Cien años y un recuerdo…

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¿A qué otro pudiera estar refiriéndome como no fuera a Félix Pifano (1912-2003), mi inolvidable y venerado ductor, paradigma del médico íntegro, un hombre liso, el de verdad, sincero, sin dolo ni artificio. Muy pocos quedan parecidos a él en mi pobre rico país, tan lleno de seres insignificantes y prostituidos vendidos a la tropelía, al fraude y el pillaje, y dispuestos a regalar la patria en provecho del único canceroso.
Las enfermedades tropicales, endémicas y epidémicas, bajo su égida y la de otros tantos, fueron confinadas a sus nichos naturales, controladas o borradas del mapa de la patología nostra. Pocos años de ignorancia y maleficencia han bastado para que las cuadrillas de ineptos hayan destruido su legado.
¿Qué diría Pifano?: «Venezuela ha sido un país sin suerte, pero los hombres pasan y los errores enseñan. Ya no es el momento de andar a la deriva improvisando soluciones con hombres impreparados, con muy baja cultura, carentes del mínimum necesario para garantizar la paz y el respeto para convivir… Es necesaria la transformación del ambiente social para llegar a donde florezca la armonía entre los hombres, la justicia social, la dignidad, una vida sin angustias, donde se obligue a mirar con respeto las tareas del espíritu y a los hombres de bien, las obras del pensamiento, las conquistas de la inteligencia».
La sanidad pública navega en un mar proceloso con un timonel malvado, sin luces, sin brújula y sin sextante…
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