La Metástasis

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“No nos caigamos en dudas, en Venezuela no se da puntada si no lo aprueba el Presidente Chávez.” Ex magistrado del TSJ Eladio Aponte Aponte, 18 de abril de 2012

Viene el cáncer a ponerle fin a su vida cuando el régimen que sustenta sufre una idéntica metástasis de desastres. Un cáncer terminal, pero de naturaleza socio política. Chávez se muere. Y lo hará tan en cualquier momento, que ya se lo trata como a un premuerto. Nueva categoría de la medicina político legal reservada a quienes, condenados a muerte y en plazos más bien breves, deben tratar y ser tratados como los infelices seres que aguardan pasar al más allá en la antesala de la muerte. Le sucede como a todo premuerto que se respete: vive una falsa santificación en vida. A tal grado, que hasta suena feo que un santo tan prominente se suelte de pronto las trenzas de su beatitud acorralada y sea procaz, soez y obsceno. Dejando traslucir las entretelas de sus rencores. De Santo, ni el escapulario.

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No debiera ser desde luego el cáncer, stricto sensu, el tema prioritario de la agenda nacional y el que desata la gravísima crisis de eventual ingobernabilidad que afecta al país. La grave crisis que nos afecta es mucho más profunda y atañe al centro vital del Estado: tiene que ver con las revelaciones de la compleja trama de criminalidad, terrorismo y narcotráfico que no ha podido ser controlada reventando por donde menos se esperaba: la renuncia a sus cargos, fuga del país y entrega a las autoridades antinarcóticos de la DEA del ex general, ex juez y ex miembro del Tribunal Supremo de Justicia Eladio Aponte Aponte.

Para comprender en su cabal dimensión la envergadura de la crisis que se ha desatado en Venezuela con las revelaciones que acaba de dar AA por tv y que serán débil reflejo de las que le habrá entregado a la DEA, nada más apropiado que retrotraernos a 1988 y al juicio al héroe de la revolución, comandante Arnaldo Ochoa Sánchez y los hermanos Tony y Patricio de la Guardia.
Es una historia siniestra que nos retrotrae a su vez a los horripilantes Juicios de Moscú, el expediente utilizado a fines de los 30 por Stalin para deshacerse de todo el Comité Central del PCUS y de toda la guardia vieja bolchevique que le diera vida a la revolución y nacimiento al primer Estado proletario del mundo. Procesos que no dejaran rincón de la URSS adonde no llegara el brazo exterminador de Stalin y la espantosa justicia de su horror. Incluso alargar su brazo asesino hasta Coyoacán y servirse de un catalán fanático y estupidizado para enterrarle un piolet en la base del cráneo a su compañero de luchas e ideales León Trotski.

Al retiro de la Unión Soviética de Cuba y la pavorosa crisis desatada por la carencia de divisas con que comprar alimentos y alimentar a su población, Fidel Castro le ordenó a su mejor guerrero, héroe de Ogaden y nuevo Guderian de la historia militar del siglo XX, y a su mejor agente del servicio secreto, Tony de la Guardia, joven de la más rancia aristocracia cubana, que sacaran divisas de donde fuere necesario, para alimentar al monstruo desfalleciente. Sin parar mientes en métodos ni fines. Lo hicieron traficando desde sus bastiones africanos con cuanto negocio turbio encontraron: desde marfil, oro y hasta diamantes y muy posiblemente aliándose secretamente con el narcotráfico, con el que Fidel Castro ya había iniciado acuerdos altamente rentables. Prestando su territorio, su flota y sus aviones para el paso de la droga desde Colombia, México y otros puntos de origen hasta las costas de los Estados Unidos y Europa. ¡De qué asombrarse? No sólo el fin justifica los medios: debilitar al Imperio acicateando la perversión de su juventud con el consumo de cocaína ha de haberle parecido una muy eficiente y hábil manera de debilitar al enemigo.

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Cuando comprendió que había depositado demasiado poder en sus hijos dilectos, nuestro Saturno no tuvo más remedio que liquidarlos. La parte que se habían reservado para ellos era irrisoria comparada con la danza de los millones de sus congéneres venezolanos, hoy en la picota de las declaraciones de AA. Pero cometieron el garrafal error de ilusionarse con la Glasnost y apostar a cambios en Cuba, intolerables para el tirano. Decidió culparlos de traidores a la revolución por haberse involucrado en el narcotráfico y a cambio de aceptar la acusación aplicarles leves penas de prisión. Leales y fieles a la revolución, cometieron el imperdonable error de creerle: fueron fusilados sin más trámites al cabo de un escandaloso y traicionero juicio llevado adelante por los esbirros de Castro, compañeros de historia de los dos fusilados.

¿Puede alguien con 2 dedos de frente creer que AA, Rangel Silva, Alcalá Cordones y Hugo Carvajal, por nombrar a los supuestos kingpins del fastuoso negocio mil millonario de la droga actuaron por cuenta propia, para disponer de un caudal de miles de miles de millones de dólares en sus cuentas personales? ¿Puede alguien sostener sin que se le caiga la cara de vergüenza que el Sr. Presidente de SU república y comandante en jefe de SUS fuerzas armadas, desconoció las andanzas de SUS generales, incluido el ministro de la defensa, el jefe de su policía política y el comandante más poderoso de SUS tropas mecanizadas con el que cuenta?.

Hubiera podido hacerlo si tuviera control efectivo de sus fuerzas armadas. No lo tiene. Control absoluto de su TSJ. No lo tiene. Control absoluto del parlamento y demás instituciones de SU Estado. No lo tiene. Control absoluto de alcaldías y gobernaciones. No lo tiene. Control de los medios. No lo tiene. Control totalitario y absoluto de la ciudadanía. No lo tiene.

Podría, incluso, ganar en credibilidad metiendo preso a los antes nombrados y condenándolos a 30 años de cárcel, como hizo con los pobres comisarios. Tampoco puede. Quedaría en la absoluta orfandad. Porque el cáncer que lo afecta, según parece a niveles directamente terminales, no sólo ha hecho metástasis en otros órganos de su cuerpo amenazándolo con una muerte súbita. Saltó a su entorno y de allí a toda SU revolución.

Llegó al llegadero. Y en una insólita cabriola del destino, arrastra consigo SU revolución hasta la tumba. Ambos morirán abrazados. Sufriendo del mismo mal: un cáncer metastásico. Dios los perdone. Así hayan osado desafiarle. Como lo sabemos desde la infancia: Él castiga, pero sin piedra ni palo.

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