REFLEXIÓN – Josefina

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Hay, quienes ejerciendo un legítimo derecho opinan, que los escritores de temas como los nuestros, que tratan de llevar un mensaje bíblico. Que sostenemos nuestros planteamientos con la Palabra de Dios lo hacemos en muchos casos de manera personalizada. Pero, a nuestro entender, es vital el propio testimonio de quien escribe o predica de estas cosas, por cuanto es la vivencia misma la que habla. No en vano hay un decir, “un testimonio dice más que mil palabras”. Por ello, cuando tocamos el tema de las madres, es inevitable hablar de alguna manera de Josefina, la nuestra.

Mi madre no conoció el Evangelio teórico como muchos de nosotros. En su iglesia cristiana, la más grande en prosélitos en el mundo, tristemente no lo enseñan. Si de verdad estudiaran en detalle la Palabra de Dios, con seguridad habría más obediencia al Todopoderoso y más paz. Pero mi madre lo practicó toda su vida, hasta la muerte. Me consta. Tuve la oportunidad de ver y oír cuando su aliento de vida dejó su cuerpo como a las 4 am en una conocida clínica de la ciudad donde vivo hace ya 15 años. Pero antes de dormir oramos, cantamos coros de alabanza a Dios y hablamos de la Salvación. No recibió nunca un curso bíblico, pero si recibió la unción del ESPÍRITU SANTO. En el sepelio se oía un coro de voces hablando de su constante solidaridad con sus vecinos, amigos, comadres y compadres a cualquier hora del día o de la noche. De su fidelidad a su iglesia, su bondad y entrega sincera por los problemas de los demás. Su testimonio hablaba por sí solo.

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Si, lo practicó. Recuerdo como nos llevaba con amor y firmeza delante de Dios y nos conminaba a rezar el rosario e ir a misa. Era lo que aprendió. Sin saberlo, oía la voz de Dios cuando nos pregunta.

¿Donde está la grey que te dí?. Intuía, que tenía un compromiso muy grande con Dios por la prole que le había dado. Que debía inculcar los valores cristianos a sus hijos para que éstos a su vez lo inculcaran a sus descendientes. Y lo hizo. Este servidor es la prueba. A pesar de su filiación religiosa, donde la tradición es rezar, o repetir algo escrito, mi madre era una mujer de oración, que es “hablar con Dios como un amigo”. En muchas ocasiones, por las noches, al final, en el solar de la casa donde vivíamos.

En la oscuridad y en ese silencio cómplice de sus angustias. Al lado del gallinero, con su perro y su lora, la encontrábamos hablando “sola”, como lo hacía Ana en el templo, derramando su alma ante Dios por el anhelado hijo. La encontrábamos echando bendiciones al aire. Decía “…me dirán que hablo sola… que estoy loca”. !Pero no !.Hablaba con Dios. Volcaba su alma. Todo su corazón. Clamaba a Dios por cada uno de los trece hijos que tuvo. En especial por sus nueve varones, que éramos terribles. En realidad era una mujer de oración. Y lo tomó como misión.

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¿Cuántos cristianos de obediencia literal a la Biblia desearan tener la vocación de oración y servicio que esta madre tenía? Esto solo lo da la influencia del Espíritu Santo, si se lo permitimos.
¡Hasta el próximo martes Dios mediante!

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