#opinion: Otras identidades. por: Carlos Mujica

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Otras identidades

Carlos Mujica
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Conocimos la palabra identidad por el documento de la cédula de identidad. No obstante, hay otras identidades más humanas, propias del sentir que se reservan entre los elementos entrañables que forman el humilde patrimonio de nuestra existencia. No hay documento que las registre, aún así, todas quedan registradas en la nobleza de los sentimientos. Pregono cosas que llamo identidades porque justamente no son cosas duraderas. Son cosas que como los días pasan, como recuerdos, ellas todas recuerdos son. Son cosas inestables como de los seres la vida. Hoy estamos, el mañana es un deseo o una esperanza, no lo sabemos; las cosas que cambian son las del hombre en lo inmediato no las de la naturaleza.
L a cédula se renueva porque al paso de los días cambiamos, dejamos de ser los mismos. En todas las cosas, los días pesan y son ellos el rasero de ser. Yaritagua, mi patria querida, mi pedacito de suelo, en la niñez tuvo muchas de esas identidades; las identidades tienen la particularidad de ser parciales, propias, absolutas. En los barrios entonces se levantaban las cercas bien tupidas a base de plantas de piñón y de oreja de ratón; el alambre de puas era muy común como bardas para limitar los solares, pero las plantas mencionadas imprimieron una identidad muy propia de entonces. El tártago crecía en abundancia libremente y el amargoso con sus hojas verde cenizoso poblaban los predios de aquellos solares. En la ruralidad del pueblo, a fines de año: noviembre, diciembre, abundaba una planta que en común toda la población conoció por “Cruceto”; era una planta de diminutas florecitas blancas y su follaje de mucha ramificación. Su característica más sobresaliente era la fragancia. Su fragancia estaba profundamente identificada con la navidad. La gente lo acarreaba para elaborar los pesebres. Los pesebres verde cruceto además de acunar las rutinarias figuritas que lo poblaban, acunaban perfumadamente las imágenes propias del nacimiento. Se estilaba entonces visitar pesebres; pesebres cuya identidad el cruceto personificaba en su fragancia; mientras el agradable perfume de la planta saturaba el recogido ambiente, los anfitriones brindaban a los visitantes con dulce de lechoza y con buena chicha de maíz. Otra humilde planta que estuvo presente en los modestos jardines, sin presunción de belleza ni perfume, era la enredadera conocida como “reseda”, de flores en macetas menudas blancas o rojas. Y no se diga la popular trinitaria roja, única entonces. Estas cosas que hicieron el definido perfil del pueblo fueron sus sencillas y rurales identidades.
Pero también en diciembre aparecía como un especial regalo natural para la patrona “Santa Lucía” un delgado bejuquillo cuya distinción destacaba en su floración. Era una campánula silvestre de color azul y de cinco frágiles pétalos; El azul en las plantas no es común, sin embargo, la naturaleza se complacía en ofrecer a la imagen de la virgen con los ojos azules en un platico una fragilísima campánula azul, en los días de sus fiestas, que conocimos como “Santa Lucía”. ¡Qué hermosa y original identidad!. El bejuquito que vegetalmente les otorgó la vida ya no está y las frágiles y azules campánulas Santa Lucías ya no adornan la ruralidad de los predios de mi Yaritagua. Otras identidades, que no éstas, tal vez existan, pero no las conocemos. La vida obliga a proceder como nunca lo imaginamos.

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