Y cuentan que en la mayoría de los países del mundo la gente puede elegir el lugar, precio y cantidad de lo que quiere comprar digamos en una tienda, supermercado o abasto. Inclusive, que la variedad de productos o servicios en algunos casos es tan grande, que se puede pasar un buen rato para escoger o decidir qué comprar. El asunto es tan increíble, que en esos países a los empresarios no se les declara enemigos, ni persigue, ni insulta, ni expropia sumariamente sus propiedades o activos y al contrario, se les apoya y estimula con reglas de juego claras para que produzcan y generen empleo y crecimiento. Sí, insólito. Impresionante.
Más allá de este irónico prolegómeno, y luego de reír para detener esa lágrima que se asoma, el tema de la libertad económica ha tenido siempre ese ropaje de abstracta vaguedad filosófica gracias a la cual ocupa la atención más de economistas o académicos, que al ciudadano de a pie, o de a cola, pendiente y atribulado por sobrevivir y no tanto de sus propios derechos, o del consenso global sobre ellos.
El más reciente Informe Anual de Libertad Económica del mundo 2015, elaborado por el Fraser Institute de Canadá y dado a conocer por el Centro de Divulgación del Conocimiento Económico (Cedice), coloca a Venezuela en el puesto 157 de 157 naciones estudiadas, por debajo de República del Congo, Libia, Chad y Siria inclusive.
“El estancamiento de Venezuela se refleja en la debilidad institucional, el ataque a las libertades fundamentales, el exceso de regulaciones, controles de precios y cambio, la corrupción, la no protección o nula garantía de derechos de propiedad, además de tener la más alta inflación del mundo, y numerosas empresas del gobierno, lo cual ha aumentado el tamaño del Estado en forma excepcional”, dice la nota en el portal de Cedice.
El desastre económico actual, es de tal suerte una cosecha exitosa de una siembra de 16 años de cambios normativos fácticos y una estrategia de aumento sostenido del control político del gobierno sobre la sociedad, y un coctel de ignorancia e irresponsabilidad en materia económica, gracias al cual el gobierno es responsable hoy del 60% de las importaciones del país, pero es incapaz, ineficiente y corrupto para abastecer el mercado, y aunque mantiene el control cambiario, sigue culpando al sector privado de su propio fracaso.
En la base ideológica del gobierno de Maduro, aunque mal digerida, persiste esa premisa marxista que, entre otras cosas, plantea la lucha contra la explotación capitalista y obviamente, alienta la estatización y militarización de la sociedad. El goteo de estados de excepción, primero en las fronteras (luego… ¿en el resto del país?) pretende además de enrarecer el ambiente, ocultar y reprimir la escasez y el malestar social en ciernes. Pero como bien escribía Emilio Corao en estas mismas páginas, esos estados de excepción ya no son suficientes ante el aumento del estado de decepción de quienes hoy padecen en su bolsillo y en su cotidianidad, los efectos de la “revolución” en eso que llaman libertad económica.
@alexeiguerra
