El loco de las cadenas

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Mi Tía Natalia nos distraía a mis hermanos y a mí con historias de su Táchira natal. Nos hablaba de personajes folclóricos como un tal “Muela de gallo”. También nos contaba historias de la familia, como las aventuras de su Tío Pachito, quien había dedicado su vida a viajar por el mundo. Historias fascinantes, como la de las sirenas que el tío había visto en el Mar Muerto, feas y malolientes y no, como esperábamos nosotros, bellas y buenas.

Había historias aterradoras. Recuerdo en particular los cuentos de los locos. Tía Natalia personalmente había conocido una loca que se llamaba Abigail que una vez llegó por Rubio como alma en pena. La pobre no podía mantenerse quieta. Caminaba día y noche. Tenía un montón de hijos que la seguían por todas partes. Se llamaban Pompilio, Francisca, Araminta, Leonardo, Cecilia, Esther, Lope y Abigailcita.

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Abigail hablaba un idioma que nadie entendía, ni siquiera sus hijos. Un académico que la oyó una vez sentenció que era sánscrito. Pero nadie -que se supiera- hablaba sánscrito en el Táchira, al menos en la época en la que vivió Abigail. Por eso fue más fácil pensar que la había poseído un demonio, demonio que ningún cura pudo sacarle. Cuando murió, raquítica y exhausta de tanto caminar, la enterraron fuera del cementerio. Los posesos no podían enterrarse en el camposanto.

A pesar de que yo era una niña muy impresionable, las historias de Abigail jamás me quitaron el sueño. Pero había otra historia que reiteradamente me hizo despertar pegando gritos: la del loco de las cadenas.

El loco de las cadenas, contaba Tía Natalia, apareció de repente en un pueblo al pie de una bella montaña. Le decían así porque un día amaneció encadenado a un banco en el parque público. Nadie sabía cómo se llamaba, pero todos sabían que era un hombre que odiaba a sus congéneres. Hablaba, hablaba, hablaba, hablaba, hablaba y hablaba. No podía mantenerse callado. Insultaba, denostaba, calumniaba y aunque no tenía amigos, era capaz de sembrar discordia entre quienes lo veían, aunque fuera de lejos. No se sabía quién lo había encadenado, pero el hecho era que nadie, ni siquiera los policías, se atrevieron a desencadenarlo. Alguien sugirió una vez que podían enviarlo en un barco que salía de Maracaibo para La Haya, pero parece que el Presidente del Estado –como en esa época se llamaban los gobernadores- decidió que Maracaibo era tan lejos que era mejor dejarlo encadenado, no fuera a ser que se escapara.

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Sobre él se tejieron las más variadas conjeturas: que no era gocho, sino que más bien había subido desde el llano; que nunca había dado síntomas de anormalidad hasta bien entrados los treinta años; que era de una familia acomodada y no como creían todos, un “pata en el suelo”. Que su familia lo había escogido como administrador de sus bienes sin sospechar que su ignorancia bien disfrazada lo perdería. Que la locura que lo terminó encadenando le había empezado con un tic nervioso poco perceptible y que cuando vinieron a darse cuenta, ya era tarde para lo que terminó siendo una demencia febril y desatada. Que era soberbio hasta más no poder y tenía siempre una cuerda de acólitos que le hicieron creer que era una maravilla mientras vivieron de él… Pero como hasta las mayores fortunas se acaban cuando no se administran bien, el loco de las cadenas se arruinó él y arruinó a su familia, que encima, quedó endeudada hasta los tequeteques. Y lo dejaron solo por considerarlo responsable de sus males, sin darse cuenta de que todos tenían una cuota de responsabilidad en aquella historia tan desdichada.

La peor historia del loco de las cadenas fue cuando empezó a hincharse como un globo. Nadie se explicaba por qué, porque no comía. Solo tomaba café que le llevaba una buena señora. Se hinchó tanto, que rompió las cadenas. La gente se encerró en sus casas. Cerraron puertas y clausuraron ventanas. Hasta que un día, en octubre, se escuchó una explosión: el loco de las cadenas había explotado y desaparecido.

Su historia terminó siendo una fábula cuya moraleja es hoy muy pertinente: hay que mantenerse bien lejos de los locos encadenados…

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