Editorial: Diplomacia desastrosa

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Si como definiera Nicolson, la diplomacia consiste en “la aplicación de la inteligencia y el tacto a la dirección de las relaciones oficiales entre Gobiernos de Estados independientes”, tenemos que concluir en que el juego de relaciones de Venezuela con el resto de los países del orbe, es nociva para los intereses de la nación.

Por un lado están los amoríos con estados forajidos, como Irán, Bielorrusia, Zimbabue, donde el desprecio a los derechos humanos es monumental, y con la dictadura que va por los 55 años, de los hermanos Castro, en Cuba; luego, los abundosos acuerdos “económicos” con bloques animados por arranques de corte ideológico. Y los encuentros y desencuentros hormonales con el vecino más cercano, Colombia, suelo con el cual nos unen vínculos históricos indisolubles.
Acaba de ocurrir. El presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, recibe en la Casa de Nariño, en Bogotá, al principal líder de la democracia en Venezuela, Henrique Capriles, y quienes detentan el poder en Venezuela reaccionan con una virulencia enfermiza, torpe, guapetona. Entienden que Santos debe pedirles permiso para elaborar su agenda y, además, que el Congreso colombiano está obligado a actuar con las mismas posturas de intolerancia y violencia, que exhibe con orgullo y contumacia la Asamblea Nacional nuestra.
Según Cabello, Santos colocó una ”bomba de tiempo” en las relaciones de ambos países. Lo dice, por cierto, un preclaro amante de la paz y de las buenas costumbres. Acto seguido, el flamante canciller, Elías Jaua, echa manos a sus vastos conocimientos de relaciones internacionales, para sostener que Santos no debió estrecharle la mano a Capriles, porque éste no ha reconocido a Maduro como presidente, razón por la cual, deduce, “no está sometido a las reglas del juego democrático”. Y, por último, para fijar conceptos y doctrinas sobre el espinoso particular, Maduro interviene, en su elevado lenguaje, para proclamar que Colombia, o Santos, le ha colocado “una puñalada por la espalda a Venezuela”. En consecuencia, el estado de las relaciones está siendo “evaluado”. Cada quien interprete qué quiso decir con eso.
El Gobierno venezolano ha introducido otros elementos impropios. Se ha pretendido alargar una especie de chantaje, por la influencia que desde aquí se ejercería en las conversaciones de paz que la administración Santos y la guerrilla, adelantan en Cuba. Eso es sencillamente inaceptable. Indecoroso. Y más aún lo es que el propio Maduro vincule tal impasse con los planes para “inocularle” un veneno. La perversa maquinación, que adelanta, siempre según él, un grupo de expertos al mando de Roger Noriega, ex secretario de Estado asistente, de los Estados Unidos, “no es para que me muera en un día, sino para que me enferme en el transcurso de los meses”.
Lo cierto es que un Gobierno que, como el de Venezuela, es tan vehemente a la hora de defender el principio de autodeterminación de los pueblos, y se llena la boca con la palabra soberanía, no puede fijarle pautas a sus vecinos. Los gobernantes de Venezuela han hecho gala de sus simpatías, por decir lo menos, con las FARC. Aquí se promovió el estatutos de beligerancia para esa guerrilla. Aquí se guardó un minuto de silencio, en el parlamento, tras la muerte de Manuel Marulanda Velez, alias “Tirofijo”. Y, aparte de que estamos intervenidos por los Castro, aquí vienen cuando les plazca los zánganos amigotes de los revolucionarios locales, para gritarles sus adhesiones a ellos y arremeter contra la oposición venezolana. Es decir, contra más de la mitad de la población. No volverán, nos han dicho, aquí, en la cara, Rafael Correa, Evo Morales, Daniel Ortega.
De manera que no tienen autoridad, ni política ni moral, para esos arranques de histeria. Aparte de todo eso, Colombia no depende de nuestro petróleo. Esa nación avanza en el campo petrolero, en buena medida por el concurso de los expertos nuestros echados con deshonra de Pdvsa. La producción colombiana de crudo, que en 2009 estaba en 671.000 barriles diarios, sobrepasó en marzo de este año el millón de barriles diarios. Es, ahora, el cuarto productor de crudo de América Latina. Hablamos, en la región, de la segunda economía, tras superar a la Argentina.
Por eso, Colombia acaba de ofrecer abastecernos de alimentos. Debieron sentirlo como una ofensa. Es el drama que la búsqueda de esas estériles pendencias no logra tapar. Un país donde su gente se pelea por un rollo de papel higiénico y su desprotección sanitaria permite el resurgimiento del virus H1N1, no debería mostrarse tan a la caza de armar camorra sólo por quítame esa paja.

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