La Unidad, como encuentro de los sectores democráticos que ofrecen una alternativa progresista para lograr un cambio democrático y pacífico en Venezuela, está siendo el gran hecho político de la segunda década del siglo XXI nacional y he podido comprobar que es también motivo de interés, e incluso admiración, en otros países. Contribuir a su construcción ha sido una experiencia al mismo tiempo exigente y gratificante.
La Unidad es el logro de muchos, que han comprendido la necesidad de un espacio de encuentro para hacer posible un camino solidario. Dirigentes de partidos políticos que han visto con claridad la gran responsabilidad, las subestimadas capacidades y las obvias limitaciones de sus movimientos. Independientes y activistas de la sociedad civil que han entendido que para conquistar la convivencia a la que justamente aspiramos hace falta deponer prejuicios. Líderes regionales que gobiernan sus estados y municipios por mandato popular, y que bien provenientes de los sectores inconformes con el actual gobierno o del proceso del cual han disentido, han comprendido que el futuro de la descentralización, así como de las regiones y localidades que representan, depende de un cambio de rumbo que nos aleje del personalismo, el estatismo y el centralismo. Profesionales que han puesto con generosidad sus conocimientos, al servicio de los venezolanos a través de una opción política.
Hoy podemos mostrar logros. La Mesa de la Unidad ha servido como foro para dialogar, escuela para aprender y taller para hacer. Si algo la ha caracterizado desde el primer día, ha sido la decisión de entenderse y la capacidad para generar reglas claras que se cumplen. Si eso y solo eso fuera nuestro compromiso ante los venezolanos: entendimiento y normas que se cumplen, ya estaríamos siendo de una utilidad enorme, pues precisamente esas dos cosas están haciendo falta en este país de nosotros.
En el plano electoral, la Unidad ha ido tejiendo modos para presentar candidatos unitarios a la Asamblea Nacional, al Parlamento Latinoamericano, a la Presidencia de la República, a las gobernaciones y a las alcaldías, y lo hará a los Consejos Legislativos y Concejos Municipales. Punto culminante de ese proceso en muchos aspectos asombroso fueron las primarias nacionales abiertas del Día de la Juventud, de las cuales emergió como nuestro líder el candidato presidencial Henrique Capriles Radonski, en quienes los ciudadanos, en número sin precedentes superior a los tres millones, valoraron juventud, experiencia de buen gobierno y un mensaje fresco y apropiado a la realidad.
Pero no fue que hicimos una primaria para unirnos, sino que convocamos la primaria porque estábamos unidos. Unidos en lo político: había que ofrecer una alternativa de cambio democrático a los venezolanos que quieren vivir y progresar en paz. Unidos en lo estratégico: ese cambio debía producirse por la vía constitucional y pacífica del voto. Unidos en lo programático: había que generar, y lo hicimos, consensos que nos mostraran con las necesarias coherencia y consistencia para que el país nos encomendara la responsabilidad de liderarlo. El resultado es que tenemos ideas claras acerca de qué hacer, y equipos capaces para realizarlas. Las bases están en las 100 Soluciones para la Gente, el marco en el Compromiso para un Gobierno de Unidad Nacional y las orientaciones concretas y detalladas en los Lineamientos para un Programa de Gobierno de Unidad Nacional, suscrito por los entonces pre-candidatos el 23 de enero de este año.
Las primarias, y antes el triunfo popular en las parlamentarias del 26 de septiembre de 2010, no son obra de la casualidad, sino fruto del aprendizaje de la experiencia, de la visión clara, del trabajo constante, de la disciplina estratégica.
La Unidad ha demostrado que hay esperanza, porque cuenta con una alternativa de verdad. Es la alternativa de la esperanza y, al frente de ella, Henrique Capriles Radonski.
