En Venezuela no existen soluciones rápidas y sencillas al grave deterioro político, económico y social incubado a lo largo de décadas de populismo, y agravado exponencialmente desde comienzos del siglo.
El estrepitoso fracaso de un costoso experimento que enfrenta a las más elementales leyes económicas hoy camina aceleradamente hacia un desastre social de dimensiones aún incalculables.
Frente a ello surge un trancado impasse político, donde ninguno de los dos lados en pugna puede obliterar completamente al otro, y donde ambos bandos medran apenas a costa de los errores del contrario.
El venezolano promedio hoy vive extenuado del incesante discurso de confrontación y odio que se alimenta desde las cúpulas del poder, y a veces parece contagiar a ciertos opositores del fracasado modelo totalitario.
Mientras tanto, la sociedad en su conjunto paga el precio del estéril conflicto en privaciones, calidad de vida, y aún con la vida misma.
La dramática realidad que hoy viven millones de venezolanos lacera la conciencia de todo el que aún conserve sentido de país, más allá de toda diatriba ideológica.
El país clama por una genuina política de estado y nueva visión estratégica, que inicie el difícil camino a la reconstrucción.
Los profundos problemas estructurales acumulados no se comenzarán a resolver apenas quitando un mandatario y poniendo otro. Nadie tiene una varita mágica que pase un interruptor que nos saque automáticamente de las profundidades del actual desastre.
Pero, de la desoladora curva de aprendizaje que hoy experimenta la sociedad venezolana pueden surgir nuevas actitudes que permitan sobrellevar las ineludibles etapas difíciles que aún quedan por delante.
Al contrario de muchas consejas propagadas en el anecdotario político local, todos los regímenes comunistas del Este de Europa –salvo Rumanía– superaron el comunismo sin mayor derramamiento de sangre.
Sobreponer al actual marasmo exigirá conjugar con madurez el espíritu patriótico de cuantos se dedican a la lucha política democrática –más allá de cualquier proyecto individual o partidista– y promover una auténtica reunificación nacional, con alternativas viables para la reedificación económica y la reparación social.
La tenaz y admirable resistencia que durante 17 largos años ha bloqueado la plena implantación de un totalitarismo sectario y dogmático debe traducirse en habilidad de proyectar una visión positiva de futuro posible para quienes hoy sufren depresión y desesperanza. Como dijo Eleanor Roosevelt: “Es preferible prender velas, que maldecir la oscuridad”.
Antonio A. Herrera-Vaillant
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