#Editorial: ¿Arrestarán la esperanza?

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El libreto represivo del régimen está suficientemente descifrado. Luego de más de 15 largos y frenéticos años, el país no se llama a engaños, frente a tácticas que tienen una clara explicación y un obvio propósito.

Importado de Cuba por quienes repelen toda opinión exterior como un acto de injerencismo en nuestros asuntos, y, peor aún, de traición a la patria, el guión consiste en distraer a la opinión pública con escándalos sucesivos, sembradores de paranoia colectiva, culpando de cada error oficial doméstico a un enemigo externo.

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Hechos qué ocultar sobran, y son cada vez más difíciles de sortear, por indignantes. No había forma de explicar, por ejemplo, el ocultamiento, bajo un vulnerado secreto bancario, de las operaciones en el HSBC de Suiza, por una cifra tan abultada, más de 12.000 millones de dólares del erario nacional, llevados en silencio hasta esas bóvedas remotas e improbables, cuando aquí ese “pueblo” alabado a cada rato pasa las de Caín y se mata en las colas por un paquete de harina o un rollo de papel higiénico. Sorprendido por la filtración, el Gobierno alegó que se trataba de un movimiento “transparente”, pero no se entiende por qué, entonces, sus diputados se negaron a debatirlo en el parlamento, escenario natural.

La devaluación del famélico bolívar, como consecuencia de las “medidas” cambiarias, es otra inmensa piedra en la bota del Gobierno. La sola oficialización del denostado dólar paralelo, o negro, es una bofetada en el rostro de un poder que negaba su existencia, y un severo revés en las posibilidades de sobrevivencia de masas depauperadas. La distorsión de los precios está condenada a persistir, junto al drama de la escasez. Como inquietante telón de fondo, el riesgo, más que inminente, de una hiperinflación ya en pleno desarrollo.

A nadie podría extrañar entonces que la popularidad del Presidente se haya desplomado a niveles tan impresentables. Tampoco, que, como revelan las encuestas, la gente ya le endose, entera, la responsabilidad por los agudos problemas del país, como debió ocurrir desde hace rato. A falta de recursos y respuestas, agotado el arsenal de excusas, y desprovisto de los dones de encantador de serpiente que adornaron a su mentor, lo que le queda a Nicolás Maduro, en un año electoral, es echarle mano a la represión, al ahogo de todo signo de disidencia, ante el temor de que alguna de esas muestras de malestar sirvan de chispa para la ebullición social.

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Las rabietas en cadena de radio y televisión con el caricaturista Vladdo, de la revista Semana, de Bogotá, así como la amenaza de expropiación a las empresas españolas establecidas aquí, si no presionan hasta silenciar al diario ABC, de Madrid, retratan a un Gobierno decadente, débil, que se siente, o se sabe, acorralado. Un Gobierno torpe hasta para aplicar la fuerza bruta, porque compromete en sus dislates a todas las instituciones, hasta hundirlas en un tremedal de descrédito del cual es imposible salir indemne.
Pero, tras sus grotescas pataletas, a la tiranía le ha salido el tiro por la culata.

La detención del alcalde mayor de Caracas, Antonio Ledezma, acusado de conspiración por haber firmado un manifiesto, en El Nacional, favorable a la “transición”, concitó un repudio universal. Cómo será, que hasta el flemático José Miguel Insulza, secretario general de la OEA, reaccionó y habló de que ese hecho había provocado una “fuerte alarma”.

Lo que se busca es implantar la desesperanza aprendida, término acuñado por el psicólogo Martin Seligman para aludir el estado en que la persona se siente indefensa y se convence de que todo cuanto haga para revertir una situación agobiante será inútil. No obstante, la cárcel de Ramo Verde no ha doblegado a espíritus que se crecen tras los barrotes, como lo ha demostrado Leopoldo López. Tampoco ante las agresiones ya sufridas y las nuevas amenazas que se ciernen sobre ella, ha flaqueado el admirable vigor de resistencia de esa heroína que sin lugar a dudas es María Corina Machado.

En el fondo, se pretende arrestar la esperanza, secuestrar la fe, la disposición a luchar; pero, para desdicha del autócrata, sus víctimas en lugar de anularse o desfallecer al verse sumidas en la adversidad del aislamiento, convencidas como están de la rectitud de sus causas, más bien afirman en celdas de infamia su carácter y adquieren entre las sombras el brillo y la verticalidad de una resolución que a todos inspira.

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