Fidel Castro

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Cerca de mi casa, la de mis padres, vivía un hombre joven cubano, simpático, esforzado, estudiaba y trabajaba a la vez y cuando lo conocí ya estaba casado con una barquisimetana. Nos llevaba a los adolescentes de aquella época, unos diez años. Gran conversador, nos contaba las peripecias de su venida a Venezuela. Eran los comienzos de los años sesenta. Sus padres vinieron a Venezuela mucho tiempo después, cuando él pudo traerlos. El joven se había venido solo, abordó un barco en Cuba, ante el dolor de sus padres, y llegó a La Guaira. Solo, triste, en un país extraño, a nadie tenía en Venezuela. Sin embargo, encontró ayuda y trabajando fue labrándose un lugar en una tierra por él desconocida. Su madre nos contaba lo que sufrió al ver partir a su hijo. Llorando se quedó en el puerto hasta que el barco desapareció de su vista. Al llegar a Venezuela, al joven alguienle recomendó se viniera a Barquisimeto donde se enamoró y se casó. Vivió muchos años acá. Considera a Venezuela su patria. Aquí nacieron y crecieron sus hijos, pero vino el régimen actual y se fueron a Miami. Lógicamente, sienten pavor por un régimen parecido al de Fidel.

A su padre le cerraron un negocio de víveres apenas llegó Castro al poder. Fueron perseguidos, amenazados, quedaron en ruinas después de mucho trabajo. Con la mentalidad de unos 12 o 13 años que yo tenía, me era difícil entender por qué pasaban esas cosas. Mi curiosidad me llevó a estar pendiente de las noticias de Cuba. Recuerdo la expulsión de sacerdotes y órdenes religiosas completas, recuerdo fusilamientos, algunos televisados para escarmentar a los opositores. Recuerdo unos discursos de Castro largos, agresivos, estridentes y amenazantes. Recuerdo su interés por las riquezas venezolanas y su invasión a Venezuela, como la de Machurucuto. Recuerdo su apoyo a la guerrilla en Venezuela y los muertos tanto de la invasión como de aquellas guerrillas. Por tanto, mi visión de Castro no puede ser positiva. Siempre lo vi como un enemigo de Venezuela. Por nuestra patria no tuvo un interés distinto que el de la riqueza material y la ubicación geográfica tan estratégica de nuestra tierra. Me pareció buena, aunque siempre pensé que debía ser prudente, aquella distensión iniciada con el gobierno castrista, por el primer gobierno del presidente Caldera y la reanudación definitiva de relaciones diplomáticas durante el primer gobierno de Pérez. Castro nunca me pareció de confiar.

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No me alegro con la muerte de ningún ser humano. No celebraré nunca la muerte. Dios sabe cuánto tiempo debe permanecer cada uno en esta tierra y sólo El decide. Pero ha sido largo el sufrimiento del pueblo cubano. No ha terminado, quién sabe cuánto más habrá que esperar, pero la muerte de Castro es un paso grande hacia la liberación de Cuba. Obama tiene razón, la historia juzgará el “tremendo impacto” del indudable carisma castrista, pero Donald Trump también tiene razón, Castro fue un “brutal dictador”.

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