A propósito de inicio de campaña alguien reclamó un debate Capriles – Chávez. Y, en efecto, los tiempos electorales son una vitrina de manifestaciones: todo candidato pretende mostrar sus fortalezas y ocultar sus debilidades. Por supuesto que valdría la pena ese “careíto”.
Sin duda, Chávez es un tipo con olfato político. Anda chamuscado hoy por hoy, desgastado y sin imaginación, pero, vivo como una ardilla, así sea en carroza, sabe que su fuerte es la oratoria, siempre y cuando tenga bajo control todo el escenario donde lanzará su perorata.
Veamos: hablar, hablar hasta por los codos le permitió hacer sus conexiones emocionales con las masas. Entre otros atributos, sostiene el psicólogo Ángel Oropeza, “los líderes carismáticos son los marioneteros estrellas en el teatro de la política”, y Chávez ha manejado los hilos como nadie, encaramado, además en la tarima mediática hecha a su medida por el escuadrón de cubanos que lo secunda. El nicho perfecto, pues, para mostrarse en escena frente a una galería con hambre de esperanzas, le arrojó excelentes dividendos.
Pero otro asunto es un debate. En condiciones normales, en una democracia saludable, debatir, contrastar ideas, pararse frente a otro que aspira llegar a la presidencia, y exponerse, supone un ejercicio sano, muy recomendable, pues este permite observar con nitidez “que trae en la bola cada quien”, cuáles son sus ofertas, cuáles sus proposiciones y como son capaces de defenderlas. ¿Se imagina usted, estimado lector, al sobrancero de Chávez en semejante trance?
Debatir exige, en primer lugar, una dosis de tolerancia, de humildad, de gallardía, de caballerosidad, de respeto, de consideración por los electores, que está a años luz del teniente-coronel. Segundo, exige además, preparación, un poco de eso que llaman cultura. Cuando alguien se considera un predestinado indispensable, cuando un candidato se cree el cuento de que más allá de él se acaba el universo, se viene abajo lo que existe, cuando ese alguien jura que es la encarnación de la justicia y de la historia, entonces debatir es rebajarse, desprestigiarse, es seguirle el juego a “esos burgueses miserables”, esos seres inferiores que no reconocen la verdad hecha persona aunque la tengan todos los días enfrente, en pantalla de TV encadenada. Luego, es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja que un caudillo iluminado por el cedazo de lo democrático. Tercero, para debatir hay que tener algo serio e importante que decir. Y, en nuestro caso, el contendor de Capriles es un hablador de pendejadas.
A Chávez usted le regala una hora entera, digamos, por ejemplo, le pone en las manos un micrófono a las dos pe eme y lo va a soltar, júrenlo, pasadas las siete de la noche. Ahora bien, piense un momento en Chávez pegando un sujeto con un predicado, produciendo, coordinando aunque sean dos ideas interesantes y exponiéndolas en minutos. Ajá, si el tipo lo logra, entonces yo soy un astronauta. Una cosa es decir que la CIA es mala, cantar Juan Charrasqueao, insultar a los “apátridas” que te adversan, bailar tango o joropo en el púlpito de ése templo que labraste a tu imagen y semejanza, y otra es medirte tú a tú en esa esgrima intelectual con alguien en igualdad de condiciones. NO,
olvídense, Chávez no va a debatir, y si lo hace la coleteada sería de antología y él, precisamente por tener olfato político, lo sabe mejor que nadie.
Chávez pertenece ideológicamente al precámbrico. Ha fracasado como militar y como funcionario público – ¡Es el peor de todos! -, sus pocas luces no le permitieron siquiera aproximarse a la condición de un estadista como Lula o Pepe Mujica. En el museo donde rumia su bodrio ideológico con otros dinosaurios entre nostalgias por la guerra fría, por la URSS o por un general Pérez Jiménez, se rodeó de impresentables tipo Lukashenko, Gadafi, Amadinejad o un bebé de pecho como el “carnicero” de Siria Bashir al Assad. Nada menos. Tales son sus amistades, sus medallas y sus logros.
Debatir, pues, implica defender ideas, y en su caso las ideas se parecen a una masa viscosa, enmohecida, llena de telarañas. No, aquí, en esta campaña no habrá debate, únicamente cadenas, monólogo cansón, Chávez mirándose el ombligo mientras se cree Fidel, con el índice en la barbilla y todo. Menos mal que es por poco tiempo, menos mal…
