DOS LANGOSTAS ENEMIGAS

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 Dos amigos decidieron almorzar en un restaurante de exquisiteces marinas. Pidieron lo mismo: langostas. Pasado un tiempo, vino el mesonero con el pedido.

Uno de ellos se percató de que su langosta tenía solo una tenaza. Levantó la mano para reclamar. Le hizo ver al mesero la situación desagradable en que se encontraba. Éste, después de escucharle, le dijo: «Mire usted, es que ellas se pelean entre sí, se empujan, se cortan.

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El cliente, ni corto ni perezoso, aceptó la explicación y añadió: -¿Y por qué me trajo la que perdió?

Quizá por ser inteligente, -aunque muchas veces no está tan claro que lo sea,- los hombres se pelean entre sí hasta matarse. Es una realidad a la que nos tienen acostumbrados los medios de comunicación. Basta ver los porcentajes de homicidios, secuestros, que somos capaces de realizar en un fin de semana.

Siempre existe alguien detrás de cada desastre moral. El mal no es anónimo. Alguien lo realiza. Esto es así, porque el hombre es libre. Defendemos nuestra libertad. Y hacemos bien, porque es un privilegio humano.

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Pero así como la defendemos, no nos hacemos responsables de las consecuencias que se derivan de su mal empleo. Incluso tratamos de maquillarlas para que no quede tan manifiesta su maldad. Por eso están llenas las cárceles y los hospitales psiquiátricos.

El hombre tiene en sí mismo un lugar sagrado: la conciencia. Allí no entra nadie si no le dejamos entrar. En ese recinto estamos solos con Dios. Allí tomamos nuestras decisiones y con ellas vamos conformando nuestras vidas.

El hombre no nace realizado. Se va realizando libremente. Adquiere buenos o malos hábitos, odia o ama a las personas. Nos autodeterminamos libremente hacia el bien o hacia el mal. Esa es la esencia de la verdadera libertad. Y no da lo mismo optar por uno o por otro. Solo el bien nos enriquece. El mal nos degrada. Nos deshumaniza. Decíamos que el tigre no puede destigrarse, sabemos cómo son y cómo actúan. Pero el hombre si puede deshumanizarse.

Es una utopía achacar nuestros desmanes al ambiente, a mi socio, a mi novia, al cine, a la situación del mundo, etc. Mientras no seamos responsables viviremos engañados. Por eso, dije antes, que a veces, a juzgar por lo que hacemos, no parecemos ser tan inteligentes.

Todos tenemos una antropología doméstica. Nuestra visión personal del hombre. Si para mí es un ser valioso, no me atreveré a quitarle ni un céntimo. Si para mí no es un ser valioso, le venderé droga, le propondré planes deshonestos con tal de ganar dinero, me escaparé con su esposa, machacaré su dignidad con tal de imponer la mía.

¿Por qué triunfa el mal? Porque nos falta coraje para portarnos bien. Hablando del mal social, -que siempre lo realizan personas-, decía Edmund Burke: «Para que el mal se imponga basta con que los buenos no hagan nada». Pareciera que lo importante es sentirnos bien y no ser buenos.

El actuar libre tiene sus consecuencias. Si actúo bien, me queda la conciencia tranquila. Si actúo mal quedo con la angustia del remordimiento. Así como el cuerpo se queja con el dolor, el alma se queja con el remordimiento.

Las dos langostas eran enemigas aunque no lo sabían. Les falta la inteligencia para darse cuenta. El picotearse entre sí no tiene en ellas una connotación moral por la sencilla razón de que no tienen libertad. Pero nosotros sí.

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@oswaldopulgar

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