Por la puerta del sol: Pensar y razonar

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Tal cual opinaba  Goethe: “Pensamos para no cansarnos de ver”. Fuera de nosotros hay un mundo maravilloso que es irrespetado, de ríos contaminados por nuestra mano, de bosques arrasados, de abandonos, indolencias, de inconsciencias, incapaz de un sentimiento noble, cargado de vanidades y de soberbias. Vicios que  impiden  disfrutar de lo maravilloso y sano que nos brinda la vida. Por estas calles la seguridad no existe, proliferan los asesinos, violadores, secuestradores, etc. como prolifera la mala yerba en el monte. El miedo a la delincuencia a la que nadie es capaz de poner freno nos enclaustra temprano en la casa, la difícil situación clama a voces  un cambio. El rebusque es la razón de los que se aferran a lo poquito que puedan ganar en una esquina a riesgo de ser robados o muertos. Solo los pájaros siguen madrugando a cantar sin que nada se los impida hasta ahora.
El recurso de la palabra es ilimitado, igual lo es el del pensamiento que no se cansa de levantar vuelo y echar una mirada al mundo y los acontecimientos, como una manera de no perder de vista los sueños ni la costumbre de echarle agüita a la esperanza.
El filósofo Kant estuvo toda su vida movido por el ferviente deseo de que este mundo fuera un mundo de inteligentes,  sensibles  y libres seres, gracias  a lo cual era posible hacer historia, progresar, trabajar, soñar, conquistar un modo de vida, ser más humanos y razonables sobre la verdad de la existencia.  Por lo que se ve el mundo inteligente y pacífico que esperaba está aún muy lejano. Estamos  saturados de indiferencia, anarquía,  vulgaridades, conspiraciones e incompetencia moral, que dista mucho de la verdadera inteligencia.
¿Somos civilizados? Estamos rodeados de patanes, corruptos, ventajistas, de delincuentes de cuello blanco y de los otros carentes de toda compasión, peor aún, confiamos nuestra protección a  jueces que no honran su compromiso con la justicia en igualdad de condiciones para todos.  ¿Somos civilizados? y  sin embargo maltratamos a los animales y a las plantas sin compasión. J. Rousseau rechazó el principio aquel de  que la civilización significaba un progreso real para la humanidad y un incremento de su felicidad; consideraba que es mucho más feliz el mundo dominado por la sencillez, la igualdad  y tener una creencia y una política sin imposiciones, ni complicaciones. Desigualdades, injusticias, desmejoramiento,  racismos y exclusiones provocan guerras, riñas, protestas, rechazos.
Componen la civilización el conjunto de ideas, costumbres, progreso, mejoramiento, conocimientos científicos y técnicos, cultura religiosa  y linaje  en momentos de  evolución de un pueblo.
Es civilizada aquella nación que prefiere tener libertad, trabajo,  cultura, paz y seguridad,  a recibir las limosnas del Estado, promover la anarquía, provocar la violencia,  alimentar la holgazanería, el conflicto y la chabacanería. En cuestión de costumbres hay naciones civilizadas  gobernadas por demócratas y  hay las gobernadas por la barbarie dictatorial, que nunca podrá llamarse  civilizada. La esclavitud, persecución y represión que  se impone a la población, aunado a la falta de moral es totalmente ajeno a toda civilización.
¿De qué vale querer permanecer en el poder eternamente, si se es incapaz de dar satisfacción a todo un pueblo en igualdad de condiciones?, ¿de qué vale el empeño en conquistar el espacio fuera de nuestro cielo, querer descubrir  el elíxir de la eterna juventud, buscar los vestigios de una Atlántida imposible  o descubrir el esclavón perdido de la evolución humana? ¿De qué vale todo eso si el flagelo de los males nos acosa irremediablemente, si la comida llega  a unos privilegiados, mientras los niños mueren de hambre y sed sin que a nadie importe?, ¿De qué vale haber aprendido a volar  si no hemos aprendido a tener los pies sobre la tierra?, ¿De qué valen las cumbres sobre Derechos Humanos si seguimos  permitiendo  la crueldad e inmoralidad de sistemas de gobierno que acuden al amedrentamiento brutal de la fuerza para validar su condición de dominación? ¿De qué vale luchar por la libertad si no aprendimos a defender con bizarría y a valorar la rica herencia que tanto costó a nuestros héroes?
En la caja de los males brilla la esperanza, signo más que evidente de que Dios no ha muerto todavía.
Pienso, luego razono…

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