Del Guaire al Turbio – Sin dejar de reír

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Difícil en estos tiempos de negaciones anticonstitucionales, abusos de autoridad, persecuciones injustas, inseguridad, hambre y tantos desmanes que sufre nuestra patria, conservar la serenidad, la paz interior, la fe, la esperanza, el optimismo y la alegría de vivir. Difícil, pero no imposible. Arduo, pero realizable. Es más, necesario, imprescindible e impostergable.

No podemos claudicar. Hay materia para lograrlo. El carácter nacional es más dado a la risa y la broma que al llanto y al pesar. Cuántas veces nosotros mismos nos hemos tachado de inconscientes e irresponsables por esto. De las tragedias hemos hecho chistes, de las carencias guachafita. Pues bien, ha llegado la hora de construir sobre estas aparentes debilidades. De volverlas fortaleza para capear el vendaval.

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Hay hechos -algunos dirán leyendas- en la historia anecdótica de Simón Bolívar que nos sirven de inspiración para seguir adelante y, ¿por qué no?, para rescatar la figura de nuestro héroe tan manipulado y vilipendiado en los últimos tiempos. El 4 de julio de 1817, en la Laguna de Casacoima, rodeado, próximo a ser fusilado por los realistas y metido en el lodo hasta el cuello, un único y fiel compañero le oyó decir:

“En pocos días rendiremos a Angostura, iremos a liberar Nueva Granada, arrojaremos los enemigos del resto de Venezuela, constituiremos a Colombia, izaremos el pabellón tricolor sobre el Chimborazo, iremos a liberar la América del Sur y asegurar su independencia, elevaremos nuestros pendones victoriosos hasta el Perú y éste será libre”. Esta inusitada arenga-agenda en solitario, titiritando en el pantano, por supuesto que la valió el apodo histórico del Loco de Casacoima y, sin embargo, la cumplió a cabalidad. No pasó mucho tiempo hasta que el “loco” se le manifestara de nuevo. En vísperas de la campaña de Ayacucho, tras el sublevamiento de El Callao y otro motín, enfermo y derrotado en Pativilca, alguien le preguntó: “¿Y qué piensa hacer usted ahora?” Su respuesta fue inmediata y firme: “¡Triunfar!”

Ahí tenemos el ejemplo, nadie está vencido si no se vence a sí mismo con el desaliento, la quejumbre y el pesimismo. Podemos estar sumidos en el profundo pozo del desastre, ¿pero quién nos puede impedir mantener la mirada en el cielo? De allí vendrá nuestro ímpetu. Pero no miremos hacia lo alto con cara de mártires, ni invoquemos a Dios con muecas de víctimas llorosas. Oremos sonriendo, con la sana alegría de la paz interior, fruto de la fe. Se me hace que el Señor oye y responde mejor a la risa que al llanto,
porque demuestra mejor la confianza en su providencia. En añadidura, va más con nuestra idiosincrasia.
Dicen por ahí que los venezolanos somos tan gozadores que hasta el final de la conocida oración de la Salve lo cambiamos, en todas partes rezan: … para alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo. Amén. Pero nosotros decimos: … para alcanzar y gozar…

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Corolario en esta encrucijada de acciones y reacciones: ¡quien ríe de último ríe mejor!

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