T. S. Eliot: La tierra baldía

La renovación de la literatura en habla inglesa se debe a dos poetas y a un novelista: Erza Pound, T.S. Eliot y James Joyce, a los cuales he leído con delectación y, debo confesar, con asombro, pues se trata de una tradición cultural como la anglosajona, que según Octavio Paz, es una disidencia de Occidente. Para nosotros, latinos, leer a Pound es tan sorprendente y estimulante como habrá sido para Pound leer a Lope de Vega, dice el mexicano.
¿Qué motivó al joven Eliot, de apenas 34 años, a escribir tan grandioso poema? El británico Paúl Johnson en su libro Creadores, (2008), dice que son varios los factores: la desesperanza universal que ocasionó la absurda Primera Guerra Mundial, su precaria salud que le impidió hacer deportes y sexo, su desgraciado primer matrimonio que lo sumió en una fuerte depresión, su rutinario trabajo como empleado bancario, a lo cual agrega su afición a las bebidas alcohólicas, sobre todo la ginebra. Otro factor agrega Johnson, la estimulante e inspiradora amistad con otro poeta gringo y excepcional como él mismo: Erza Pound (1885-1972), quien desenterró el esqueleto fundamental de aquel poema de la desesperación para así poder oír y sentir su música.
Octavio Paz dice que en La tierra baldía hay una nostalgia de un orden espiritual, el de la tradición latina. Agrega que las imágenes y ritmos allí contenidos niegan el principio de analogía. Su lugar lo ocupa la asociación de ideas, destructora de la unidad de la conciencia. La utilización sistemática de este procedimiento es uno de los más grandes aciertos de Eliot. El mundo moderno ha perdido sentido y el testimonio más crudo de esa ausencia de dirección es el automatismo de la asociación de ideas, que no está regido por ningún ritmo cósmico o espiritual, sino por el azar. Significan el fin de las tres leyes clásicas de la asociación mental que venían desde la antigüedad grecolatina y de su creador: Aristóteles.
Pound, un enamorado de las civilizaciones clásicas y admirador de Mussolini, amigo de los dadaístas y surrealistas e inspirador de la generación beat, es el maestro de Eliot y a él le debe el simultaneísmo. Ante la crisis moderna, ambos poetas vuelven los ojos hacia el pasado y actualizan la historia: todas las épocas son esta época. Pero Eliot, dice Paz, desea efectivamente regresar y reinstalar a Cristo.
El poema es alusivo y elusivo, sofisticado, pegadizo, rítmico, lleno de incoherencias y anécdotas sin sentido. Abarca desde lo plebeyo y popular hasta lo rigurosamente académico, e incluye fragmentos tomados del jazz y las canciones populares. Agrega Johnson que es un poema perverso, decadente, tímido, furioso, provocador, pero también incuestionablemente poético en su cuidadosa y musical selección de las palabras, su fuerte latido, sus habilidosas repeticiones y sus rimas o seudorrimas. Nada menos romántico que este poema. Nada menos inglés que The Waste Land, dice Paz.
Cubierto de gloria y reconocido en el mundo entero, Eliot recibió el Nobel de Literatura en 1948, cuando Hiroshima y Nagasaki aun palpitaban, llenando de desconcierto y oquedad al mundo moderno. ¿Qué pensaría de tal hecatombe? Leí y leo a Eliot gracias a otro viajero de distintas épocas en un mismo mundo: la poesía. Me estoy refiriendo al autor de El arco y la lira y El laberinto de la soledad, Octavio Paz, quien escribió «La poesía es conocimiento, salvación, poder, abandono. Operación capaz de cambiar el mundo, la actividad revolucionaria por naturaleza; ejercicio espiritual, es un método de liberación interior.»