#Opinión: La esencia de la comunicación Por: Alexei Guerra Sotillo

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Capitalismo Lunar

Haga un ejercicio imaginario y temporal, estimada lectora, paciente lector. Cierre los ojos y trate de recordar cómo era la comunicación en su niñez, cómo se relacionaba Ud. con sus padres, familiares y amigos, los códigos de interacción social, las normas y costumbres. Es inevitable la nostalgia, lo sé, pero el recuerdo es cómo una brisa perenne en la memoria, que va moviendo las olas en el océano de nuestra navegación vital, presente y futura.
Cuando yo era niño, la gente caminaba con la cabeza mirando al frente, y no como hoy, que lo hace con la cabeza enterrada en la pantalla de su teléfono celular. Cuando yo era niño, hace un poco más de 30 años, la comunicación con los demás dependía más de nuestra voz o nivel de timidez, de mirarnos cara a cara para conversar, de una coincidencia espacio-temporal, de una proximidad física. Hoy ese mismo intercambio cierta y afortunadamente persiste, pero le está abriendo paso, tiempo y esfuerzo a aquel que se realiza en la relativa lejanía y virtualidad de las redes sociales.
Antes estrechábamos la mano y conveníamos un futuro encuentro con alguien. Hoy decimos “Dame tu PIN”, o “agrégame” en tal o cual red. Devenidos una suerte de “sombras virtuales”, “seguimos” a fulano o a mengano para ver si así ganamos “seguidores”, en una curiosa persecución digital que tiene mucho de evasión lúdica y caricia del ego, y no tanto de sustancia y contenido como uno quisiera.
Siendo niños, la sola mirada paterna o materna bastaba para que “entendiéramos” el alerta silencioso de parar la joda, y meterse en conversaciones de adultos era algo inimaginable. Hoy en día, la misma mirada sobre algún infante travieso, lo único que puede generar es una mueca destemplada, o la pregunta “¿Y a ti que te pasa pues?”.
Pero no quieren estas líneas convertirse en un absurdo alegato contra esta explosión del espacio y las posibilidades comunicacionales e informacionales que tiene a su disposición el hombre actual y la sociedad a la que pertenece. Nada más alejado de nuestro espíritu eso de aborrecer insensatamente a esta nueva dimensión simbólica y comunicativa que vivimos.
La gran paradoja que va adquiriendo cuerpo y visibilidad, es justamente la manera en la cual, a pesar de contar con una mayor cantidad de formas, canales, herramientas para relacionarnos con los demás borrando fronteras de todo tipo, el aumento de la dependencia o uso excesivo de muchos de estos artilugios tecnológicos y de redes sociales, conducen en ocasiones a situaciones de aislamiento real, de retraimiento social cuando no patologías severas, que terminan tristemente en la más absoluta incomunicación.
Las redes sociales son hoy el ámbito movedizo e instantáneo en el cual se tejen nuevas comunidades, vínculos, sentimientos, pasiones, miedos e intolerancia. Su acelerado crecimiento y la libertad que hoy reina en sus contenidos, mantiene atenta sin embargo la mirada de gobiernos y autoridades, en esa disímil carrera en la cual la tecnología va mucho más rápido que las regulaciones y penalidades. Quizá JulianAssange podría dar argumentos interesantes al respecto.
Por ello, el activismo de cualquier tipo en estas redes sociales, es hoy el mayor reto de quienes, desde el Estado y los gobiernos que lo representan, deben mantener la cohesión social, la salud económica, la estabilidad política y la información, o su búsqueda y necesidad, como el líquido vital que recorre y alimenta dichas redes.
Sin embargo, ante la euforia que los “social media” desatan, valga un comentario. Lo instantáneo y fugaz de un “tweet”, jamás reemplazará la profundidad ni complejidad del proceso que genera una idea, o el conocimiento y placer resultantes de leer un buen libro, o el darle forma y expresión creativa a un sentimiento.
No sabemos ni podemos adivinar con exactitud, cómo será la comunicación y las relaciones y vínculos que suscitará, dentro de unas décadas, o en la próxima generación. Quizá veamos dispositivos o gadgets incorporados a nuestro organismo, chips-celulares implantados, velocidades y volumen inimaginables de conexión, una integración mucho mayor de tareas profesionales, cotidianas y de esparcimiento en equipos portátilmente diminutos, o el crecimiento desmesurado del dedo pulgar de la mano con la que mensajeamos. Por más definición que se logre, ningún monitor podrá sustituir la intensidad de una mirada, o la calidez de una sonrisa.
Por eso, lo que nunca hay que olvidar, cualquiera sea la forma, manera o velocidad en que ella se genere, es que la comunicación es y seguirá siendo un proceso esencialmente humano.

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