Las voces de Penélope – Contar la ciudad

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Contar la ciudad es también contar el país desde nuestra situación particular —geográfica, histórica, sociológica y antropológica— esencialmente memoriosa, desde el imaginario colectivo y el más personal, no por ello menos objetivo. Ya sabemos a estas alturas, que el lenguaje no sólo es portador de ideología, sino de cultura, entendiendo por ésta, no un saber elitesco y privilegiado, sino del proveniente de la realidad que corre entre el río de la lengua construida por todos, milenariamente pulida en esas piedras-gemas llamadas palabras.
Tiempos duros éstos que requieren ser registrados, tanto por las ciencias duras, que en el caso de la salud, serán sus expedientes, registros, investigaciones e historias clínicas, los que darán cuenta de su devenir en la colectividad y las personas concretas: las que se enferman, sufren y mueren. Las ciencias sociales, no siempre alejadas del dolor con nombre y apellido, deberán intentar comprender lo que sigue siendo incomprensible, cada una desde su propio ámbito de estudio. Ya empiezan a verse los resultados, no siempre compilados ni ajustados a las viejas técnicas de investigación que terminan dando más valor al “cómo” se investiga que al sujeto de la investigación. Resultados que desfilan por periódicos virtuales, páginas web, y libros que por lejanos y costosos, suelen ser escaneados y pasados de mirada en mirada, como se hiciera en tiempos inquisitoriales con otros métodos y formatos, cuando la información y formación, pasara por vetos y requisitorias.
Contar la ciudad requiere, no sólo de saber contarla, sino de querer contarla. De precisar qué clase de narrativa se impone, guiada por los gustos y regustos personales dentro de la necesidad en estos tiempos, de dejar constancia de lo ocurrido, de evidenciar más que de desentrañar, la “narrativa” política, económica, social y familiar que corre por debajo, permeando, lo que hoy somos como sociedad e individuos. Decía mi admirado Juan Villoro en una de sus intervenciones públicas, que el acto de “imaginar es hoy por hoy, un acto de disidencia”. Hacer crónica, por rigurosa que ésta sea, es también un acto de imaginación, como corresponde a todo acto de lenguaje y pensamiento que se eleve por encima de los acontecimientos, que de tanto formar parte de la vida cotidiana de todos, ya parecieran estar pegados a la piel y requieren ser objetivados con el fin de recuperarlos de manera distinta.
Contar la ciudad es también un acto de fe, como lo es contar el país. “Criticar el infierno es tan importante como inventar el paraíso”, nos dijo también el mexicano citando a Italo Calvino, quien afirmaba que no se necesitaba morir para conocer el infierno pues ya estaba entre la gente. Nos corresponde en consecuencia, crear los espacios que eliminen el horror, al transformarlo mediante el tratamiento artístico en memoria que nos señale el camino de lo que queremos o no volver a ser. En nuestro caso, un país fragmentado, dividido no entre buenos y malos como afirman los que creen estar siempre del lado bueno, sino entre lo mejor y lo peor que habita en cada uno de los estamentos sociales, en los grupos surgidos a partir de caminar por el filo de la navaja de la ilegalidad y en esa especie de yo dividido que hoy somos todos. Registrar para exorcizar, es una buena manera de superar la culpa colectiva que por acción u omisión, pareciera acompañar los días de cada uno. Y de exorcizar el riesgo y el miedo que acompaña el peligro.
Contar la ciudad, requiere de la confluencia del periodismo y la literatura. De la crónica que se eleva sobre sí misma, dejando atrás la literalidad de una noticia o reportaje, al poner en juego la enorme capacidad simbólica del lenguaje. No de la sensiblería, Y de los esfuerzos de quienes creen en la aventura de contarla, en este caso, Fundalarte, cuyos “Talleres Creativos” de octubre a diciembre, incluyen aspectos legales para emprendedores, redes sociales, fotografía de productos, la comunicación visual para medios alternativos y dos talleres que dictará con placer quien esto escribe: Uno, “Contar la Ciudad”, con la propuesta de lo dicho acá y otro,“Las dos puntas del lápiz”, taller urgente sobre una manera de escribir poesía, sin dejar por fuera el borrador. En la esquina del verbo les espero.

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