Un país sin vendas

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El 6 de enero asesinaron a Mónica Spear y a su marido. Un día después el hampa se llevó al Prof. Guido Méndez y a su madre. Tres venezolanos menos, dos familias más sumidas en el dolor. Y es que el homicidio de los esposos Berry Spears sacudió al país por el perfil artístico de Mónica, pero injusticias de este tipo ocurren a diario.
No dejo de preguntarme cómo es posible que en 2013 hubo 24.763 homicidios. Me indigna nuestro silencio. Nos hemos abandonado en el sálvese quien pueda y ahora lo nuestro es sobrevivir. Nuestro país está enfermo. Nuestro principal síntoma es el miedo que nos arroja al silencio y, aunque nos duela admitirlo, a la complicidad.
Detrás de estos síntomas se encuentra una patología específica: la Revolución Bolivariana. Son quince años de discurso de odio. Se trata del cobijo que se le ha dado a la guerrilla colombiana. La política de puertas abiertas frente al narcotráfico. La libertad con que funcionan los colectivos violentos en Caracas. Es la destrucción del poder judicial. Se trata de un régimen que ha destruido el tejido social del país. La naturaleza totalitaria de la Revolución configura un entorno que nos bestializa. Sólo así, con una sociedad aterrorizada y sometida a la injusticia, el régimen puede concretar su proyecto de dominación.
Nos urge identificar el origen del problema y llamar las cosas por su nombre. Llegó el momento de afinar el alma y acudir a la fortaleza. En justicia debemos decir las cosas como son: hoy Maya Berry Spear está huérfana por culpa de un Estado con vocación totalitaria que se sirve de la violencia hamponil para dominar a la sociedad entera. Decir la verdad es nuestro primer paso hacia la libertad.
Durante años hemos estado como el hombre que retrató Andrés Eloy Blanco en La Hilandera. Hemos dicho: “estoy cansado, tengo sed, la vida es mala; ya no me queda una senda donde no encuentre una zarza. Hila una venda, Hilandera, hila una venda tan larga que no te quede más lino; ponme la venda en la cara, cúbreme tanto los ojos que ya no pueda ver nada, que no se vea en la noche ni un rayo de vida mala”.
Durante quince años nos hemos puesto vendas para no ver esta desgracia. De alguna manera, hemos huido. El miedo nos ha adormecido los sentidos y, con tristeza debo decir, nos abandonamos en el sobrevivir. Pero la tragedia que azotó a la familia Berry Spear nos despertó y al país le sucede lo que al hombre del poema:  “Y un día vio la Hilandera que el hombre ciego lloraba; ya estaba espesa la venda atravesada de lágrimas, una gota cristalina de cada ojo emanaba. Y el hombre dijo: – Hilandera ¡Te estoy mirando a la cara! ¡Qué bien se ve el mundo por el cristal de las lágrimas!”
Que las lágrimas que hemos derramado cuando sufrimos dolor de patria sea ese bálsamo que nos llene de fuerzas para ver la realidad y actuar conforme a ella. Que sepamos perdonar a las personas y condenar al sistema y que, en unos años nuestros hijos puedan ver aquel paisaje que vio el hombre cuando se quitó las vendas: “Los caminos están frescos, los campos verdes de agua; hay un iris en las cosas, que me las llena de gracias. La vida es buena, Hilandera, la vida no tiene zaras, ¡quítame la larga venda que me pusiste en la cara! Y ella le quitó la venda y la Hilandera lloraba y se estuvieron mirando por el cristal de las lágrimas y el amor, entre sus ojos, hilaba…”

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