Va Pensiero – Hipocresía y acoso sexual

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Quienes en algún momento hemos estado en posiciones de poder y prestigio, sea en un entorno empresarial, político o académico, sabemos cuán sutil, frágil y flexible puede ser la línea que separa una relación moralmente aceptable de una que pasa a convertirse en abuso, chantaje, aprovechamiento y abierto acoso sexual. Digo esto porque desde hace tiempo la prensa internacional está llena de referencias, en particular del mundo del cine y de la política, de acusaciones acerca de la conducta sexual que algunos han ejercido contra sus subordinados y compañeros de trabajo.

Estoy seguro que hay mucha hipocresía en ese escándalo, especialmente porque ocurre en sociedades reconocidamente libertinas, permisivas y erotizadas como Estados Unidos y Europa, pero que igual ocurre en todas partes del mundo, con más o menos intensidad pero menor escándalo.

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Toda relación de poder entre un hombre y una mujer implica siempre la posibilidad de pasar a otro tipo de relaciones y comportamientos y sin que nadie pueda decir con rigor, con suficiente seriedad, quien comenzó el abuso, quien lo estimuló, que tan consensuada fue la relación, que daño o beneficio indebido le trajo a cada una de las partes o si las circunstancias la hicieron moralmente condenable.

Creo que en estos asuntos es difícil de sostener una posición en que una de las partes es totalmente virtuosa e inocente y la otra un infame depredador. Yo he estado en situaciones de poder académico (ya antes de graduarme deba clases) y me consta que cada tanto aparecía alguna muchacha con evidentes intensiones de seducir al profesor para cambiar los resultados de un examen. Eso ocurría particularmente cuando era joven y siempre impedí que las cosas pasaran de una simple insinuación por parte de alguna alumna un poco más pícara que las demás.

Pero también sabía que no todos se comportaban de la misma manera. Sabia de otros profesores que no aguantaban una insinuación y conozco un caso célebre (el nombre, la facultad, la universidad y la ciudad me los guardo por razones obvias) quien había institucionalizado que la “revisión del examen” se hiciera en su apartamento y que algunas alumnas adoptaban de preferencia este método para aprobar la materia sin mucho esfuerzo. Muchos de sus colegas sabíamos de su práctica –el mismo las publicitaba sottovoce- y las muchachas sabían de lo que buscaba…y aceptaban participar en el juego. Era, ciertamente, un escándalo, pero nadie podía hacer nada pues salvo lo que el mismo profesor decía, no teníamos pruebas ciertas de como ocurrían las cosas.

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En este juego de la dialéctica del seductor y el seducido es difícil acusar a nadie y menos aún en ambientes nada puritanos y tan promiscuos como los de la industria del cine en donde pareciera que todo vale con tal de ganar y mantener un trabajo importante. Lo mismo vale para los ambientes económicos y políticos. Es conocido el caso de Kennedy con Marilyn Monroe, el de Clinton con su pasante y más recientemente, el de Trump, poderoso por razones económicas y políticas, devenido en autoproclamado experto palpador de pussies.

Los hombres y mujeres no solo son empleados y empleadores en una relación asimétrica de poder: debajo de sus ropas y de sus comportamientos civilizados siguen siendo machos y hembras, con sus instintos primitivos de convertirse unos en el macho alfa y las otras de ser protegidas por uno. Así, que nadie me venga con eso de desgarrarse las vestiduras en defensa de la virtud. Ya sociólogos como Herbert Marcuse desarrollaron la idea de que vivimos en una sociedad que el al mismo tiempo permisiva y represiva, lo cual es fuente de toda clase de hipocresías, pero este tema escapa del propósito de esta nota.
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