Va Pensiero – Una lectura imprescindible

A veces creo que los lectores tenemos ángeles custodios que de pronto nos ponen un libro cerca para que lo leamos. Me acaba de ocurrir tras tantas quejas de no conseguir nada bueno, en precio y contenido, en las librerías locales, crónica y críticamente mal surtidas, como el resto de los comercios del país. Se trata del libro “Los hombres libres nunca tendrán prisión”, escrito a dos manos entre Gilber Caro y Manuel Llorens y publicado por la editorial Libros Marcados.
El libro narra el proceso de recuperación social y existencial de Gilber Caro, un distribuidor de drogas que termina preso en el infierno de las cárceles venezolanas, convirtiéndose en un duro que se hace respetar a punta de pistola y puñal pero que cae en cuenta que no quiere esa vida y logra recuperarse, con la ayuda de unos pastores evangélicos, hasta el punto de colaborar para la recuperación de los otros presos, iniciar los estudios de derecho y convertirse en diputado suplente de Voluntad Popular.
El proceso no fue fácil, significó la superación y destrucción de los miedos, odios y frustraciones que fue construyendo alrededor de su yo íntimo como coraza protectora y que le generaba el respeto de los otros internos hasta convertirlo en algo totalmente distinto, deshumanizado. No puedo describir aquí este proceso pues solo puede entenderse leyendo el libro.
Una segunda línea de reflexión tiene que ver con el trabajo de los pastores evangélicos, muchos de ellos ex prisioneros que entienden las condiciones de vida de los internos. La labor de estos sería mucho más eficaz si contaran con más colaboración de las autoridades penitenciarias pero a pesar de las condiciones de las cárceles, los predicadores tienen cierto grado de éxito.
La tercera línea de reflexión tiene que ver con esa gran fuerza moral y gran resiliencia que da la fe. Y lo digo desde la perspectiva de un ateo que reconoce que creer en Dios es válido, aun si ese Dios no existe. La creencia en Dios da fortaleza, deseos de superación, da esperanzas y capacidad para sublimar el odio acumulado y abrirse para crear un mundo de amor por y para los demás.
Hay también unas cuantas líneas dedicadas a analizar el acto de matar y la repugnancia que eso causa en muchas personas. Quizás, al final de cuentas, el hombre no es un asesino nato y malvado como muchos creen. Manuel Llorenz cita un estudio realizado entre soldados con experiencia de guerra donde se señala que muchos, aun en medio del fragor de un combate, no disparan hacia sus enemigos y los que lo hacen quedan traumatizados si el combate ocurre tan cerca como para ver los ojos del enemigo, ver como muere y más aún si, después de muerto, revisan sus documentos personales y descubren que ellos también tienen familia y novia o esposa, al igual que quien lo mató. Eso crea terribles conflictos éticos de los que algunos no se recuperan nunca, como ocurrió con muchos de los que regresaron de Vietnam, de Irak o Afganistán: se sentían disminuidos en su autoestima, se reconocían como asesinos y no soportaban la vergüenza. Eso de hombres absolutamente decididos a matar y que efectivamente matan son pocos, aunque las películas de guerra pretendan mostrar lo contrario. Esto me hace pensar que a pesar de toda la crueldad que vemos y sentimos en el mundo, aún hay razones para la esperanza: los odios, las injusticias, el dolor causado por otros ni las guerras son inevitables, pero hay que trabajar para ello.
Lean este libro, es ligero, de 93 páginas y les dará esperanza por la humanidad, incluso considerando las situaciones de crisis humanitaria, por falta de alimentación y de medicinas, provocada por los pranes que nos gobiernan y degradan nuestra dignidad.