Werner Heisenberg: El principio de incertidumbre

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Siempre he sentido una gran admiración por la genialidad y los genios. Uno de ellos es el alemán Werner Heisenberg (1901-1976), quien a la muy corta edad de 24 años, junto con otros físicos, como Einstein, Dirac, Bohr, Schröndinger y Planck, echó las bases de una ciencia nueva, asombrosa y revolucionaria, esto es, la mecánica cuántica, aporte fundamental a la física que lo condujo al premio Nobel en 1932.

Cuando era un joven estudiante de secundaria, en una Alemania derrotada en la Primera Guerra Mundial, se dio cuenta que las explicaciones sobre el átomo de sus textos y profesores era bastante incorrecta, y que una más lúcida y adecuada se hallaba en los filósofos atomistas de la Antigüedad, Leucipo y Demócrito. Con ello defendía el bachillerato humanístico y clásico de entonces. Leía a los clásicos, cultivó la música y tenía una extraordinaria sensibilidad artística que lo hizo apreciar la belleza en cualquiera de sus expresiones.

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La belleza es un concepto nebuloso, dice el físico británico Paul Davies, pero no hay la menor duda de que es una fuente de inspiración para los científicos profesionales. En algunos casos, cuando el camino a seguir es poco claro, la belleza y la elegancia matemáticas sirven de guía. Es el paralelismo entre ciencia y arte que condujo a Heisenberg a crear su asombroso y fascinante principio de indeterminación.

Este paradójico principio afirma que no podemos medir exactamente la posición y la velocidad de una partícula en el mismo instante, lo que ha producido desconcertantes implicaciones científicas y filosóficas. Una de ellas, responsabilidad de Einstein, que cuando le preguntaban sobre la física cuántica, a la cual adversaba, decía: “Dios no juega a los dados”. Otras son las que afirman que el determinismo positivista del siglo XIX estaba muerto, y que el observador afecta y cambia la realidad que estudia. Y lo más extraordinario de todo: La realidad objetiva se evaporó, decía el mismo Heisenberg.

El físico estadounidense y premio Nobel Steven Weinberg nos dice que si el lector está desconcertado con lo que Heinsenberg estaba haciendo, no está solo. Varias veces he tratado de leer el artículo que escribió y, aunque creo que entiendo la mecánica cuántica, nunca he entendido las motivaciones de Heisenberg para los pasos matemáticos de su artículo. Los físicos teóricos en sus trabajos más importantes tienden a desempeñar uno de dos papeles: o son sabios o son magos. Sabio era Einstein, quien razonaba de forma ordenada basándose en ideas fundamentales sobre el modo en que la naturaleza debía comportarse, pero físico mago era Heisenberg, pues no parece estar razonando en absoluto, sino que se salta todos los pasos intermedios para llegar a una nueva intuición acerca de la naturaleza.

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¿A dónde conduce todo este prodigioso y sorprendente avance científico que nos abruma con sus insólitas y extravagantes ideas y propuestas? La respuesta nos las da el astrofísico británico Arthur Eddington, quien al observar la desviación de la luz en un eclipse total de Sol en 1919, le dio base experimental a la teoría de la relatividad de Einstein: “Hemos visto que cuando la ciencia ha llegado muy lejos en su avance, ha resultado que el espíritu no extraía de la Naturaleza más que lo que el propio espíritu había depositado en ella. Hemos hallado una sorprendente huella de pisadas en las riberas de lo desconocido. Y resulta que las huellas eran nuestras”.
Luis Eduardo Cortés Riera
[email protected]

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