos, Kiko se reencontraría con la lectura más recreativa después de escribir para la revista de la UCLA algunos artículos.

Le sedujo la idea de hacer un libro sobre sus experiencias personales  y así lo hizo con mucho éxito y referencia para estudiantes. Fue el inicio de una nueva vida para este hombre de hablar pausado, tranquilo y claustrofóbico.

Con el tiempo a sus disposición y seguramente el apoyo y la comprensión de su familia se acercó a su computadora a escribir una serie de  cuentos con buena prosa, creativos y entretenidos, premiados por la Casa Nacional de las Letras en el 2008.

Llegarían más tarde Demiurgo, fábrica de Utopías, ciencia y ficción; una biografía del filósofo inglés Bertran Rusell, uno de sus favoritos; una novela ensayo llamada Proyecto Tánato, Memorias de Mabil y Plenitud de los tiempos, una novela histórica del siglo XX, entre otras publicaciones que ya trascienden el mundo de la literatura.

Ayer el profesor Alberto Castlllo Vicci recibía una buena noticia: la Sociedad Venezolana de Computación le otorgaba un valioso premio a su destacada trayectoria nacional en el marco del evento EVI-CONSISA 2017 a realizarse el 18 de octubre en la Universidad Católica Andrés Bello, como reconocimiento al trabajo que durante más de cuarenta años ha realizado en favor del avance de la computación, informática y sistemas en Venezuela.

Kiko, para sus amigos y paisanos barquisimetanos, al conocer esta estupenda noticia quiso compartirla con los estudiantes, profesores y directivos de la Universidad Lisandro Alvarado. Que en una oportunidad fueron beneficiarios de su trabajo.

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