#Editorial: Gobierno disociado

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Pocas semanas antes de concluir el anterior período de la Asamblea Nacional, el diputado larense Guillermo Palacios planteó un debate sobre la crisis del agua. La fracción del Gobierno puso a otro parlamentario de la entidad, Julio Chávez, a impedir la incorporación de ese punto en la agenda.

Hace poco, ya con la representación del Cambio en mayoría, una diputada de Aragua planteó en la AN el tema del déficit de alimentos. Exponía el severo impacto de la expropiación de Agroisleña y la quiebra del aparato productivo. “Cállate”, le gritaban. Elías Jaua, quien ha ejercido altos cargos oficiales y ahora tiene el encargo de defender en el parlamento el desastre que con tanto esmero labraron en 17 años, soltaba carcajadas desde su curul.

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En otra sesión, el joven diputado y médico José Manuel Olivares, describía las trabas que rodean la prestación de los servicios de salud. Hablaba, desde su formación hospitalaria, con la propiedad de quien ha convivido a diario con ese agudo drama. La bancada roja esta vez no se atrevió a soltar sus pesadeces habituales. Olivares mostró cuadros que ubican la carencia de medicinas en 80%; explicó cómo desde 2013 ha trepado la tasa de mortalidad del cáncer (segunda causa de muerte en Venezuela), y pese a ello en nueve estados no hay posibilidades de hacer quimioterapia. En los hospitales se implantó la lista de espera, pero el cáncer, bramó el orador, “no espera por ningún Gobierno”. Pese a esa realidad, el presupuesto nacional destina 4.3% del PIB a la salud pública. En Bolivia es 6%; en Argentina 8%; en Colombia 9%. Desde la bancada oficialista soplaba el silencio de quienes nada tienen qué decir, nada qué alegar frente a una verdad que se estrella contra el petulante rostro de un poder desnudo, sorprendido en sus patéticas vergüenzas.

Es de ilusos esperar que un régimen entrampado en sus desvaríos, en sus vicios, corruptelas y crímenes de lesa humanidad, rectifique en términos aceptables. Héctor Rodríguez, el exministro de Educación que justificó no sacar de su atraso al pueblo ante el riesgo de que se convierta en “escuálido”, anuncia que Venezuela está a punto de convertirse en una potencia. No lo dice por ignorancia, eso está claro. En tanto, como quien sigue las líneas de un libreto, la ministra de Salud, Luisana Melo, asegura que no hay medicinas en los estantes de las farmacias porque el público, en un cuadro sanitario en el cual cunden el dengue hemorrágico, la chikunguña, el zika y el síndrome Guillain-Barré, las compra en forma “irracional”.

El propio Nicolás Maduro ha bosquejado la más reciente muestra de su talento, en una nación sin alimentos, ni medicinas, ni divisas: “Vamos a retomar el concepto del conuco urbano”, es la ocurrencia de un Presidente ajeno, desahuciado, mago sin gracia ni astucia. Pero quien cargó con todas las preseas en esta agónica prueba de la revolución es la ministra de Asuntos Penitenciarios, Iris Varela. El caso del pran Teófilo Rodríguez, (a) “El Conejo”, su sepelio como si tratara de una celebridad, en la Isla de Margarita, convertida en paraíso del narcotráfico; el homenaje de una cáfila de reos en los techos del Internado Judicial de San Antonio, haciendo ostentación de su grosero poderío bélico, cuando a Lilian Tintori le revisan en un cuarto de Ramo Verde, luego de ser obligada a dar saltos, las toallas sanitarias que lleva puestas; esa secuencia de brutales imágenes describe a una sociedad disfuncional, postrada, enferma. “Me he tomado fotografías con 100.000 presos”, gruñe la ministra para explicar por qué una imagen la muestra con “El Conejo”,

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abrazados sobre la cama de su celda VIP, en la cárcel que él mismo convirtiera en hotel de lujo. Inspirado, quizá, en Pablo Escobar, en aquel spa donde se sentía más seguro que en la calle, el “buenandro” se hizo construir una pista de baile, una gallera, un ring de boxeo, habitaciones para sus visitas, y hasta una piscina.

Por dondequiera se le mire, es un Gobierno cultor de antivalores, de espaldas al país, indigno de su historia e incapaz de trazar un porvenir de paz, trabajo y progreso. Un Gobierno sin estética ni ética. Un Gobierno disociado. Es entonces cuando inquieta recordar la frase de Krishnamurti, el pensador hindú: “No es signo de buena salud el estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma”.

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