El ojo del escorpión – Cuando hablan las cacerolas

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La pócima del populismo terminó infectando nuestro sistema democrático, su mortal veneno penetró las instituciones para someterlas con los efluvios de la mentira.

Paulatinamente se dejó embaucar por los mecanismos de un proyecto hegemónico que nos hizo profundamente pobres, las carencias fueron multiplicadas con la misma velocidad que le imprimieron los monumentales yerros del gobierno; con gran habilidad los traidores se disfrazaron de demócratas.

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La piel de lobos rapaces la ocultaron entre las apariencias de dóciles ovejas, que pastaban en el prado de las emancipaciones. Después de asirse con el poder se transformaron en el peor verdugo de la historia. Sacaron sus espadas ideológicas para defenestrar la cabeza democrática; volver añicos cualquier átomo de libertad era la premisa de los energúmenos.

Querían un pueblo postrado, sin ningún asomo de dignidad que los forzara a rebelarse contra lo establecido. Autómatas que aplaudieran con frenesí sus locuras de revolucionarios de opereta, seres que se arrastraran para mendigar un poco de pan.

Servirles que respondieran al libreto de un sistema perverso. Casi un ejército de indignidades marchando por los caminos sin reflexionar con respecto al desastre que acompañaban. Son esos ingenuos que con el hambre jugando dominó en sus estómagos, le atribuyen un rasgo de heroicidad a su consecuencia enfermiza. Esos románticos que acarician con versos maltrechos su propia vida aplastada; son el reducido germen que aún le queda al proyecto revolucionario venezolano.

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Es la perversidad que se yergue en contra de la propia historia que nos hizo cuna de libertadores, por ello tratan de manipularlo todo para cerrar los caminos que nos conduzcan hasta la estrecha salida del túnel. Sin embargo el pueblo venezolano sabe enfrentar sus dificultades con la dignidad que lo ha acompañado siempre, como símbolo de esa lucha han surgido las cacerolas del pueblo.

Las cacerolas no son el hechizo de una bruja medieval en las frías noches de Dublín, de aquellas que volaban en las imaginarias escobas para aterrorizar a los alegres noctámbulos; que volvían a sus casas después de febriles encuentros con el amor. Nuestra realidad contestataria es mucho más profunda que escuchar las palabras de los agoreros que sostienen que la vida está descrita en las piedras maldecidas. En Venezuela las cacerolas vacías son el emblema de una protesta con mayor poder de fuego aniquilador; que las vetustas armas comprabas por un gobierno que nos estafó de manera profunda. Ellas reflejan el mensaje creciente de una insatisfacción que encontramos en los cuatro costados de la patria.

El temblor presidencial enceguece el entendimiento, el temor recorre los intestinos hasta llenarlos de un extraño sopor; la lengua expele incoherencias mientras el tiempo se agota con su calendario inexorable de cambio político.

Debe ser muy triste para un mandatario, estar enclaustrado en un palacio para evitar que los abucheos le indiquen la ruta que marca la brújula popular, cuentan que sus antiguas caminatas paseando un robusto perro de fino pelaje champagne fueron suspendidas ante el susto que sufrió el animal con las incesantes rechiflas en las cercanías del paseo Los Próceres. Su seguridad evacuó el lugar para tratar de sofocar la protesta de los vecinos. Ahora perro y dueño están presos en su propia cárcel dorada; se mueven en las instalaciones reducidas del poco país que pueden recorrer.

El fracaso gubernamental es repicado por el lenguaje de las cacerolas, un régimen que contó con millones de adeptos hoy es simplemente el cementerio de los elefantes. Se acabó su imagen de liderazgo eterno, cada día son más pequeños en apoyo y en falta de cerebro…

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