Dicen que los venezolanos ya no somos alegres y andamos malhumorados y agresivos y que el asunto requiere de estudios interdisciplinarios en el país de las paradojas: Mientras las estadísticas indican que hemos bajado el índice de mortalidad infantil, también señalan que la muerte ronda a los jóvenes y se los lleva en medio de balaceras, protagonizadas por menores de edad. Más del 80% de los muertos, son jóvenes menores de 17 años y cerca del 86% proviene de los sectores populares. La imagen de madres y abuelas reclamando, quedará para siempre en la memoria histórica y familiar.
Se atribuye la violencia a la pobreza y miseria pero si aceptamos las cifras gubernamentales, relativas a la atención social a las clases populares, hemos de concluir que disminuyó la pobreza: las misiones alcanzaron un amplio sector de la población y la renta petrolera alcanzó sectores tradicionalmente olvidados. Y cuestionar la relación entre pobreza y violencia, por cuanto los ingresos petroleros subieron considerablemente hasta mediados del 2014, lo cual incidió en mayor acceso a la escuela, la salud y la alimentación.
No sólo los números sino las vivencias personales demuestran que la violencia creció y habrá que buscar sus causas en otras relaciones. Por ejemplo el efecto del populismo atado a la militancia, la captación del voto y la manipulación ideológica y mediática, que trajo consigo la exclusión política, la pérdida de valores como el trabajo, la formación y el conocimiento. Así como la adhesión política acrítica.
Y sumar el peso de una guerra ideológica que polarizó el país en dos bandos cuyos extremos se tocan. “Guerra”, por cuanto se utilizó todo el lenguaje militar en aras de implantar una sola visión ideológica y se persiguió el pluralismo en el pensamiento, con la excusa de “salvar la revolución”, siguiendo la vieja tradición soviética, coreana y china,con su inhumano desborde. Exclusión realizada desde el culto a la personalidad, mediante la construcción de un discurso cuya retórica se basa en la paradoja y la contradicción, por cuanto los valores y los límites entre lo verdadero y lo falso, se mueven a capricho de quien lo enuncia y/o lo escucha.
La guerra verbal e ideológica produjo otra clase de muerte que tiene que ver con lo simbólico. El mal uso de categorías marxistas como la “lucha de clases”, por ejemplo, que dio lugar en su momento a las luchas de la clase obrera en Inglaterra, en busca de mejores salarios, eliminación del trabajo infantil y de la condición semiesclava de las trabajadoras. Mal uso que condujo a perseguir a todo el que “tenga algo”, como si trabajar y producir ingresos, fuese ilegítimo. La especulación –el bachaqueo- dejó de ser un pecado capitalista, si se practica a menor escala y por vías como el aprovechamiento de bienes del Estado, desabastecimiento e información privilegiada.
Discurso que legitimó la violencia verbal y política. Una idea como la recolección de las armas de manera voluntaria, no dio sus frutos por variadas razones, entre ellas, que no basta la buena voluntad para resolver un problema que es resultado y no causa de la delincuencia juvenil. Por otra parte, el papel de los cuerpos policiales, enfatiza no sólo la represión sino la venganza, asunto que en una sociedad como la nuestra, que ha perdido y sigue perdiendo la institucionalidad, requerirá de una acción interdisciplinaria para arrojar luces y soluciones conjuntas que nos involucre a todos.
La violencia se dibuja muy bien en la cartografía de las barriadas, sometidas al acoso de sus “azotes” y bandas juveniles, que se pelean el territorio de la distribución de armas y drogas. La gente honesta aprendió a convivir e incluso pactar con ellos para poder sobrevivir, aunque los linderos de una y otra banda, se mueven de acuerdo al número de caídos, detenidos, alianzas e incursiones policiales. Las armas sustituyeron muy pronto el balón de fútbol y los cuadernos escolares. Las bandas sólo producen la música de las balas y éstas, disonantes al fin, sólo traen el ruido de la muerte física y simbólica de una generación perdida en plena juventud. Quizá Moliere ayude a entender el silencio de intelectuales de la izquierda:”… Todo filósofo en la corte termina siendo tan esclavo como el primer oficial de la Corona”
