UNA CÁTEDRA DE DECENCIA

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Se ha escrito bastante, aunque no lo suficiente, sobre esa gesta que con paciencia de sabio y finura de alfarero ha ofrendado al país Ramón Guillermo Aveledo Orozco. A quienes por años hemos tenido el privilegio de disfrutar su trato, ello nos ha hecho experimentar ese hervor íntimo que proporcionan las alegrías del alma, pero de ello también se ha derivado un sentimiento de reproche, ya que al asumir sin más que nuestras palabras y apreciaciones pueden bien resultar redundantes o bien confundirse con el subjetivismo de la cercanía amistosa, nos sustraemos de una obligación insoslayable en cuanto a expandir la percepción del trascendente hecho que le ha tocado protagonizar e inferir de allí las significaciones pertinentes. Pero para saldar en parte ese pasivo fraternal, hoy nos inclinamos por pincelar brevemente la secuencia humana de la persona más que del personaje, buscando que en ese contexto pueda captarse como el hilo de la integridad confecciona el tejido de la honradez y como la limpidez de los principios construye la pedagogía de la decencia.

A nadie escapa que el reverso oscuro de la sociedad postmoderna es su menosprecio por el humanismo en todas sus manifestaciones, evidenciándose ello en la exaltación del pragmatismo como sustrato conductual y del esteticismo obsesivo como patrón de aceptación social. Dentro de esos parámetros, se hace obvio que una noción como la decencia, espina dorsal de la ética, haya no solo caído en desuso, sino que sea percibida como una acepción anacrónica. Por ello, quienes creemos en la necesidad de incentivar el virtuosismo humanista, a pesar de esa gravitación artificiosa y banal que nos circunda, nos consideramos en el deber de convertirnos en voceros de hechos y personas que plasmen los valores de la decencia, considerada ésta, no como una noción simplista, sino como un haz convergente del espíritu.

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Sin ninguna duda, a pesar de su erudición como intelectual, de su finura como político y de su talento como ser pensante, sabemos que Ramón Guillermo preferiría ser adjetivado como un hombre decente ante la posibilidad de que se le calificase con cualquier otro epíteto; y es así porque él muy bien sabe que en la sencillez de ese vocablo se expresa elocuentemente toda la forja de su camino, de ese que inició hace ya casi cuarenta y ocho años, cuando se sumergió en la lucha que hoy se ha expresado de manera tan fecunda. Pero desde aquel entonces, en la vieja casona de la carrera 18, la búsqueda y el navegar nunca ha transcurrido por las aguas del facilismo, del azar o de la maniobra. El apego a la militancia principista y al rigor ético han sido los puntales en los cuales se han asentado sus ejecutorias para enfrentar complejos retos institucionales en distintos círculos del quehacer; no en vano ello le ha permitido pregonar con vigoroso orgullo: “He tenido, gracias a Dios, la oportunidad de una experiencia vital múltiple. He vivido en mi región y en la capital, y he estudiado en la educación pública y en la privada, tanto en Venezuela como en el exterior. He trabajado en el sector público y en el sector privado y en aquel, tanto en la rama ejecutiva como en la rama legislativa….”. Pero si aún quisiésemos abundar más extensamente sobre la ejemplaridad de su trayecto, debemos adicionar una faceta que nos revela al autor de más de catorce títulos entre ensayos, biografías y crónicas, siendo particularmente notoria su contribución al debate sobre la naturaleza y caracterización de la autocracia a través de su obra “El Dictador: Anatomía de la Tiranía”; todo ello sin obviar la labor del brillante docente de postgrado en la Universidad Metropolitana.
Esa vida acrisolada en el esfuerzo, la disciplina y el estudio, ha dado como resultante la investidura de un ser humano cuyas ejecutorias son una enseñanza plena para las generaciones del próximo rehacer nacional; un hombre para quien la didáctica de su virtuosismo significa la humildad de decir: “….. mi orgullo es ser empleado de la gente….”. Por eso, para rubricar estas líneas, solo la frase de un anónimo ciudadano, lanzada hace poco en un programa radial:
“….ojalá que en algún día, paseando con mis hijos, pueda decirles que al doblar la calle llegaremos a la Avenida Ramón Guillermo Aveledo….”
Ya estamos en ella, agrego yo….

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