#Opinión: Un montón de casas viejas Por: Claudio Beuvrin

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LA CIUDAD COMO TEMA

Con frecuencia escuchamos que hay que tumbar las casas viejas que aún se mantienen en pie en el centro de la ciudad. Los argumentos suenan poderosos: esas casas ya no se adaptan a las nuevas funciones que debe prestar el centro, que en cualquier momento se desploman y que constituyen un peligro tanto para quienes aun las habitan y para quienes pasan por sus frentes, que impiden el ensanche de las calles, que son feas y que el valor del solar que ocupan hace tiempo que ha sido sobrepasado el valor de la casa misma. Que ya ni sus dueños quieren mantenerlas y prefieren desocuparlas y dejarlas que se caigan solas porque  así les será más fácil recuperar el valor del terreno, una política que muchos dueños de casas en las zonas especiales, en régimen de protección o preservación, han venido aplicando con éxito para desembarazarse de de ellas, vista el poco provecho pecuniario que se pueden dar y la escasa o nula ayuda que reciben del estado para este propósito.
A veces, ante el reclamo de una pequeña parte de la opinión pública, el gobierno las compra e intenta rehabilitarlas, pero estos intentos son escasos, insuficientes y siempre a destiempo. No existe una política de permanente atención a esas casas viejas, no se sabe que hacer con ellas, y siempre se piensa que su destino natural es el de ser asiento de alguna institución cultural. Así fue como se salvó el ahora museo de Barquisimeto y también el Cuartel de Las tres Torres, convertido en sede educativa, un hecho que puede leerse en clave simbólica como el triunfo del saber civil sobre la autoridad militar. Otras casonas fueron adaptadas, con mayor o menor respeto, en oficinas de empresas e instituciones.  Otras no han tenido esa suerte, por lo menos no todavía, como está ocurriendo con la casa del Ateneo de Barquisimeto, abandonada por intolerancia política y sometida a malos arreglos que desfiguran su valor espacial, a pesar de la buena voluntad de su presidenta, la Dra. Ana teresa Ovalles.
Es obvio que las ciudades cambian y requieren, en cada circunstancia de espacios y edificaciones diferentes según van cambiando el carácter, la escala y la  intensidad de sus actividades. A veces los cambios pueden modularse para que lo nuevo y lo viejo coexisten en armonía, pero lo frecuente es lo contrario:  la coexistencia es difícil si no imposible. El Cuartel de las Tres Torres se salvó pero a costa de perder la fuerza de su carácter pues lo que debió ser una presencia sobrecogedora, está –visualmente hablando- minimizada y opacada por la enorme mole de la Torre David.
Hasta hace poco tiempo el pueblo de Santa Rosa, la iglesia y su la plaza coexistían sin ningún problema, pero fue entrando en crisis en la medida que el culto a la Divina Pastora atrajo a mas y mas gente y el espacio comenzó a ser transformado para adaptarlo a esa nueva dimensión de la demanda de espacios y servicios, agregándole estructuras de carácter y aspecto moderno que en nada la mejoran. La plaza fue remodelada, deforestada y afeada –se salvaron solo las palomas- y se le incluyó un Bolívar con la espada desenvainada, que no entiendo que hace ahí, como si se tratara de alguna plaza de valor simbólico de carácter militar. Algunas cosas cambiaron para bien, como es el cambio de flechado de la circulación vehicular, lo que crea la posibilidad de peatonalizar parte de la calle integrándola a la plaza. También es aceptable la invisibilidad desde la plaza de las estructuras nuevas (¿modernas?) que están en el lado sur. Pero el arco de entrada a la población es un adefesio horroroso, ampuloso, ahistórico y desproporcionado y para nada recoge o refleja la humildad de las casas tradicionales del pueblo. Es un falso arco de triunfo que convierte el acceso al poblado en una escenografía propia de los estudios Disney.
Muchos suelen pensar que el dinero invertido en conservar la historia es solo dinero perdido. Pero la historia arquitectónica y urbana, bien mantenida y aprovechada , es fuente extraordinaria de ingresos. ¿Cuándo dinero dejan los turistas que van a los miles y miles de lugares de Europa a ver sus catedrales, sus palacios, sus plazas y sus fuentes? Mucho mas de lo que se gasta en conservar esas obras que por vía de un trato cariñoso han dejado de ser viejas para convertirse en antiguas…y admiradas.

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