Del Guaire al Turbio – Sonrisa

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Qué difícil sonreír cuando uno ve, impotente, cómo las fuerzas de seguridad -mejor, de agresividad- atacan, inclementes, a manifestantes desarmados, mientras ellos van con máscaras, escudos y armas de fuego. Qué difícil sonreír, cuando ahogado por los gases lacrimógenos, roto el cráneo por un impacto, un joven es lanzado al río Guaire –la gran cloaca de Caracas- por la saña de unos soldados entrenados por otros sin alma, porque las suyas perecieron antes de nacer, en la demoníaca revolución de su país. Eso procederes no son de nuestro pueblo pacífico, humilde y generoso, lo son, si acaso, de algunos enfermos graves contagiados por la fiebre demoníaca importada de la isla. Qué difícil sonreír cuando una ve a una mujer desafiar la muerte y recostarse a la parte delantera de una tanqueta en su desesperado reclamo de libertad… Qué difícil sonreír cuando sabe que otra, por el mismo reclamo, por comida y medicinas, descubre su torso ante un helicóptero, prescindiendo, aturdida, de su pudor personal… como el joven desnudo con la Biblia en la mano, que se monta en el carro de guerra pidiendo misericordia para un país acosado y es acribillado por perdigones y gases…¡ay qué cara de Cristo en la cruz!

El 3 de mayo es el Día de la Cruz en la hispanidad, día de las cruces floridas en los patios sevillanos, síntesis de la Redención: amor, dolor y alegría… y debemos sonreír.

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¿Sonreír en la Venezuela de hoy? Sí… ¡tenemos que sonreír! ¿Por qué? Porque los fuertes, los que tienen el escudo de la fe, la consistencia robusta de su profunda vida espiritual, la práctica de la caridad, tienen que animar a los débiles. Si todos nos desesperamos acabaremos hundiendo definitivamente a nuestra patria. Traidores seremos con los que la han vendido. Cada venezolano tiene que ser como el Ave Fénix: desprender el vuelo desde sus cenizas. Si alguien compungido por los acontecimientos, se nos acerca, ¿vamos a llorar con él? Por el contrario, hay que sacarlo de ese marasmo paralizante de la auto-compasión. Porque la angustia por la nación es también y en gran parte, la angustia por el destino familiar y personal.

Si bien todas esas preocupaciones son naturales y legítimas, podemos comprenderlas y solidarizarnos con ellas, pero jamás auparlas. Es la hora de sonreír ante las caras largas, de que la placidez del rostro comunique paz, confianza y decisión de cambio. El camino del triunfo no es compatible con el desaliento.

Aprendamos esa tremenda lección de coraje invencible que nos están dando los jóvenes, políticos o no, en la calle: entregan su aliento y su sangre, pero no claudican. Muchos de nosotros, por edad o salud frágil, no podemos seguirlos en esa contienda desigual -y por lo tanto heroica- pero sí acompañarlos comunicando ánimos y bríos a los apocados y miedosos que atentan contra el vigor de los ímpetus, porque la debilidad, desgraciadamente, es contagiosa. Sonreír a los abúlicos y timoratos, nosotros, los que sufrimos de esa “enfermedad” de la esperanza que, en lugar de ser mortal, resucita la voluntad y el afán de lucha. Sonreír… ¡pues ya hay olor de victoria!
Todo lo que ahora te preocupa cabe dentro de una sonrisa, esbozada por
amor por de Dios (San Josemaría Escrivá, SURCO, 89)

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