#OPINIÓN El imperio del miedo

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La clase media en Venezuela es prisionera del miedo. La multiplicación de los robos en los hogares, en la calle, en los medios de transporte, tiene el musculo que mueve el desarrollo del país, que es la clase media, en estado de pavor. Esto está produciendo una estampida que se manifiesta en emigración precipitada, abandono de estudios universitarios, fuga de talentos, desarticulación familiar, impunidad de los delitos, pánico.

Es tal el incremento de los asaltos que ya es difícil encontrar alguien que no tenga en su cuerpo la cicatriz física o moral de un sufrimiento producido por un robo.
La cuantía de los bienes perdidos tiene arruinados a pobres y ricos. El gobierno parece ignorar esta realidad sensible y demuestra con ello incompetencia y se expone a que se le acuse de complicidad. Fiscales, Jueces y cárceles están cada vez más desbordados en su trabajo de imponer justicia. Dice Emerson que “el terror es un educador de gran sagacidad y el heraldo de todas las revoluciones”.

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No es fácil el día después del asalto. Las estelas psicológicas que deja el hecho van desde el estado de impotencia hasta la sensación permanente del terror. Las personas y el hogar quedan destruidos por un tiempo. Maquiavelo apuntaba que “Los fantasmas dan más miedo de lejos que de cerca”.

El trabajo del CICPC se empeña en ser efectivo. Jóvenes profesionales comparten con las victimas el insufrible efecto del despojo y las heridas físicas de los ladrones madrugadores. Las guaridas y los centros de aguante de los objetos robados son cada vez más perseguidos e investigados. El organismo persiste en mantener su antiguo prestigio pero está desbordado.

Todo no puede dejársele al Estado, los vecinos deben organizarse. Exhibir solidaridad ilimitada, apartar el individualismo, remontar el miedo y el ser miserables ante lo que se ha dado por llamar el amigo más cercano que es tu vecino. El silencio ante los detalles del asalto va desde la impiedad hasta la crueldad. Y al cruel hasta las lagrimas de la hipocresía lo delatan dice un proverbio castellano. La situación del país es cada vez más grave. Y con Seneca coincidimos: “Dejaremos de temer cuando dejemos de esperar”.

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Escribo sumándome al número de víctimas de estos atracos. No hubo en mi hogar habitación y muebles que no fueran averiados, destruidos o hurtados por los delincuentes. Lo que me había costado adquirir durante años desapareció en el término de seis horas de sufrimiento. Doy gracias a Dios que me permitió conservar la vida y salvar las manos casi necrosadas por los amarres. La solidaridad de familiares, algunos vecinos y cantidad de amigos dentro y fuera del país, no se hizo esperar. Todo se lo he dado al Zulia en mi quehacer de años. Infinitas gracias a todos.

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