Del Guaire al Turbio: EFEMÉRIDES

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 No sé si mis lectores -si los tengo- se han dado cuenta de que a mí me gustan mucho las efemérides. Si mi columna, que sale cada 15 días, cae en un día señalado, casi siempre escribo sobre o en torno a éste. Sin em- bargo, acabo de pasar por alto el 2 de mayo porque le di prioridad a los he- chos provocados por dos disímiles personajes: el pelotero Oswaldo Guillén y Juan Carlos I, rey de España.

El Levantamiento del 2 de Mayo de 1808 del pueblo de Madrid contra la ocupación napoleónica, aunque parezca exótico para nosotros, en cierta forma nos atañe porque fue el germen de nuestro 19 de abril de 1810 que nació justamente para reclamar la legitimidad del depuesto Fernando VII como rey de España. Pasó el momento y no me referiré a éste, pero para enmendar el entuerto, escribiré sobre una trágica efeméride, también en España, que se conmemora hoy. Por supuesto, esto es para que me dé pie para meterme en quién sabe qué tema. Ya verán.

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El 16 de mayo de 1920 murió José Gómez Ortega, mejor conocido como Gallito o Joselito, de estirpe gitana, nieto, hijo y hermano de toreros, de la dinastía taurina de los Gallos; para por muchos críticos, el torero más com- pleto de la historia. Famosa fue su rivalidad con Juan Belmonte en la déca- da de 1910, considerada la Edad de Oro del toreo. Entre ambos, le dieron al arte taurino un nuevo rumbo. Joselito, maestro de la vieja lidia, estuvo en la transición hacia el toreo moderno que consagrara Belmonte.

A Gallito lo mata el toro Bailador, de la ganadería de la «Viuda de Ortega», burriciego, en la plaza de Talavera de la Reina, de tercera categoría. No le tocaba torear allí, ni siquiera estaba en el cartel, pero disgustado por lo que consideraba un trato ingrato de los aficionados de Madrid, canceló su corri- da allí el mismo día y fue incluido a última hora en el festival talaverano pa- ra torear un mano a mano con su cuñado Ignacio Sánchez Mejía (cuya muerte más tarde, también por las astas de un toro, inmortalizó Federico García Lorca). Lo esperaba la Parca en los cuernos de Bailaor. Apenas tenía 25 años.

La prematura e inesperada muerte de Joselito fue un acontecimiento luc- tuoso en España y en la Hispanoamérica taurina. Papá me contaba que caminaba por una calle del centro de Caracas cuando se encontró con su primo, Enrique Álamo, quien desencajado y agitado le dijo: «Antonio, ¡un toro mató a Joselito!» 27 años más tarde fui yo la descompuesta y llorosa, cuando Islero mató a Manolete en la plaza de Linares. Lo había visto torear el año anterior en esa joya de arquitectura taurina que es la plaza de toros de Maracay y quedé prendada de su arte.

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Volviendo a Joselito, cuando se cumplen hoy 92 años de su muerte, tuve el privilegio de tener colgado en mi cuarto, durante todo un año, un capote de paseo suyo, grana y oro. Me lo dejó en depósito, para que lo cuidara y no se lo quiso confiar a más nadie, Oscar Palacios Herrera (q.e.p.d.), al irse a España durante una temporada para dedicarse a escribir. Era un legado de un tío suyo a quien se lo había regalado el hermano de Joselito, Rafael Gó- mez «El Gallo», en uno de sus pasos por Caracas. Vaya usted a saber si era verdad la original pertenencia, porque esos gitanos son muy menti-rosos y a lo mejor inventó el cuento para sacarle unos reales al tío de Os- car. Dios me perdone el juicio temerario, sobre todo porque disfruté mucho viendo en mi pared tan preciado tesoro.

Esto es puro pasado, hoy el fútbol ha destronado el toreo en España y bas- tante en América. Contentos deben estar con esta extinción los de las so- ciedades protectoras de animales, los conservacionistas, los que ven en el toreo una costumbre bárbara y cruel que debe desaparecer. Respeto esa opinión, pero advierto a los puntillosos ecologistas: en primer lugar, el toro crece en las dehesas bajo el sol y el viento, en gozosa libertad, con su destino trazado de morir en la arena después de unos minutos de arte, do- lor y gloria, en una lucha que puede ganar. No así el animal sin defensa en la caza deportiva. En segundo lugar, al acabarse las corridas de toros, ¡se extinguirá para siempre la bella y gallarda especie del toro de lidia!

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