Con profunda conmoción la entrañable comunidad larense, así como la venezolana, han recibido con taladrante dolor, la noticia triste del deceso de Pepi Montes de Oca, insuperable amigo, quien está emprendiendo su peregrinaje de eternidad. Por su hidalguía de bien y sus prendas personales, deja un sitio difícil de llenar. Logró vincularse a todos sus allegados, por sus insignes cualidades y sus virtudes paradigmáticas, su manera personal de ser y su naturaleza receptiva, le granjearon el amistoso aprecio de quienes frecuentaron su trato cortes y sus intrínsecas características personales.
Vino al mundo con un objetivo singular: acercarse a los otros seres y con ellos formar una entente de buena voluntad, por su don providencial de cultivarse la amistad y vivir entre los hombres teniéndolos a todos por fieles amigos, sin menosprecio ni desaire. Con prodiga fruición vivió colmado de buenos sentimientos.
En el difícil empeño de pactar buenas relaciones nadie le aventajó. Supo distinguirse con serena ponderación la privilegiada misión de ser un incansable promotor del bien común y de entregarse con entusiasmo realizador a tareas dignas y útiles y al servicio creciente de un ideal superior.
No quebrantó ningún principio, con los que se conformó y considero normas inviolables en su doctrina y pensamiento, en las cuales puso integra su fe y con decisión propagó con fidelidad ejemplar. Por convicción y por doctrina fue un demócrata, que siempre entendió y practicó que la democracia es el único sistema político susceptible de absoluta libertad.
Lo vimos actuar en política con desenvoltura, en terreno propio, irreprochable seguidor de las ideas social cristianas, de la democracia cristiana en las cuales mantuvo un culto ejemplar y consecuente. Le conocimos la única militancia en el social cristianismo y nunca, ante ninguna circunstancia varió su pensamiento político. En muchas ocasiones tuve con Pepi largas disertaciones políticas, más largas y profundas en los últimos tiempos. Siempre le insistía, en la necesidad de rendir un homenaje a Ildefonso Riera Aguinagalde, su paisano caroreño, por ser el divulgador legitimo de la idea de crear un partido de la social democracia, en Venezuela y en América.
Riera Aguinagalde era un pensador de profunda doctrina y de avanzado bagaje ideológico. Estando exilado en Paris, cuando hizo sus profundos estudios sobre la Biblia, llego a la convicción de que antes que un dominio y desarrollo del socialismo, como lo hacía prever el panorama francés de su tiempo. Preferible era emprender sin vacilación, divulgar el ideal cristiano a través de la plataforma de un partido cristiano. Dejó su noble pensamiento para el avance de los nuevos tiempos. Pero desde Venezuela y concretamente desde Carora, empezó a adquirir forma esta transformadora idea.
Pepi fue un vigía de la democracia. Sus inquietudes comienzan desde el colegio a temprana edad. Empieza su actividad al amparo de UNE y al formarse el Partido Social Cristiano Copey, allí encuentra tolda y ágora para su descollante actuación en la democracia venezolana. Solamente se le reconoció una trinchera COPEY y un campo inacabado de lucha y de actuación política, la democracia cristiana. Al respecto, con inaudita constancia se pronunció por hacer de la democracia un centro de libertad humana. Mostró una absoluta rebeldía ante el conformismo. Sostenía que para el social cristiano, la política, no puede considerarse como opción fácil, sino ineludible obligación, sensato deber. Por sus inherentes convicciones éticas, mantuvo viva y ardiente la conservación y defensa de la dignidad de la persona y del honor sucedáneo.
En terreno abierto se podía tratar con Pepi sobre temas de amplia significación y profundo contenido. A lo largo del tiempo con el debatimos, en varias circunstancias, sobre el llamativo tema de la democracia cristiana, en Venezuela y en el mundo. Era un intérprete juicioso y pleno conocedor de la doctrina de Luigi Sturzo, diáfano filosofo y el ínclito propulsor de un partido popular cristiano. No hay duda, que las bases y fundamentos de su ideario social cristiano, se inspiraba fundamentalmente, en las encíclicas papales: RERUM NOVARUM, de León XIII, Cuadragésimo Anno, de Pio XI y la cautivadora doctrina de Sturzo, ya nombrado.
Pepi entendía y analizaba bien los movimientos históricos y políticos venezolanos, con esmerada preferencia los ocurridos a partir del año 36 para acá, durante esa esperanzadora etapa del proceso de transformación del país nacional. Estudió con ahínco las causas del progreso social y humano. Ahondó en las variantes de la inteligencia humana, así como la construcción de los grandes ideales humanos. Fue el político de nuestra generación y nuestro tiempo, más responsable para la libertad y más capaz y dotado para la tolerancia. De manera idónea y fervorosa él conformó una etapa de la marcha del pueblo hacia la solidaridad social y la unidad nacional. Uno de sus más grandes empeños como hombre de Estado y dirigente político, fue plasmar el entendimiento doctrinario y político entre los partidos, entre personalismo e institucionalismo y mantener siempre viva una enorme fe en la institución civil como baluarte de la democracia. Cuando Pepi fue Secretario General de Gobierno, yo desempeñaba la Procuraduría General del Estado, y como Magistrado Regional, el doctor Eligio Anzola Anzola, funciones en las cuales, tuve oportunidad de apreciar la capacidad política de Pepi y sus virtudes paradigmáticas. Desde entonces entablamos una imperecedera amistad. Tenemos la convicción, que no pasará mucho tiempo para verlo otra vez y para siempre, en avenidas públicas o en el ágora cordial en debate de las ideas, bajo su cielo y en su tierra, para morar entre nosotros, reencarnado en el noble metal donde se funden, perfiles de medallas, puños de espadas y vuelos de campanas.
