Perder el tiempo – Claudio Beuvrin

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En mis días de niño solía ir a un gran hotel, visitado tanto por turistas criollos como extranjeros, que aprovechaban la densa sombra alrededor de su gran piscina. Me llamaba la atención que mientras los turistas criollos pasaban el tiempo consumiendo alcohol, los extranjeros lo hacían leyendo, aunque, por supuesto, también ocasionalmente consumían algún trago.

Esta impresión de que no somos dados a la lectura se fue confirmando cuando tuve oportunidad de visitar países como Colombia, Perú, Chile y sobre todo Argentina y pude ver gente que abría un libro cada vez que podía: en las colas del autobús, del banco, en el metro; lo hacían mientras comían o descansaban en los bancos de la plaza. Esta impresión se repitió cuando viviendo en Inglaterra vi cómo la gente aprovechara para leer. Cada vez que tomaba el tren me parecía viajar en una sala de lectura rodante.

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La lectura es un indicador de desarrollo y se expresa de muchas maneras: por el número de libros que la gente compra y lee por año, por el número de bibliotecas públicas por cada 100.000 habitantes, por el número de libros por persona en las bibliotecas públicas, etc.

Ignoro cómo estan esos indicadores para Venezuela. Pero estoy seguro que no nos favorecen. Debo reconocer que el gobierno de Chávez intentó cambiar la situación publicando libros por millones y distribuyéndolos gratis o casi, pero cumpliendo la política de todos los gobiernos marxistas, totalitarios: que los ciudadanos leyeran mucho, pero solo lo que el gobierno permite. Ocurría en el imperio soviético y sus satélites en Europa del Este, sigue ocurriendo en China y en Cuba, donde la contra respuesta de los ciudadanos ha sido crear un activo mercado negro de libros no permitidos, aceptando que corren riesgos si se los descubre la policía. En estos países a veces ocurre lo que Ray Bradbury describió en la novela Fahrenheit 451: los queman. Chávez imprimió mucho, pero hizo todo lo posible por anular el trabajo de las editoriales venezolana, negándoles el papel y los dólares para importar libros.

La carencia de hábitos de lectura en nuestro país se ve donde quiera que hay ocasiones para leer: en las largas e inacabables colas esperando por horas para ser atendidos. Casi siempre soy el único que aprovechaba el tiempo leyendo, pero a veces se me acercó una persona mayor a preguntarme qué leo. Pronto surgió una corriente de simpatía mutua: ambos descubrimos, con alivio, que no éramos los únicos.

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Hoy la lectura es una práctica muy costosa, pero aún hay muchos libros de segunda y hasta tercera mano que siguen siendo excelentes y accesibles. Y, por supuesto, los libros son muchos y variados, para todo gusto y necesidad, unos educativos y otros, entretenidos. Pero siempre vale la pena preguntarse como seria nuestro país si generaciones atrás hubiéramos logrado consolidar masivamente el hábito de leer.

La gente de un país es, en parte, lo que lee. ¿No leen? Entonces no son.

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