Del Guaire al Turbio – Los colores del viento

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Hace muchos años –imagínense cuántos- conocí a Juan Vicente Gómez. Muy pequeña, paseaba con mi nana por la placita Petión -hoy desaparecida- en El Paraíso. Había también otros niños con sus respectivas cuidadoras. Pasó el general en su carro y con su séquito, se detuvo, descendió del vehículo y repartió fuertes entre las criadas. Alguien le dijo: “Ésta niña es hija del Dr. Álamo” y entonces me puso su mano enguantada en la cabeza. Más de lejos lo vi en el Nuevo Circo y en el Hipódromo. Cuento esto para hacerles ver que he vivido en vivo, salvo los 5 años de exilio en Costa Rica, toda la historia política contemporánea de Venezuela. Siempre aclaro: si no sé mucho de política –no es mi campo- sí tengo toda la experiencia de haber sufrido en carne propia los avatares de ésta y me siento con cierta autoridad para opinar. A eso voy.

Cuando en las primarias de 2012 escogimos el candidato de la oposición para enfrentar al ilegítimo difunto, voté por María Corina Machado sabiendo que no iba salir, pero se debía empezar a sumarle votos, como hicimos con Caldera: salió presidente la quinta vez que votamos por él. Antes, nos sabíamos perdedores, pero votábamos con esperanza en el futuro y éste llegó. Confío mucho en la paciencia y la perseverancia, construyen, en cambio la impaciencia y el desaliento desbaratan.

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No estoy de cuerdo con la reciente resolución de María Corina y su partido de separarse de la MUD. Para mí es obvio que no es hora de dividir sino de unir, de no querer imponer criterios personales, sino de someterse a una mayoría; no darle en bandeja de plata al oficialismo lo que evidentemente busca, la desunión, por aferrarse a criterios personales. Por desgracia, María Corina, con todo lo valiosa que es, indudable excelente candidata para la presidencia, cojea del mismo lado que otro magnífico candidato: Leopoldo López. Ambos no aceptan autoridad por encima de ellos. Leopoldo era de Primero Justicia, pero no soportó ser sólo parte y fundó su propio partido. Lo mismo María Corina, tiene que ser jefe. Cofundadora de Súmate, se alejó y formó un partido. Es una dispersión de energías. Les recuerdo -o mejor cuento, porque no van a recordar lo que no vivieron- a estos brillantes y prometedores líderes políticos nuestros, el caso patético de Jóvito Villalba, de la generación de 1928 que se alzó contra Gómez.

En 1936, era un gran líder estudiantil. Presidente de la Federación de Estudiantes de Venezuela, manejaba el movimiento universitario. Se veía predestinado para la más alta posición de la nación. Con el perfil perfecto de un adeco, se deslindó de Rómulo Betancourt, no le cabía secundar a nadie. Fundó su propio partido URD. Ganó las elecciones de 1952 -AD estaba inhabilitado, absorbió todos sus votos- y la dictadura de Vallenilla-Pérez Jiménez se las arrebató. Al renacer la democracia, conformó el Pacto de Punto Fijo. Se salió, no aguantó a Betancourt como presidente. Rafael Caldera, fiel el pacto, perseveró y Rómulo, entre muchos tropiezos, culminó su mandato por la guanábana: (AD-Copei) en el gobierno. Caldera llegó a presidente. Villalba desbarató su destino.

En política -creo yo- hay momentos de hablar o de callar, de pelear o de aceptar y de transigir, en una palabra, para un logro mayor, no personal sino colectivo, en bien del país. Ni hombres ni organizaciones son perfectos, no podemos pretender que todo se acomode a nuestros gustos, ideas e intereses, convencidos de estar del lado de la razón, la verdad y la ética. Eso es utópico e iluso, es como buscar los colores del viento.

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