Sin miedo ante los tigres de la selva de concreto

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El miembro del Frente Autónomo en Defensa del Salario, Froilán Barrios, informó a finales del año 2015, que el 75 % de los venezolanos devengaba salario mínimo.

Es una situación que evidentemente lleva a los venezolanos a rebuscarse de diferentes maneras. Algunos han tenido que dejar sus trabajos en empresas o instituciones para dedicarse a un oficio que les permita una mayor entrada de dinero, y otros, por miedo a dejar su fuente de ingreso segura, realizan distintos oficios en sus días libres.

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El licenciado en enfermería Richard Pérez, relata que se graduó 16 años atrás y dedicó 7 años de su vida profesional a Ascardio y luego lo llamaron para trabajar de la mano con la Policía Municipal de Iribarren. Anteriormente los ingresos que obtenía le daban para mantener a su esposa y dos hijas, pero desde hace dos años para acá se comenzó a rebuscar porque el sueldo no le alcanzaba. Primero formó una empresa de ambulancias a domicilio junto a un socio, pero no fue un negocio rentable por la falta de medicamentos en el mercado, posteriormente trabajó como transportista.

“Laboraba de 8 a 4 de la tarde en la Policía y de 9 a 12 de la noche hacía las rondas con mi automóvil. Con tres horas al día como transportista podía obtener el doble de ganancia que en mi trabajo regular. (…) Lo único lamentable es que solo le podía dedicarle tiempo a mis hijas los fines de semana”.

Pérez como profesional opina que es lamentable y triste que cualquier persona que se esfuerce durante tres o cinco años para obtener un título, luego no le servirá absolutamente en nada. “Los profesionales para sobrevivir o ejercen algo que no tiene que ver con lo que estudió o se van del país. Así sucede con mi esposa que es docente pero debe trabajar en la licorería de un familiar o vender artesanías (…). Los niños ven que no vale la pena perder su tiempo estudiando si pueden ganar más dinero vendiendo café en una esquina o haciendo cualquier otra cosa”.

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Lo mismo sucedió con el señor Luis Montesdeoca, contador. Durante 16 años se dedicó a la administración de una empresa distribuidora de productos de consumo masivo, especializada en realización de galletas; sin embargo, la institución quebró en el 2015 por la escasez de harina y azúcar.

Desde la fecha, Montesdeoca se dedica esporádicamente al balance contable de empresas pequeñas y desde hace seis meses consiguió un contacto que le distribuye productos de limpieza; ante eso Montesdeoca decidió invertir en jabones, desinfectante, lava platos, cera, y otros productos completamente artesanales. En la mañana sale de su casa y se dirige a la entrada de un tienda que está ubicada en los alrededores del Terminal de Pasajeros de Barquisimeto, donde coloca sus productos en una mesa plástica y espera con ansias que lleguen los clientes.

“Los profesionales en este país son muy mal pagados y debemos buscar otras formas de sobrevivir. A muchos de mis colegas los he visto en las calles vendiendo tomate y verduras. Esa es la realidad”.

Puestos improvisados

“El comercio es lo único que da”, frase común que repiten los trabajadores de la economía informal. Un grupo que anteriormente juzgaban de estar conformado por personas que no estudiaron o no tenían un empleo fijo para mantenerse, hoy en día es un oficio ocupa las calles de toda la ciudad y personas de cualquier estrato social.

Puestos improvisados se han creado a lo largo de todo el centro de la ciudad. En una manzana se pueden observar grupos dedicados a la venta de frutas, hortalizas o granos de la temporada, otros colocan sus mesas plásticas y venden cualquier cantidad de artículos. En otras zonas de la entidad, los vecinos se convirtieron en bodegas ambulantes de la comunidad e incluso ya es una costumbre que se volvió un negocio familiar y se observan alumnos de bachillerato, portando sus uniformes y vendiendo.

Julio Díaz durante más de 10 años trabajó como supervisor de una empresa de seguridad, pero afirma que el salario no le rendía. Desde que renunció se dedicó a la venta de empanadas todas las mañanas. Cada día se levanta a las 4:00 a.m, con una cava se dirige a la avenida Vargas para venderle el desayuno a todos los que pasan, y ya a las 9:00 de la mañana remata toda su mercancía.

Méndez quiso aprovechar su tiempo libre en las tardes y a las 12:00 del día regresa al punto de partida, donde coloca una mesa plástica y ofrece: tostones, cigarrillos, otro tipo de chucherías y llamadas telefónicas.

“Es un trabajo más tranquilo y relajado hasta que se me acaba la harina y no encuentro dónde comprarla, pero las ventas me dan mucho más que un salario mínimo y no le tengo que rendir cuentas a nadie. Lo hago porque decidí irme del país y es una manera de tener una entrada extra e ir ahorrando”.

María Gutiérrez por su parte, convirtió el porche de su casa en una tiendita. Anteriormente vendían empanadas, arepas y helados; pero desde que comenzó la escasez de productos de la cesta alimentaria los ofrece por gramos; así mismo comercializa huevos y tortas.

Los adultos mayores que deben mantenerse solo con el ingreso de su pensión y jubilación también se ven obligados a buscar maneras de rebuscarse. La señora Octavia Meléndez es una octogenaria que se dedica a la costura desde los 12 años de edad. Es una profesión a la que le entregó la mayor parte de su vida, pero lamentable desde hace seis años sufre de cataratas y sus ingresos no le permitieron adquirir los medicamentos o atención necesaria.
Meléndez cambió los hilos y tijeras por el comercio informal.

Cada mañana compra panes salados y dulces en una panadería que queda cerca de su casa, coloca la mercancía en una caja y la arrastra lentamente en una cuna deteriorada, con la poca fuerza que le permite la edad, por los alrededores del Terminal de Pasajeros.

“Nosotros somos cinco hermanos, pero en mi casa solo vivo con la mayor de ellas y nosotras mismas nos debemos mantener. Este es mi día a día, salir bien tempranito y regresar a mi casa cuando cae la tarde mientras trato de vender algo”, expresó Meléndez luego de tener más de media hora esperando en una esquina del centro de la ciudad que alguien se acercara a comprar el pan tipo canilla que ella ofrece en 600 bolívares; mientras suspira de que de haber sabido lo que le esperaba se hubiese preparado en otro oficio.

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