Editorial: Diálogo y papel

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Antes del diálogo afloraban las dudas. Ahora priva la certeza: era poco lo que podía esperarse de cuanto acabó siendo un contrapunteo, un escarceo retórico entre el Gobierno y la MUD.

Incluso los partidarios del encuentro, quienes tildaban de radicales y rehenes de la antipolítica a todos aquellos que abrigaran reservas, admitían que la conveniencia o no del diálogo podía ser validada según sus resultados prácticos, ulteriores.

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La Iglesia fue la primera en anteponer sabias advertencias, profecías casi. Monseñor Diego Padrón, presidente de la Conferencia Episcopal Venezolana, tras reconocer que las relaciones con el Gobierno son “más frías” ahora, con Nicolás Maduro, de lo que fueron con Hugo Chávez, precisó que el diálogo, para ser fructífero, estaba obligado a ser sincero, en condiciones de igualdad, con agenda previa y “gestos concretos, evaluables en el tiempo”.

Además, recalcó, era preciso un “reconocimiento mutuo”. Pudiera alegarse que ese reconocimiento se dio, al sentarse ambos bandos en una misma mesa, de cara al país, y soportar cada quien los reparos y hasta regaños del otro, como cuando Henry Ramos Allup, a falta del Rey de España, mandó a callar a Diosdado Cabello. Pero eso no basta. No es que debatir sea malo o que sentarse con el adversario implique una rendición, o una bajeza. No. Sin embargo, más allá del útil ejercicio de catarsis al cual se redujo esa cháchara sólo apta para noctámbulos, afuera había un país expectante, realmente incrédulo, agobiado por la violencia y la crisis económica. Lo más importante, en definitiva, es que se diera la rectificación del poder, cuanto más profunda, oportuna y real, mejor.

El desengaño no tardó. La víspera, el vicepresidente, Jorge Arreaza, insistió en tachar de “fascistas” a quienes serían unas horas después sus interlocutores, en lo que la rimbombancia propagandística del Gobierno llamó “Diálogo con Justicia por la Paz”. Mientras Henrique Capriles hacía uso de sus 10 minutos, Cabello se dedicaba a escribir saboteadores mensajes por Twitter, como éste: “El asesino fascista tiene problemas”. Y el sábado en la noche, Nicolás Maduro aportó lo suyo. Si no hubiese sido porque es el Presidente, comentó, habría soltado la carcajada durante el diálogo en varias ocasiones. Tan ridículos le parecieron los temas allí tratados. Dijo que la intervención que más lo complació fue la de Jorge Rodríguez, porque, aclaró, allí no hacían falta políticos ni economistas, sino siquiatras.

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El Gobierno proclamó que su política económica es “un éxito”. Nada hace suponer que desarmará a los colectivos. Tampoco se nota dispuesto a liberar a los presos políticos y su saña contra los estudiantes persiste, intacta, luego del diálogo “por la paz”. Eso, en consecuencia, justifica la continuidad de la protesta, cívica pero firme, resuelta, en la calle. Un rasgo positivo que nos apresuramos a rescatar, es que la palabra de voceros opositores llegó, en cadena de radio y televisión, a una parte del país bombardeada con la sospechosa verdad oficial. Pudo burlar la censura y la autocensura que enmudece o distrae a buena parte del espectro de medios de comunicación social.

Nosotros en EL IMPULSO, aunque escasos de bobinas, tenemos claro nuestro papel, comprometido, como nunca antes, con la democracia. Por ello reiteramos el agradecimiento, sincero y eterno, a los editores colombianos afiliados a Andiarios, por habernos tendido la mano en trance tan difícil. El gesto, en apariencia simbólico, se convirtió en un poderoso mensaje que denuncia ante el mundo una arbitrariedad y fomenta una fuerza solidaria que ahora se expande, en homenaje a la libertad. La caravana del papel, que partió de Cartagena y tardó 10 días en completar los engorrosos trámites de nacionalización, obró el milagro de que otros países se muestren entusiasmados con la idea de coadyudar a que, en Venezuela, la prensa escrita independiente, ya mermada, no termine clausurada, ni mucho menos postrada.

Es nuestro compromiso insoslayable. Lo ratificamos hoy ante ustedes. Tiene el sello húmedo de una historia decorosa. Se proyecta hacia un porvenir que soñamos anchuroso, de progreso, plural. Es nuestro pacto, revalidado, inviolable.

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