El libro es quizá el objeto menos promocionado, aunque siempre se le mencione por su genérico nombre. El libro es la memoria latente y activa de las inquietudes pensantes del ser humano. En él encontramos el milagro de esa realidad paralela que sin él no existiría. Abrir la portada para ingresar a sus páginas es iniciar la aventura más singular. Es el comienzo de la más original acción. Es roturar con la mirada perceptivamente lectora su definida extensión. Es condicionar nuestros sentimientos para conocer costumbres, actitudes, comportamientos, modos de ser y de decir. Es adaptar nuestro espíritu a los sistemas de vivir de otros seres que se expresan en nosotros. Es establecer inimaginadas relaciones con otros seres audibles. Es enfrentar los más extraños conflictos de nuestras existencias. Es conocer de modo muy especial los temas inmortales de la vida, sin los cuales, no abría el entusiasmo de vivir; es conocer el amor, el dolor y la muerte.
El libro por su naturaleza, por sus personajes, por sus conflictos es un modo de ser de un espejo cuyo inexistente cristal lo hace único. En el la vida de la aldea, de la ciudad, de los predios bucólicos de la ruralidad y muchos otros tienen plenamente sin restricciones cabida. En él conocemos y hasta intimamos con la vida de los personajes que lo pueblan. La niña, la madre, el señor, la familia, las relaciones que en el seno de los grupos se establecen.
El libro es una extensión llena de sabiduría. Nos acerca el ayer aún fresco. Se confunde con el presente en la más vigente carrera de su fugacidad. Y
proféticamente se proyecta hacia la esperanza que llamamos futuro. Un libro es un tesoro a la vista de un lector. Es un medio para automejorar la formación. Es el único instrumento que conserva solícitos todas las inquietudes creadoras. Es un educador con las más refinadas maneras para enseñarnos a predicar la vida. Hay en él un sabio que orienta, enseña, forma el sentido sensible de ser personas. El libro es para la humanidad el recurso más importante creado por la humanidad para otorgarle perennidad a la palabra. Hazlo tuyo, te conviene. Su discurso es bueno. Dijo Plinio: no hay libro totalmente malo. Así es.
