#Opinión: Ironías de la incapacidad y de la cosa juzgada Por: Amanda N. de Victoria

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Por la puerta del sol

Es más inteligente aceptar y reconocer nuestros errores con humildad honrando la verdad, que buscar culpables donde no los hay. No basta con parecer inocente es necesario serlo.

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De lo que es imposible librarse cuando se comete un error de graves consecuencias es del reclamo de la conciencia, de la censura de la sociedad y del dedo señalador de la historia.

En el país nos hemos ido acostumbrando a ver, sentir, escuchar y aceptar como algo normal los ataques verbales de la intolerancia, las amenazas, imposiciones y arrogancias de quienes tienen el poder. Se ha vuelto costumbre el irrespeto a la Constitución y a la propiedad privada. Vemos y nos quedamos callados ante los gritos, manoteos y vergonzosos enfrentamientos de los diputados en la Asamblea Nacional, recinto al que lejos de respetar han convertido en un especie de gallera o ring de boxeo.

Nos comportamos como si no nos importara enterarnos de la suma de crímenes que se cometen a diario, de los secuestros, robos, asaltos, saber que las morgues están saturadas y a vivir bajo un constante temor. Hemos perdido la capacidad de asombro ante las múltiples injusticias cometidas en contra de los presos políticos, del sufrimiento y amargura de sus familiares, nos hemos acostumbrado a no contar con jueces imparciales que defiendan o condenen a todos por igual.

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Ante los últimos acontecimientos de violencia acaecidos en Uribana, surgen infinidad de preguntas que como muchas otras estamos seguros no obtendrán respuesta alguna de quienes están en la obligación de explicar al pueblo que los puso allí , confiando en su capacidad de hacer bien las cosas y de ir por delante con la verdad y la justicia. Hay heridas que no cicatrizan, hay momentos que no se olvidan. Todo tiene su tiempo y a este momento de duras realidades le llegará por ley del cielo en algún momento su final, su hasta aquí.

Tanta cháchara, tantas promesas, propósitos, proyectos, cadenas, anuncios, propagandas, tantas leyes y sin embargo todo sigue igual o peor. La violencia va en aumento, hace tiempo la justicia se hizo a un lado olvidando sus deberes.

Ante casos como el acaecido en Uribana, nada es más condenatorio que quien desde fuera viendo, sintiendo y reflexionando, sin embargo, se queda callado. Igualmente nada es más cruel y condenatorio que estar en una cárcel bajo las leyes de quienes dentro de estos inmundos e inhumanos recintos deciden quién debe vivir y quién no, a quién se debe torturar y a quién no. Lejos de reformarse un condenado saldrá de allí- si es que sale vivo- distorsionado, incompasivo, lleno de resentimientos. Las cárceles son antros de los más grandes irrespetos a los derechos humanos, de los peores delitos, vicios y violencias.

La libertad del hombre, de la sociedad, del mundo, y la defensa de los derechos humanos, son (en teoría y en las reuniones celebradas por entidades acreditadas del mundo) aparentemente defendidos, asegurados y protegidos contra cualquier peligro, pero en la realidad estas entidades son de acciones limitadas, de escasa solidaridad, retardadas o nulas aparecen las censuras, concluyendo: son muy poco efectivas.

Metidos en este berenjenal y en tantas locuras, improvisaciones y desaciertos, vamos rumbo al abismo: inactivos, resignados, amedrentados. Estamos mal, pero peor están quienes viven encerrados en esas prisiones peligrosas, bien haya sido por errores propios o por injustas condenas.

Mejor que castigar es prevenir. La prevención del delito en esta nación o en cualquiera otra, depende de la voluntad que tenga el gobernante de hacer el bien.

Ante los lamentables sucesos del 25 de enero es importante recordar a quienes están al frente de las penitenciarías, que su misión y trabajo está en dar calidad de vida, seguridad y respeto a todos los reclusos, al personal penitenciario, a los familiares y visitantes. Ojalá se leyeran el libro “El largo camino hacia la libertad” de Nelson Mandela y reconozcan que el autor tiene mucha razón al expresar que “Nadie conoce realmente cómo es una nación hasta haber estado en una de sus cárceles. Una nación no debe ser juzgada por el modo en que trata a sus ciudadanos de más alto rango, sino por la manera en la que trata a los de más bajo rango”

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