II Parte Etapas del paternalismo

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La primera es la de júbilo, cuando el Estado Paternalista se conforma, llega nuevo y muestra su cara bonachona. Los gobiernos de este Estado llaman a la reivindicación de los pobres, critican duramente la negligencia de los gobiernos anteriores, hablan de los planes que revolucionarán al país y aseguran que el pueblo será ahora quién tendrá la soberanía. Ahora sí se hará justicia. Así, entre promesa y promesa, se suelta por aquí un regalo y por allá otro.
Luego viene la segunda etapa, la de la doble personalidad. Pasa el tiempo y la dependencia se vuelve costumbre. Solo falta que los hijos del Estado abran la boca para que se les alimente.
Sin embargo, progresivamente la generosidad de antaño comienza a disminuir y el gobierno de turno ya no es tan amable, puesto que comienza a mostrar un carácter autoritario. Los ciudadanos al aceptar ser hijos, es decir, al aceptar que son dependientes, deben asumir la obediencia absoluta hacia su Padre, hacia su Estado. Deben doblegarse a él, porque el Estado es bueno si se portan bien.
Entre otros cambios destacados, la Constitución suele modificarse o las leyes existentes son atropelladas por el gobierno, la libertad de expresión comienza a coartarse, el poder se centraliza, las empresas suelen nacionalizarse, la educación baja de calidad y la ignorancia campea.
A partir de aquí, comienza la tercera etapa: la del malestar general. Los hijos del Estado paternalista se sienten mal, se sienten inválidos e impotentes, pobres e inútiles, engañados muchas veces y desamparados frente a un sistema que cada vez se vuelve más opresor.
Todas o la mayoría de las promesas del gobierno no se cumplieron o se cumplieron a medias. Eso se debe a la centralización del poder en el patriarca absoluto, así la democracia es una falacia. La voz del pueblo ya casi no se escucha.
Los viejos-niños se sienten presos de la dependencia y no saben cómo actuar. Ahora, son pocas las ganancias y muchas las pérdidas. Surge un nuevo discurso: «El culpable es el gobierno».
Cuarta etapa, no hay vuelta atrás o viene la transición hacia la independencia. Depende de la conciencia del ciudadano en general. Si el Estado se ha vuelto despótico, hay posibilidades de que el pueblo se subleve y tumbe al gobierno.
También puede ocurrir que este Estado sea como un demagogo que comete sus delitos por debajo de mesa, pero que siempre muestra su cara más bondadosa, lo cual no despierta la sospecha de sus inconscientes hijos.
Ellos, que anclados en una severa personalidad «viejos-niños», ya se han habituado a la demagogia de dicho sistema, por lo cual simplemente continuará su permanencia. Esto suele suceder en países que por largos años han estado sometidos a la pobreza, la falta de educación, el aislamiento y desconocimiento del progreso de otras sociedades, lo cual, en resumidas cuentas, hace que el ciudadano «viejo-niño» se conforme con lo que tiene, debido a la carencia de un punto de referencia con el que pueda apreciar y discernir entre lo que es bueno o malo. Sin consciencia de su miseria, esta persona no tiene razones para cambiar.
De ambas formas, ora cambiando de gobierno, ora continuando el gobierno actual, si el ciudadano no madura el paternalismo seguirá repitiéndose, desde el plano nacional hasta las acciones más insignificantes del quehacer en el hogar. ¿El viejo-niño decidirá destetarse del tibio seno de su madre?; ¿Querrá independizarse del yugo de su padre?; ¿O asumirá el ganarse el pan con su trabajo?
Todo determinará si él o ella saben responder a la siguiente pregunta y actuar en consecuencia: Y ahora ¿De quién es la culpa?

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