Editorial: Al que asome la cabeza…

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“Al que asome la cabeza duro con él Fidel, duro con él”.

Tal es el estribillo con el cual Carlos Puebla, el cantor de la revolución cubana, rinde un fervoroso elogio a la intolerancia ejercida desde el poder en forma absoluta. Es una apología a la asfixia de toda traza de pensamiento distinto, al precio de cárcel, destierro o paredón, que en La Habana se ha alargado 56 años.

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Y ocurre que aquel Fidel de la servil canción de Puebla, es el mismo que aquí inspira, e instruye con sus manuales, la tarea de aplastar la disidencia. La única diferencia es nominal: aquí se da en llamar “colectivos” a las Brigadas de Respuesta Rápida (BRR), implantadas en Cuba en la década de los ’80, con la misión de perseguir y agredir a los opositores al régimen, especialmente en sus casas, exponiéndolos al desprecio. El objetivo era, y es, el de sembrar el miedo, la desesperanza aprendida, la desmovilización social.

Sólo el año pasado, en Cuba se habría producido la detención, por razones políticas, de unas 6.400 personas. Hablamos de arrestos en forma arbitraria, sin el más mínimo asomo del debido proceso. Sin abogados, ni fiscales ni defensores de los derechos humanos. Juicios sumarios, injustos. En una palabra, actuaciones desprovistas del legítimo derecho a la defensa.

Es el camino que transitamos, ahora, en Venezuela, donde aún, al menos, según la letra de la Constitución, existe democracia, no socialismo. Es lo que se precisa comprender, a cabalidad. Las que se aplican por estos días en el país no son medidas improvisadas, tomadas al voleo. Obedecen a un guión, a una táctica de silenciamiento que en La Habana aseguró un tenebroso pero efectivo resultado. ¿Aceptaremos que acabe de ser copiado entre nosotros?

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Pendiente siempre de armar sus excusas, el Gobierno nos recuerda con frecuencia que en octubre de 1969 el presidente Rafael Caldera allanó la UCV, que tardaría dos años en salir de la sombra proyectada por la bota militar. Es cierto. Fue una de las peores máculas de esa administración. Pero ese triste expediente no justifica cuanto acaba de ocurrir en apenas cuatro días: ocho universidades atacadas con libertina saña por militares, penetradas por tanquetas y grupos violentos armados, con la quema de aulas, laboratorios y vehículos.

Y a la violación de la autonomía universitaria, principio consagrado en el artículo 109 de la Constitución Bolivariana, siguió el allanamiento a la sede del Poder Municipal. La PNB arribó a la alcaldía de Iribarren sin orden judicial, en busca de francotiradores. ¿Risible?, ¡no! Está claro que la intención era provocar, intimidar.

A ese bagaje de atropellos se suman otras ilegalidades, otras aberraciones incalificables: los allanamientos masivos de hogares, como acaeció en El Trigal, Valencia. El sobrevuelo de aviones de combate en San Cristóbal. El demoledor y feroz asalto a urbanizaciones enteras, como ocurriera en Patarata y Valle Hondo. La amenaza de “volver con todo”, que se cierne sobre el Club Hípico Las Trinitarias. Además, la detención con pruebas montadas, alteradas (según la ONG Funpaz esto ocurre en un alarmante 85% de los casos). La reseña policial de los detenidos, por el hecho de protestar. Las cauciones. La amenaza de retaliaciones si ventilan sus casos, o consignan la denuncia. El ruleteo de los arrestados, con miras a agotar a familiares y abogados. Las presiones sicológicas y tratos crueles, documentados por decenas, incluso en el lastimoso caso de un joven especial, aunque la fiscal Luisa Ortega Díaz haya dicho en Ginebra que Venezuela es ejemplo universal de respeto a los derechos humanos. En fin, la pretensión de aplastar a sangre y fuego la protesta, en lugar de detectar y tratar las causas de un malestar social no sólo innegable sino que lo más probable es que habrá de recrudecer, si se toman en cuenta las adversas perspectivas económicas que se vislumbran.

El Observatorio Venezolano de Conflictividad Social contabilizó, únicamente en el pasado mes de febrero, 2.248 protestas en la geografía nacional. Esa cifra es 400,5% superior a la registrada en enero. La anunciada libreta de racionamiento, otra inspiración cubana, añadirá más presión, es fácil prever. De manera que no será con represión como se le encontrará salida a este drama. “Al que asome la cabeza duro con él Fidel, duro con él”. No. Definitivamente la desafortunada letra de Carlos Pueblo no aplica en esta Venezuela hastiada de abusos y que, empujada por la desesperación, ha perdido el miedo.

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