Democracia en crisis

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Pareciera lógico hablar de una crisis democrática en días como los que vivimos en Venezuela. Para algunos, y abundan los artículos de opinión en tal sentido, parece ser la hora final de la democracia. No puede obviarse la singularidad del momento nacional: una fuerza política -que básicamente había descansado en torno al liderazgo del presidente Chávez- tiene un control menguante de los poderes públicos. Estas líneas, sin embargo, no apuntan a ahondar en lo ya conocido (y vivido) por todos nosotros. En esta coyuntura cabe mirar hacia el vecindario y ver si nuestra situación es la excepción. La democracia vive una crisis en América Latina.
La transición de un cambio de siglo fue el escenario para simbólicas transformaciones políticas, teniendo todas como elemento común el ejercicio del voto, símbolo de la democracia. En Venezuela sabemos que el triunfo de Chávez, en 1998, puso fin a cuatro décadas de bipartidismo, pero poco después Vicente Fox rompió con una hegemonía de aún más larga data la de setenta años del Partido Revolucionario Institucional en México, y en 2002 en Brasil Lula lleva al poder por primera vez a una fuerza claramente de izquierda, el Partido de los Trabajadores. Tabaré Vásquez con su Frente Amplio logró vencer 150 años de dominio compartido entre Colorados y Blancos, y Ricardo Lagos en sus años de gobierno de centro revirtió buena parte de los enclaves autoritarios heredados de la dictadura de Pinochet.
Si se produjeron tales transformaciones, y ocurrieron teniendo como telón de fondo sociedades con sistema democráticos que justamente las hicieron posible, entonces cómo hablar de democracias en crisis en la región. El Informe Latinobarómetro, que con sede en Chile, ha hecho una exhaustiva radiografía en la opinión pública latinoamericana, esta entidad recoge señales de alarma sobre la salud democrática de la región: “Cualquier observador extranjero diría que muchas cosas han cambiado. Sin embargo, lo que muestran los datos es que todo cambia para seguir igual. No hay avances en temas esenciales de la cultura democrática: La desconfianza aumenta o se mantiene igual, la cultura cívica no cambia, la percepción del estado de derecho no avanza, las expectativas crecen. Los problemas que la gente percibe como prioritarios no parecen ceder a lo largo de la década y la participación política no se ha fortalecido”.
Existe paradojas. Sólo en cinco países (entre los cuales no figura Venezuela) más del 50 por ciento de los entrevistados cree en la limpieza del voto, es decir existe una percepción bastante amplía de que no hay suficiente transparencia electoral; lo paradójico está en que en 13 de los 18 países donde se realizaron los estudios de opinión, más del 50 por ciento expresaron su convicción en que las cosas se pueden cambiar a través del voto.  En relación con la cultura ciudadana, el conocimiento de derechos y deberes y la disposición a exigir los primeros y cumplir con los segundos, sigue siendo bastante baja de sólo 34 por ciento en el conjunto de América Latina.
Otro síntoma de las carencias democráticas tienen que ver con la corrupción. Uno de cada tres latinoamericanos entrevistados  sabe de algún hecho de corrupción en su país, vinculado con el poder político; al mismo tiempo el 21 por ciento conoce de forma personal al menos un caso en el cual ser militante del partido de gobierno se convierte en fuente de privilegios. Tales expresiones desvirtúan el ejercicio del poder en un sistema democrático y son una de las principales quejas de los ciudadanos en relación con aquellos políticos que pasan a ocupar un cargo público.
Sin embargo, el mayor problema –desde nuestra perspectiva- que evidencia el Latinobarómetro tiene que ver con la desvinculación de los ciudadanos con el espacio público. Democracia delegativa, le llamó el estudioso Guillermo O´Donnell a una actitud cada vez más extendida de dejar en manos de la elite en el poder las decisiones, una autoexclusión ciudadana.

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