El trotamundos Ernesto Jiménez

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 Por allá en el año 1967, cuando estudiaba francés en la Alianza Francesa de París, conocí al colombiano Ernesto Jiménez y desde ese tiempo nació una bella amistad. Nos veíamos todas las noches para tomarnos varios cafés, así, recorrimos muchos sitios de la alegre Montparnasse, hasta altas horas de la noche. Había la leyenda, que las francesas dejaban caer sus llaves y esa era la señal que uno les caía bien, pero nunca sucedió. En esas largas conversaciones, me hablaba de sus hijos colombianos y de sus vivencias en la selva amazónica.

Tenía un gran deseo de viajar y conocía muy bien los países, los ríos y los lugares históricos. Había aprendido el francés, el inglés y, más tarde, el sueco. Escribía poesías. Un día, me comenta: me voy mañana a recorrer Europa en autostop. Unos meses después, me fui a Londres a buscar trabajo de lavaplatos. Mis primeras semanas fueron muy difíciles, sin conocer el idioma, y produje en cortocircuito en el medidor de electricidad. Felizmente era el verano, y el sol se ocultaba tarde. Poco dinero y sin electricidad.

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Buscaba trabajo y no encontraba. Y, un día, al llegar a casa de unos amigos, cual no fue mi sorpresa, allí estaba mi amigo Ernesto, habían pasado ya varios meses que él había dejado París, un gran abrazo y al preguntarme por mi vida, le contesté: No tengo dinero ni electricidad en mi cuarto y me dijo: No hay problema, yo tengo dinero, vengo de trabajar lavando platos en Estocolmo, e inmediatamente, fuimos al abasto y compró de todo y hasta una botella de güisqui para celebrar este bello azar de reencontrarnos en esa gran ciudad, y, mandó a arreglar el medidor.

Los días fueron pasando. Buscó trabajo en un restauran y comenzó a trabajar y me dijo: tú te dedicas a pintar y yo colaboro en los gastos. Como era muy pequeña mi habitación, se mudó, pero me pagaba el cuarto y me dijo: Yo voy a trabajar unos meses y después yo te dejo este trabajo. Un día, fui al restauran para conocer el dueño y Ernesto me explicó la «técnica» de lavar los platos. Mi gran amigo, se fue a recorrer mundo y haría una pasantía en Estocolmo. Muchos extranjeros trabajaban allí, en verano y de esa manera, vivían el resto del año, con ese dinero.

Pasaron los años. Me regresé a París y perdí contacto con mi gran hermano. Cuando veía un latinoamericano le preguntaba por Ernesto. Pero nadie sabía dónde estaba. Yo lo continuaba buscando y un día un amigo, en común, me dijo: Te tengo el teléfono de Ernesto. Lo llamé. Renunció al trabajo y se vino a ayudarme, ya que estaba trabajando para mi primera exposición individual, en París, en el año 1976.

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Esos dos meses que pasó en París fueron de contarme historias. Había vivido con una amiga en Oulu, muy cerca del Círculo Polar Ártico, donde las temperaturas son de unos 40 grados bajo cero, en invierno. Había estado en la India y me hablaba del Rio sagrado el Ganges, como pasan los cadáveres medios quemados, como las personas se bañan en ese rio contaminado y que no han aceptado tratar de limpiarlo, ya que es sagrado. Me hablaba de Chrisna, Vasnu, me habló de los intocables, de castas y de religión hinduista. Me conversaba de esas vivencias de ver todos esos templos y de esa gran cultura. Me habló de sus hijos que tenía en Colombia. Para ese momento, vivía con Anita, una sueca de gran elegancia, era muy alta, toda una escandinava y él unos 160 centímetros. Ahora tenía un buen trabajo; los suecos le habían pagado algunos cursos y estaba muy bien. Casado y viviendo en un gran país.

Se regresó. Le prometí ir a Suecia a conocer a su esposa y a pasar unos meses por allá. Total, que en verano me fui a Estocolmo, el viaje duró 23 horas. Vivía muy bien en un confortable apartamento. Paseábamos por los bosques y lagos. Anita me preparaba unas deliciosas kottbuller con puré de papas acompañadas con mermelada arándanos. . Viví los días más largo, donde el sol de medianoche se esconde a las doce y sale a las dos de la madrugada. Fui a pasar unos meses, pero me intoxique con un remedio, y durante varias horas perdí el habla, me llevaron al hospital, tuve miedo…, y me regresé a París.

Y seguimos escribiéndonos. Cuando él iba a Colombia yo me llegaba hasta el aeropuerto de París, para saludarlo. En esas cartas me manifestaba, el deseo de traerse sus hijos y, un día lo logró. Al llegar sus hijos, el gobierno sueco se ocupó de ellos. Algunos estaban casados. Con Anita tuvo un hijo, Ernesto, ya la mayoría tienen hijos suecos. Sus últimos años estuvo rodeado de un gran grupo familiar, hijos colombianos, hijos suecos y muchos nietos. Hoy, cuando escribo esto, lo hago con mucha tristeza, quise hacerlo para que él lo leyera, pero, en este viaje final, se apresuró en partir. Hace unos días que se fue a ese gran viaje. Muere en Estocolmo a los 79 años, rodeado de su gran familia, así, con hijos en Colombia. Dedicado a un trotamundos, a mi amigo y hermano Ernesto Jiménez.

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